Fernando Mires 27 de marzo de 2016
No
resestiré la tentación de decir lo que pienso; y lo diré de golpe: Mick Jagger
fue por un momento el sustituto imaginario y transitorio de Fidel Castro.
No fue
el Papa, muy lejano y quizás demasiado bueno, la persona indicada para cumplir
el rol sádico que los pueblos suelen encomendar a sus líderes. No fue Obama.
Podría haberlo sido si lo hubieran dejado hablar más largo. Pero estaba sujeto
a las convenciones, a los reglamentos, a su función de jefe de Estado. No, el
hueco del padre anárquico e irrespetuoso que una vez supo llenar tan bien Fidel
Castro, solo podía ser ocupado por alguien tan radical y tan poco convencional
como el propio Fidel Castro. Ese fue el papel cumplido por el flaco bocón, como
cariñosamente llama Yoani Sánchez a Mick Jagger.
Y La
Habana casi se volvió loca.
¿Qué
tiene Mick Jagger que no tengan otros? Eso es lo que estoy tratando de
dilucidar. Lo cierto es que el pueblo con esa rara inteligencia que a veces
solo los pueblos y los niños tienen, lo puso ahí para que llenara el vacío de
el becerro dorado, el del a-dorado. Y por un momento las multitudes lo
a-doraron con esa pasión que no había aflorado desde los años en los cuales
Fidel Castro fue aclamado como un dios bajado del Olimpo a visitar la tierra de
los mortales.
Sí;
porque Fidel Castro, nos guste o no, fue amado por su pueblo. Si no reconocemos
eso no podremos entender nada. No lo decimos en son de elogio. Hitler, Stalin y
otros canallas también han sido amados. Pero al igual que ellos, Fidel Castro
fue adorado no porque el hubiera sido un canalla sino porque el pueblo lo ungió
para que lo fuera.
Quiero
explicarme: Fidel Castro fue seguido con devoción, y no solo en Cuba, no porque
el hubiera cumplido el rol del padre, como quizás imaginan los freudianos, sino
porque él fue, en cierta medida, un anti-padre. O si lo decimos en clave de
compromiso: Fidel fue el anti-padre destinado a ocupar el lugar del padre
durante ese momento de transición en el cual los niños y los pueblos luchan
para adquirir el certificado de su mayoría de edad. Fidel fue, efectivamente,
el objeto que sujetaba a muchos jóvenes cubanos y latinoamericanos frente al
vacío de sus propias insignificancias personales e históricas.
Vuelvo
al comienzo: de acuerdo al psicoanálisis tradicional, el padre ocupa el lugar
del poder en la infancia de cada uno, pero no porque sea padre sino porque
aparece como poder frente a la madre la que por ser madre no deja crecer al
niño muy lejos de su cuerpo. Luego, hay que deducir, el vacío de poder existe
antes de que aparezca el padre. El padre temporal está destinado a ocupar ese
vacío. Provisoriamente, diría Freud, vale decir, en espera de que bajo el
abrigo del árbol del padre, nazca y crezca el “yo en uno” y así cada uno sea el
portador de su propio padre, instancia yoica destinada a regular y administrar
nuestros permanentes conflictos entre los objetos que deseamos y los que
debemos desear.
Siguiendo
al mismo Freud, la liberación del padre biológico no se da de un día a otro. En
el curso de la vida atravesamos momentos de transición en los cuales vamos
eligiendo (probando) a determinados objetos sustitutivos del padre (o amo)
originario. Puede ser un profesor, un tío, un amigo experimentado, un líder
político, un cantante de rock. Y bien: en ese punto, justo en ese punto,
conectan Fidel y Mick.
Siguiendo
ahora no a Freud pero sí a cierta lógica que se deduce de Freud, el padre
sustitutivo, para que cumpla el poder de la sustitución otorgada, no debe ser
muy parecido al padre biológico. En cierto modo tiene que ser un padre
diferente y, además, disidente; una antítesis del padre originario.
De tal
manera, si el ideal del padre opera como un agente del orden, el ideal del
post-padre debe operar en muchos casos como un agente del desorden (puede darse
también una relación inversa). En cierto modo el nuevo padre debe reencarnar el
rol del sujeto que destrona al padre originario. Recordemos entonces de nuevo a
Fidel.
Castro
llegó a ser Fidel no porque hubiera sido precisamente un hombre de orden. Todo
lo contrario. Fue amado por su desorden, ya fuera el de su apariencia, ya fuera
el mental. En su vida privada era conocido como un disoluto; no se atenía a
normas ni a principios. Predicaba la violencia sin ningún pudor. Su entrada en
la historia la realizó mediante un absurdo acto terrorista (el asalto al
Moncada).
Ya en
el poder, predicó el desorden y la desobediencia en contra de los poderes
(padres, amos) establecidos. Desafiar a los EE UU era una gran audacia. Unir el
destino de un país tropical con un país de hielo como la URSS, una locura.
Mandar soldados a morir al África, una maldad sin nombre. Intentar conquistar
un continente mediante la lucha armada en contra de regímenes democráticamente
elegidos, una empresa diabólica. Hablar sin decir nada durante cinco horas,
nadie sino un loco desatado como él lo podía hacer. Y bien: Fidel era todo eso:
representante de una rebelión enardecida en contra de la normalidad vigente.
Que
para realizar todas sus locuras Fidel hubiera exigido obediencia absoluta,
parecía ser una condición para entrar a los patios de la libertad. Pues más que
un revolucionario, Fidel era un rebelde. No por casualidad quienes lo siguieron
en Cuba y en otros países no fueron obreros organizados sino multitudes de
jóvenes que necesitaban con urgencia transitar desde la niñez hacia la fase
adulta. Fidel, para ellos, era el puente apropiado. El padre prometeico, el más
radicalmente opuesto a esos hombres tan decentes que eran nuestros padres
reales. Podríamos decir, a modo de corolario, que Fidel Castro fue un invento
(o un reflejo) de las masas juveniles de los años sesenta.
Pero
el tiempo pasa; y no pasa en vano. Fidel Castro probó ser, como todas los padres,
un ser vulnerable y mortal. Más muerto que vivo cedió el poder a su hermano,
representante de cualquier cosa, menos de una rebeldía generacional.
El
segundón obediente no podrá jamás ser el adalid de una rebelión edípica como lo
fue su hermano. No solo es un monumento a la mediocridad. Además es la
representación neta de un padre injusto y opresor.
Es
cierto, Fidel era más represivo, más cruel y malvado que Raúl. Pero la
represión de Fidel estaba puesto al servicio de una metafísica del poder. En
cambio el poder de Raúl se agota en su pura física. Es un poder que se sirve de
sí mismo. Nunca nadie ha visto ni verá en él un depositario de una promesa
histórica. Le falta esa locura básica que no tienen los tiranos ordinarios
(pienso, inevitablemente, en Pinochet, quizás el más ordinario de todos). Raúl,
es, sin más ni menos, otro dictador más en una larga galería continental.
Mick
Jagger no es por cierto ningún dictador. En un simple cantante de rock. Pero
desde su escenario hizo vibrar a las masas como antes solo lo había podido
hacer Fidel. En cierto modo Mick ocupó, durante algunas horas, el lugar de
Fidel.
¿Qué
tiene que ver Mick con Fidel? Nada: nada, salvo un punto. Al igual que Fidel en
el pasado, Mick fue ungido representante de una rebelión edípica en contra del
orden del poder establecido. Pero para entender la rebelión de Mick tenemos que
entender a Mick.
Mick y
los Rolling Stones son personajes rebeldes. Lo fueron siempre desde que
aparecieron como estridente alternativa frente a los melodiosos Beatles. Ahora,
ya viejo, Mick es más rebelde que antes. Y lo es hasta el punto que se rebela
en contra de su propia naturaleza. En lugar de cumplir con el destino asignado,
el de un abuelo que riega maceteros y juega embobado con sus nietos, sigue
bailando y cantando con su bocaza abierta de par en par.
Mick,
como el Fidel de los años sesenta, es un agente del desorden. Esa fue la razón
por la cual las multitudes cubanas lo amaron como mucho tiempo atrás amaron a
Fidel. No por lo que es sino por lo que representa. Sin embargo, Mick fue aún
más allá que Fidel.
Mientras
el joven Fidel interpelaba a una población predominantemente joven, Mick lo
hace con viejos y jóvenes por igual. Las imágenes no mienten. Los viejos se
movían junto con los jóvenes coreando las mismas canciones. Pero las razones sí
son diferentes. Mientras para los viejos Mick representaba razones
vindicativas, para los jóvenes era una esperanza.
El
baile y el canto de los viejos eran una dolida protesta en contra del destino.
Mick aparecía frente a ellos como el símbolo de un pasado no vivido. Bailando y
cantando los viejos protestaban en contra de esa llamada revolución que en
nombre del futuro les había arrebatado la alegría de ser como otros jóvenes del
mundo. Bailando y cantando los viejos querían, frente a ese otro viejo
estrambótico, recuperar al menos un pedacito de ese pasado que nunca tuvieron.
Los
jóvenes en cambio protestaban exigiendo un futuro. Mick para ellos es un
símbolo de liberación: representa a su modo, el anhelo de ser distinto, la
recuperación de la espontaneidad y de la alegría. Viejos si se quiere, pero
viejos rebeldes, los Rolling Stones son la antítesis perfecta de los grises y
monótonos bonzos, guardianes del pensamiento único.
Ya
está dicho. La visita de Mick Jagger y de los Rolling Stones tuvo mayor
significación para los cubanos que la de los tres últimos Papas e incluso que
la del propio Presidente Obama. Pero séame, al llegar a este lugar, permitida
una pregunta: ¿Habría sido posible la visita de Mick Jagger sin las visitas
anteriores?
Los
tres Papas, cuando visitaron Cuba echaron abajo, solo con su presencia, la
ideología del ateismo oficial. Mostraron que Dios (el Padre) es uno, y a la vez
es para todos e incluso -ante el escándalo de los perfectos idiotas de la política
latinoamericana- lo es también (y quizás aún más) para los pecadores. No por
último los tres Papas consignaron que por sobre el poder temporal hay un poder
que atraviesa a los tiempos y que a ese poder ningún mortal podrá tener acceso.
Por la
última puerta, la abierta por Francisco, entró después Barack Obama. Consigo
traía el Presidente un mensaje de paz y reconciliación, el anuncio de que la
guerra fría había llegado a su fin y que el ejercicio de la política supone el
conflicto pero también el dialogo entre los gobernantes y los opositores.
Mick
Jagger, la guinda de la torta, trajo la noticia definitiva: Cuba regresa al
mundo. Bienvenida sea. En el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo y
del rock and roll.
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