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martes, 11 de octubre de 2016

Ética y política, por Mons. Baltazar Porras



MONS. BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO 10 de octubre de 2016

El deterioro de la situación del país es creciente. A primera vista lo que lo hace más evidente es la crisis económica, la necesidad de supervivencia en alimentación, salud y seguridad personal. Pero lo que más horada la convivencia es la pérdida de confianza y credibilidad en quienes llevan las riendas del poder. La razón es sencilla: a todas luces primero está el control del Estado y luego, muy en segundo lugar, el bienestar y la calidad de vida del ciudadano, al que se pretende controlar con dádivas, amenazas y represión. La falta de valores morales que pongan sobre el tapete la verdad, la transparencia y la equidad son un virus que socaba la paz social.

“La ética no es la política pero sin embargo no hay política sin ética. Un pueblo no solo necesita ser gobernado para que cumpla unas leyes sino que necesita también una orientación convincente hacia fines que dignifiquen su vida. Necesita tener al frente personas que, a la vez que gestores, sean animadores, guías y modelos. Sin esta dimensión esos dirigentes carecerán de la necesaria capacidad de persuasión para reclamar obediencia e imponer sacrificios a los súbditos. ¿Deberemos repetir que al gobernante no le basta la potestas –legitimidad jurídica–, sino que le es necesaria la auctoritas –autoridad moral, capacidad acrecentadora de su hacer para con los demás–?”.

Esta reflexión de Olegario González de Cardedal, uno de los más brillantes teólogos españoles contemporáneos, calzan muy bien con nuestra realidad. Saltarse a la torera el marco institucional, pues las leyes sirven cuando conviene, es una invitación a delinquir. Hablar de diálogo y de paz con lenguaje soez y amenazante, además de chabacanería, es abrir la puerta al atropello e irrespeto de las personas. Desconocer y acorralar a la Asamblea Nacional y a los gobernadores y alcaldes no oficialistas, castiga a la ciudadanía. El lenguaje mentiroso y de medias verdades es una ofensa, pues califica de tontos a los demás.

Si la culta Alemania de los años 1920-1930 pudo endiosar a un esperpento como Hitler, también es posible que hoy no aprendamos de la historia y caigamos en la ceguera de repetir los mismos o peores errores. Tal clima propicia, por desgracia, el aventurerismo político, el liderazgo carismático y el rearme ideológico de los totalitarismos. La formación permanente en el auténtico sentido de ser ciudadano activo, protagonista de su vida personal y colectiva, es tarea que nos incumbe a todos, para no dejarnos seducir por los encantadores de serpientes que nos ofrecen un paraíso inexistente, hipotecando nuestra libertad y dignidad. No nos dejemos comprar ni nos dejemos robar la esperanza por un plato de lentejas.

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