Miguel Méndez Rodulfo 25 de marzo de 2016
Pero
no termina de caer. Esta interrogante nos la planteamos un gran número de
venezolanos. ¿Qué pasa con nuestra sociedad que todavía tolera que permanezca
en el poder un régimen oprobioso que nos está haciendo pasar grandes
privaciones y nos coloca al borde de padecer hambre? ¿Qué hace falta para que
reaccionemos? La respuesta no es sencilla; sin embargo, diversos indicadores y
hechos determinan que el gobierno camina con paso firme hacia su propia
disolución, pero los venezolanos como sociedad no hemos dado el “empujoncito”
necesario para que termine de caer. Ahora nos dicen que en el estado Trujillo
van hacia la promoción de rifas, o sea el sorteo de números, para poder comprar
comida; por otra parte, Datanálisis revela que 66% de los ingresos de los venezolanos
se destinan a la compra de alimentos y aseo personal. Así, para la adquisición
de medicinas, ropa, alquileres, pago de servicios públicos, impuestos,
entretenimiento, etc., queda sólo un tercio de los ingresos. En otras palabras,
sólo podemos comer, sin derecho a enfermarnos o entretenernos. De manera que
debemos llevar una existencia de elemental sobrevivencia; sin embargo, a eso no
se le puede llamar vida, por lo menos no la que conocimos en el esplendor del
período democrático.
Volviendo sobre el asunto de porqué permitimos que este gobierno continúe, aunque cada día nos empobrezca más y nos haga más difícil la existencia, creo que mucho tiene que ver con el comportamiento de las clases populares. Si la clase media sufre de la manera como lo señalamos, decir que porque los sectores D y E, no paguen impuestos, tengan subsidios de algunos servicios públicos, o acudan a los Mercal, no los afecta la crisis, es no considerar que igual que cualquier familia deben consumir muchos alimentos y artículos que no se expenden en los Mercal (cuyos inventarios por cierto son cada día más insuficientes pero las colas más largas), que sus hijos y ellos se enferman y que requieren comprar medicinas que no se consiguen o cuando se encuentran se tienen que adquirir a precios prohibitivos, que merecen un rato de esparcimiento con sus hijos pero eso les cuesta un ojo de la cara, que tienen que comprar ropa para trabajar y el pantalón para un niño de dos años cuesta cerca de Bs. 3.000, etc. Lo que es claro es que los pobres sufren en carne propia los rigores de este mal gobierno y de allí el deslave que ha tenido el régimen con respecto al apoyo de que antes gozaba.
Algunas
personas piensan que el sufrimiento de los sectores populares no se ha
transformado en una ira colectiva que arrase con este mal gobierno por dos
razones: una porque se hayan muy ocupados recorriendo diferentes mercados
buscando alimentos (por cierto son mujeres y hombres los que andan en eso,
entonces ¿cuándo trabajan y cómo afecta eso la productividad del país?); dos
porque se hayan “bachaqueando”, con lo cual le están sacando una ventaja a la
crisis, aprovechan una oportunidad, que en cierta forma les beneficia, a la
cual se han adaptado bien y que además no quieren cambiar. Este último es un argumento
de peso que vale la pena analizar. Siempre he dicho que los bachaqueros son
unos emprendedores, gente muy avispada y personas que trabajan duro Si como
algunos dicen, todos los pobres que hacen cola son bachaqueros, pudiéramos
estar contentos porque cuando cambie el gobierno contaremos con una población
muy emprendedora; sin embargo, todos sabemos que no es así. Además, si para
comprar cantidades significativas deben acudir varios miembros de la familia,
estar horas improductivas en una cola y luego salir a distribuir lo comprado,
vemos que es un pesado trabajo que difícilmente sea rentable, sobre todo porque
ellos mismos deben comprar alimentos y medicinas para consumir que son muy
caros. En resumen, los pobres no están adaptados ni felices con la crisis, hace
falta que articulemos un movimiento nacional que pueda dar al traste con este
gobierno.
Caracas
25 de marzo de 2016
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