RAFAEL LUCIANI sábado 23 de noviembre de 2013
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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Dios encuentra esperanza
en nosotros cuando nos vinculamos con los pobres, víctimas y enfermos
Hasta dónde somos capaces de hacer el
mal afectando la vida de toda una sociedad? (Sal 36,3-4). ¿Es tal la indolencia
frente a lo que vivimos que hemos perdido la capacidad de asombro y escándalo?
(Is 32,6). ¿Es que ya no hay «quien clame por la justicia ni hable con verdad»?
(Is 59,4).
En la época de Jesús, como en la
nuestra, muchos apostaban por la muerte de quienes denunciaban los problemas
sociales (Mt 23,34). ¿Será que no queremos la paz? (Lc 19,42). Hemos perdido la
capacidad de vincularnos con los sucesos irracionales que acontecen en nuestro
entorno, incluso, los consideramos «normales». ¿Tendremos que resignarnos?
El reto está en discernir nuestro modo
de relacionarnos. Necesitamos consolidar un «corazón nuevo» (Ez 11,19) para
poder construir «nuevos cielos y nueva tierra» (Is 65,17), donde nadie muera de
hambre, no haya tráfico de seres humanos, los ancianos lleguen felices a sus
últimos días y todos tengan casa y alimento. Un mundo así será posible cuando
nos podamos sentar «todos», amigos y enemigos, en una misma mesa, para
reconocernos «sujetos», y dejar de tratarnos como «objetos» y «desconocidos».
La práctica de Jesús nos muestra que
sí es posible. Él vive un estilo de vida que es válido para cualquier persona
porque fraterniza, va más allá de las propias creencias religiosas (Lc
17,18-19) y adhesiones políticas (Lc 7,9). En él encontramos el paradigma de un
modo de ser donde no hay cabida para la indolencia sociopolítica ni los
prejuicios morales. Él trata al otro compasivamente, sin odio ni violencia, con
generosidad y sirviendo la causa del necesitado (Lc 6,27-36).
Por ello debemos discernir nuestra
vinculación con lo social. Jesús usa la analogía de una «nueva familia» formada
por todos aquellos que «escuchan la palabra» y la «viven» (Lc 8,21). ¿Qué
significa esto? ¿Es acaso una propuesta para creyentes? No. Es descubrir en su
acción el modo más excelso de ser humano. Sus «palabras» son signos de una
nueva humanidad que busca «hacerse real» en cada uno (St 1,21-22), más allá de
la religión, porque pretenden fraternizar a la humanidad entera (Rom 8,29).
«Un corazón nuevo» con «nuevos cielos
y nueva tierra» donde podamos habitar como una «nueva familia», son símbolos
que animan a crear vínculos reales para que no reine más la indolencia, ni
exista la falta de compasión. Es apostar por una comunidad humana no biológica
sostenida en la solidaridad fraterna y el bien común, donde todos luchemos por
promocionar la reconciliación antes que la exclusión. Así, Dios encuentra
esperanza en nosotros cuando nos vinculamos con los pobres, las víctimas y los
enfermos. Luchando por su causa, y sirviéndolos, sacaremos lo mejor que tenemos
y esta creación hallará futuro.
Cuando no reinen la desidia y la
resignación, y comencemos a caminar hacia la reconciliación, podremos decir con
esperanza: «ya no habrá muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas» (Ap 21,4).
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