Por Gregorio Salazar
Se molestan muchísimo las
cuatro rectoras del CNE cuando la flamígera lengua de Ramos Allup las tilda de
comadres. Reniegan de la acepción que remite el sustantivo a prácticas de
celestinaje y, por el contrario, casi que nos emplazan a agradecerles que para
los tres días de activación del referéndum revocatorio no hayan incluido el
suero de la verdad, un Perfil 20, fe de bautismo y boleta de promoción de sexto
grado.
No hay que ponerse así.
Tampoco fue que las llamaron comadrejas. Pero también es verdad que han podido
escoger otro rol, otra función más útil, urgente y necesaria que también va con
el título de comadre, y es la de parteras, que son esas mujeres, según el DRAE,
que “sin estudios asiste a la parturienta”. Hubiese sido muy honroso para ese
ente electoral, del que tanto se ha fanfarroneado como “el mejor del mundo”,
ayudar al parto natural de la nueva era y los nuevos rumbos que tanto ansía y
demanda la sociedad venezolana.
Pero no, prefirieron sumarse
a la escalada aniquiladora de la Constitución en la que anda la cúpula
gubernamental, para la cual evidentemente esa hija primogénita de la revolución
ha devenido en un libelo contrarrevolucionario, apátrida, fundamento
principalísimo de la sedición y la subversión y aliada de los yanquis.
Hablando de los yanquis, no
puede ser que cada vez que estemos ante un representante del imperio nos debatamos
entre la desmesura de la sonrisa pepsodent del diputado Jaua y el rostro de
muchacho regañado que puso Nicolás en Cartagena. Busquemos, por favor, un punto
medio, a ver si así llegamos por fin a las relaciones de mutuo respeto y
cooperación de las que se hacen lenguas los voceros diplomáticos (es un decir)
criollos tras los encuentros ocasionales con personeros gringos.
Pero hablábamos de la
pertinencia del epíteto de comadres que le encajó Ramos Allup, vilipendiador
consumado a decir de la cancillera Delcy, a las señoras rectoras y en esto hay
que convenir que si algo ha quedado claro es el compadrazgo estrecho, fraterno
y colaboracionista con el poder central, pues de otra forma no se explicaría la
tenacidad con la que roen cuanta normativa electoral se pone delante de sus
dientes menudos.
Son las cuatro rectoras con
su conducta discriminadora, no solamente vulneradora de la legalidad, sino
también del sentido común y del deber ser, de ojos cerrados a la profunda
crisis que padecemos los venezolanos, las grandes facilitadoras de ese estado
de confort del cual se ufanan los altos voceros del gobierno cuando afirman que
“este año, ni el otro ni más nunca” habrá referéndum revocatorio. Con ellas
atrincheradas en sus cuatro taburetes del CNE, el gobierno se siente cómodo,
seguro, blindado frente a lo que ya es el consenso mayoritario del pueblo
venezolano de sacarlos del poder democráticamente como primer paso para la
resolución de esta debacle.
Habría que tener vocación de
carcelero para darle tantas vueltas de llave a los candados con los que se
quiere condenar la mayoritaria voluntad popular de cambio a perpetuo encierro.
Se han esmerado en restringir lo operativo, retrasar lapsos a capricho,
regionalizar el 20 %, minimizar los horarios, convirtiendo cada lapso, cada
requisito o decisión referida en trancas, cerraduras, pasadores y cerrojos con
los se pretenden condenar la soberanía popular a un encierro.
Este gobierno no quiere
saber de constitución, libertades ni derechos. Esa es una decisión tomada que
dejan traslucir impúdicamente en el decir y el hacer. De manera que,
finalmente, estamos frente a frente, ellos los que se han deslegitimado en el
poder y nosotros los ciudadanos que los padecemos. Es la fuerza soberana de un
pueblo la que puede hacer saltar los cerrojos que ponen el gobierno y el CNE
cómplice. Estamos convocados por la Unidad a movilizarnos y a participar. Si
queremos moverle el piso a quienes se creen dueños exclusivos de Venezuela, la
calle nos espera. No hay otra.
02-10-16
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