ALBERTO BARRERA TYSZKA 13 DE
OCTUBRE 2013
Llevo días pensando en la palabra
arrechera. Volví a acordarme de ella cuando la fiscal Luisa Ortega Díaz anunció
que estaban haciendo pesquisas para determinar quiénes eran los “autores
intelectuales” de los lamentables sucesos ocurridos después del 14 de abril.
Recordé entonces la campaña iniciada por el poder en contra de Henrique
Capriles, esa suerte de transmisión audiovisual orweliana que pretendía
demostrar que el uso de la palabra arrechera era una incitación al homicidio.
Desde ese momento, de manera delirante, el oficialismo introdujo un nuevo
sistema de censura y de juicio. Ahora también la palabra es un peligro.
Los cambios en el uso lenguaje son una
manera de contar la historia. No deja de ser peculiar que quienes se formaron
con las consignas guerreristas de la izquierda anden ahora escandalizados,
buscando agresiones debajo de las sílabas. No deja de ser interesante que a la
vuelta de quince años estemos pasando del Chávez belicoso, que insultaba y
amenazaba, a un gobierno que investiga y acusa a una grosería, que trata
desesperadamente de convertir la palabra arrechera en un crimen.
Pero la democracia del idioma es veloz
y contundente. Ninguna academia, ningún diccionario, la puede someter. El
gobierno se ha metido en una denuncia sin salida. Todos los venezolanos
practicamos la arrechera diariamente. Y, al paso que vamos, la arrechera
terminará convirtiéndose en una de nuestras formas de identidad. Lo que ocurre
es que los poderosos no viajan en Metro. Los poderosos no tienen que acudir a
un hospital público. Los poderosos tampoco van al mercado. Ni andan solos por
las calles. No saben lo que es hacer una cola. No conocen los trámites de
Cadivi. Ya se les olvidó lo que significa la palabra quincena. Los poderosos
escuchan inflación y piensan en las nubes. Los poderosos viven en otro país.
Tienen otro lenguaje.
La arrechera existe, presidente. ¿Qué
cree que siente una madre que ve morir a su hija menor de edad a causa de una
bala perdida, en medio de una batalla entre bandas? ¿Qué siente una madre a la
que le matan a su tercer hijo de un disparo en la espalda en una alcabala
militar? Siente dolor, siente incluso dolor por estar viva. Pero también siente
arrechera. Una impotencia infinita. Esas son las verdaderas primeras
combatientes de la patria, presidente. No las heroínas del bótox, sino las
madres populares que han perdido a sus hijos a cuenta de la violencia. ¿Quién
es el autor intelectual de todos esos homicidios?
La arrechera existe. Por lo general,
despierta frente al abuso, frente al descaro, frente a la hipocresía. Es un
dolor que viene subiendo desde detrás del ombligo y termina estallando en las
cuerdas vocales. A veces grita. A veces, llora. A veces solo produce un
implacable silencio. Cuando, acorralados por el alto costo de la vida, vemos y
leemos las informaciones sobre la grosera corrupción que existe, ¿cómo debemos
reaccionar? Y cuando vemos el control que el gobierno quiere ejercer sobre las
noticias, para silenciar todos estos casos, ¿qué se supone que debemos sentir?
¿Calma? ¿Conformismo? ¿Placidez? Cuando vemos a la mayoría de una Asamblea Nacional
que se ha negado de manera sistemática a debatir casos de corrupción,
empecinada en darle a usted poderes especiales para, precisamente, combatir la
corrupción… ¿qué cree que sentimos la mayoría de los venezolanos? Así es.
Profunda, honesta y patriótica arrechera.
Cuando pasan y pasan los días y sigue
sin haber una sola prueba, contundente, visible, fehaciente, del supuesto
intento de magnicidio, del supuesto sabotaje eléctrico, del supuesto atentado
en Amuay, de la supuesta conspiración económica… Cuando comenzamos a percibir
que todo el día nos están engañando, ¿qué cree que sentimos? Ciertamente. Una
muy democrática y revolucionaria arrechera.
Los indignados de Europa somos los
arrechos de Venezuela. El Estado no puede penalizar el dolor o la rabia. El
problema no está en las malas palabras sino en los malos gobiernos.
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