Magaly Villalobos 20 de Noviembre, 2013
Había una vez una Venezuela que con
todas sus dificultades, altos y bajos, picos y valles tenía sus límites y forma
de país, con ciudadanos y ciudadanía, con sus características peculiares de
país tropical y caribeño. Se abrieron las compuertas, se desanudaron las
amarras, se volaron las bisagras y Pan, dios griego, híbrido, mitad hombre y
mitad cabra que estaba en los límites rurales, extramuros, irrumpió,
violentamente en la ciudad. Sea abrió la caja de Pandora y el Pandemónium tomó
la Polis, llevándose por el medio a palos y piedras todo lo que encontró a su
paso y principalmente aquello desconocido como la cultura y la educación: el
ciudadano.
Se revierte la ley y el orden, el
espacio ahora es de marginalidad, mostrando su lado irreflexivo y destructor
con una voracidad inconmensurable. Pan, dios de lo instintivo, es
incontrolable, impredecible, visceral y como la cabra animal que representa
se come todo a su paso, como un ejército invasor que entra a una ciudad
enemiga, quemando, violando a sus mujeres, arrasando con todo a su
paso. Se pierden las fronteras: lo que hay es confusión, desconcierto y
destrucción.
Al perder las formas estamos en lo
preolímpico donde son los Gigantes y los Titanes los que avasallan y tiranizan
a una civilización agónica. Esto es regresión.
Los Gigantes son inconquistables,
salvajes e insolentes. Atacan estrepitosamente, llenos de la fuerza salvaje del
movimiento, sin límite. Son imágenes de la desmesura. En la historia evolutiva
a estos Gigantes y sus primos los Titanes se asocian culturas primitivas a las
que se refiere el salvajismo y no la barbarie donde ya había agricultura,
cultura. Entre aquellos está el hombre paleolítico, los comienzos de la
evolución. La conducta titánica pudiera verse, dice Rafael López-Pedraza, como
la presencia de esos rasgos arcaicos en la conducta del hombre civilizado.
Salvajes y no sujetos a ley alguna. No
hay orden. Lo que vemos hoy es una pérdida de las formas, sin límites, ni
fronteras en todos los aspectos, ni los poderes se ejercen como tales, ni los
ciudadanos tienen un norte. El Ejecutivo es un monarca grotesco, grosero,
ególatra, con un lenguaje de juerga, pensamiento mágico, lleno de neologismos.
Sin seriedad, no goza del respeto por parte de la población. Todos los poderes
y planes están supeditados a las necesidades del Poder y en este hazmerreír
estamos disfrutando de un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del
pueblo donde hay carestía y desabastecimiento de artículos de primera
necesidad, de la cesta básica como el papel de baño.
Se arman los civiles, se desarman las
policías. Vándalos que ocupan lugares de poder; los pranes, los jefes de
las cárceles, trascienden su espacio carcelario; los motorizados son los que
dirigen el trafico a su antojo. La vida y la muerte han perdido sus
significados. Se han perdido los valores. Como ejemplo tenemos el caso del
camión de carne accidentado y los motorizados saqueándolo y pasando por encima
del agonizante chofer.
El titanismo se manifiesta como
desorden y barbarie.
La Misión Patria Segura se presentó
como la solución para atacar la inseguridad y la delincuencia, las primeras
noticias de su proceder nos trajo los excesos del poder de los militares
torturando a estudiantes por manifestar y varios muertos, todos
“accidentalmente” al pasar por sus alcabalas, con plena impunidad. Con ese
desdibujar las formas, los crímenes que se cometen son descuartizamientos,
balazos en el rostro para desfigurar; matar a golpes a una enfermera por poner
límites. El Australopitecos, al igual que el chimpancé, da lugar a la
confusión, al desgarramiento: la mutilación: el método usado por las pandillas,
bandas y otros. Rafael López-Pedraza refiere: “la vida llena de horror que
observamos en las grandes ciudades de las modernas sociedades occidentales y la
figura del Titán desencadenado y lleno de poder, sin límite alguno ni en su
hablar ni en su hacer como modelo heroico contemporáneo, se ajustan más al
comportamiento del Homo holiganensis que al del llamado hombre
primitivo”.
De la misma manera como se han perdido
las formas en el ámbito exterior, ha ocurrido en el medio interior y hemos ido
perdiendo la identidad personal, nos hemos disociado y se suma la soledad a la
decepción, desesperanza, temor y parálisis dando lugar afuera, consecuencia de
esta proyecci6n, lo opuesto, la voracidad, agresión y destrucción.
En el artículo “Venezuela
desapareció”, el actor Miguel Ángel Landa dice el 26 de Julio del 2013
que “Lo confieso: no tengo idea en dónde estoy ni para donde voy. Las que
fueron mis referencias para ubicarme en Venezuela han desaparecido. Es como
volar en la niebla sin radio y sin instrumentos. Nací y crecí en Caracas pero
ya no soy caraqueño: no me encuentro a mí mismo en este lugar, convertido hoy
en relleno sanitario y manicomio, poblado por sujetos extraños, impredecibles,
sin taxonomía. A lo largo de mi vida recorrí casi todo el país, lo sentí,
lo incorpore a mi ser, me hice parte de él. Hoy no lo reconozco, no lo
encuentro. El extranjero soy yo. Ocho generaciones de antepasados venezolanos
no me ayudan a sentirme en casa. [...] Forzosamente nuestro cerebro y nuestro
metabolismo se fueron al carajo, ese ignoto lugar carente de coordenadas. Hoy
somos zombis, ajenos a todo, letras sin libras, biografías de nadie. Nos
quedamos sin identidad y sin pertenencia. Una forma muy ocurrente de
expatriarte: en lugar de botarte a ti del país, botaron al país y te dejaron a
ti. Hoy Venezuela agoniza en algún exilio, pero no en un exilio
geográfico. No, Venezuela se extingue aceleradamente en un exilio de
antimateria, sin tiempo ni espacio. Cualquiera sea el intersticio cuántico en
donde se desvanece Venezuela, no podremos llegar a él. [...] Pronto se
dirá: “¿Venezuela?, Venezuela nunca existió”. Se me ocurre que en
ausencia de muerte formal procede ausencia de llanto. Aquí no habrá velorio. La
cosa no merece ni un palito de ron. Los pocos dolientes potenciales que
pudieran darse, se irán poco a poco al mismo no lugar en donde el país se
escurrió para desvanecerse para siempre. Extraño final para un país: no
pudimos ni siquiera ser un Titanic y hundirnos con algo de tragedia y
romanticismo. La elegancia no fue precisamente una de nuestras características
como pueblo. No tendremos el honor lúgubre de ser Pompeya. No se hablara de
nosotros como de Nínive o de Troya. Nunca podrá algún Homero contar que tuvimos
un Aquiles. No seremos lana para tejer leyendas. Nuestro final solo nos dejara
vergüenza”.
Desaparecen los referentes, se rompe
la lógica, se distorsiona la coherencia, estamos en duelo. Viviendo la pérdida.
Se derrumban las paredes. Y allí está: lo que ha pasado es el tiempo. Los
muebles tapados con telas de negro para protegerlos de ese tiempo, lleno de recuerdos,
nostalgia, historia. Una sensación de inmovilidad: están y no están. Un lugar
abandonado como nuestra asa interior. Ese es el sitio de Hestia, la diosa
olvidada. Hoy desvalorizada. La diosa del hogar y la ciudad. Hestia esta en
exilio.
Es una diosa de estabilidad
primordial, permanencia y prosperidad. Es la diosa más antigua, más
honrada, el centro de la vida familiar y por extensión de la ciudad, del país.
Es la diosa que nos centra.
Habitación y Hogar. Individuo y
país nos dan un reflejo de la condición de nuestra alma. Los hogares que
habitamos interior y exteriormente manifiestan un aspecto de ella. Los lugares,
de sueños y fantasías, hacen posible que el espacio sea una forma de realidad
psicológica. Ella pone al alma en un sitio donde pueda habitar. Su falta
amenaza a la estructura completa de la psique con un gran caos.
Armando Rojas Guardia, escribió que
“algo profundo en nuestro sentir colectivo se relaciona orgánicamente con lo
fallido, lo truncado, lo abortado, lo desgarrado, lo desviado, lo extraviado
(como una flecha que no logra dar en el blanco). [...] Esa sensación o
sentimiento de fracaso tiene, dos causas objetivas: primero, la disminución de
nuestra autoestima nacional al compararnos siempre con la gesta heroica que
está en la base, en el comienzo de la vida republicana de Venezuela. Anclarnos
como país en la psicología del héroe significa estar permanentemente
retrotraídos a nuestra adolescencia republicana, negarnos a salir de ella. Ese
épico trasfondo psicológico, nos empuja a darnos de bruces contra el contraste
permanente de nuestros modestos logros históricos con la magnitud de aquella
edad heroica, la primera de nuestro devenir nacional. La segunda causa
objetiva de nuestro sentimiento de fracaso ha sido la enorme dificultad del
acceso de Venezuela a la modernidad. Una sensación y un sentimiento que pueden
adoptar modalidades aristocratizantes, Manuel Díaz Rodríguez, que se afinca en
el diagnóstico de la realidad nacional como a punto de ser material y
simbólicamente dominada por la barbarie, par la definitiva regresión histórica.
Pero la modalidad más frecuentada y más significativa simbólicamente que
adopta en la literatura venezolana el sentimiento de fracaso por no acabar de
ingresar el país a la órbita institucional moderna es el que podríamos hablar
“discurso de la marginalidad”. Sucede como si el fracaso eligiera hablarnos
dentro de muchos textos importantes de la historia literaria venezolana, desde
el punto de vista de la periferia (precisamente lo marginal es periférico)
todos son voces marginales, todos corporizan nuestra periferia, nuestra
dificultad para acceder históricamente al centro, nuestro fracaso existencial,
colectivamente psicológico, institucional. La mayoría de estas voces no
heroicas: muchos de estos personajes son mas bien antihéroes y ello resulta
también significativo. [...] López Pedraza afirma que son tres los factores
psíquicos que impiden que el individuo se deslinde de la óptica triunfalista y
llegue a situarse en una madura y profunda Consciencia del fracaso,
más allá de la tesitura psíquica dentro de la cual la indiscriminada y
avasalladora aspiración al éxito mantiene al sujeto en la imposibilidad de
acceder a niveles cada vez más altos de consciencia y libertad. Esos factores
son: la huella psicológica del “eterno adolescente”, con sus aspiraciones
encandiladas por el brillo heroico; la superficialidad de la histeria, cuya
sofocación intrapsíquica hace permanecer a la persona en un frenesí cotidiano
donde no puede auscultarse de verdad a si misma; y el comportamiento
psicopático, cuyo vacío existencial solo puede ser llenado por la imitación
compulsiva de modelos gregarios. [...] La ruta no épica, ni heroica de
salir de la cháchara, de la panoplia, de la frivolidad, del inmenso espejismo
petrolero, hacia el paladeo gustoso de nuestros límites, nuestra
menesterosidad, nuestra indigencia, para transformarlos en creatividad
espiritual y madurez salvadora. Sólo así la marginalidad dejara de ser una
maldición, una condena, y se constituirá en una verdadera llamada, en una
genuina vocación, en una manera otra, insólita, de acceder al centro”.
De manera que la marginalidad, que es
connaturalmente una situación incómoda y difícil, puede ser un privilegio. En
Venezuela tenemos un ejemplo paradigmático de marginalidad creadora. El
Castillete de Armando Reverón no es sino el lugar heterotópico y concreto del
espacio mental, totalmente al margen de la vida social y artística de su
tiempo, desde el cual él, se ofrendó a su pintura. Y estando contundentemente
al margen logró darnos algunas de las más primordiales imágenes con las que
cuenta nuestra espiritualidad colectiva. Su marginalidad lo colocó, de modo
inexorable, en el centro.
Veo esa marginalidad manifiesta en
todos nosotros los venezolanos, niños balbuceantes, sin formas de lenguaje, pre
orales, cómodos, egoístas, atemorizados unos y otros, haciéndole culto al
padre, herencia del Padre Simón Bolívar, héroe idealizado, imagen a la cual no
tenemos acceso o al Padre Dinero. Hoy tenemos la herencia de un padre difunto
y un presidente que hace culto al muerto, por lo tanto no lo destrona, sigue
siendo hijo de ese padre abandonante, castrador, agresivo, igual que los
antiguos padres Urano y Cronos desdibujándose la forma y hasta genéticamente es
otro, el zambo y la desorganización de la imagen corporal, “como
descuartizada”. Por un lado el cabello y los bigotes de maduro por otro lado
los ojos de Chávez. La mirada que te juzga, te persigue.
Llegó la hora de matar al padre
psicológica y arquetipalmente hablando y tener el compromiso de asumir la
ciudadanía: la exterior, con el país, y la interna, la de ser fieles a nosotros
mismos.
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