Por Gioconda San Blas
No pudo haber mejor regalo
de navidad. Asistir a la puesta en escena del musical “El hombre de La Mancha”,
bajo la dirección de Djamil Jassir, con un elenco de primera línea encabezado
por él mismo en su doble papel de Cervantes y Don Quijote, nos hizo salir
reconciliados con nosotros mismos, con la vida, con ánimos renovados para
seguir sorteando los escollos que a lo largo de este año y de los 17
precedentes nos hacen llegar a este diciembre con la mirada sombría del
cansancio. Pero sobre todo, con el firme convencimiento de que a pesar de tanto
éxodo, aún hay mucho talento interno, gente empeñada en no rendirse a las
desventuras mientras mantiene sus compromisos con esta tierra, nuestra tierra.
Allí en el teatro estaba
Sancho, con los pies y la mirada en la tierra, para que no me olvidara de las
cifras de este país en crisis, con su 50% de hogares venezolanos que califican
como pobres extremos, con sus niños desnutridos, con 8% de la población que
confiesa haber recogido comida de la basura, con la inquietante certeza de que
hoy se necesitan Bs. 14.000 para comprar lo que en 2008 costaba Bs. 100 y que
costará mucho más en 2017, con un caos financiero desesperante, mientras los
medicamentos requeridos para tratar a nuestros seres queridos no aparecen. Con
esa pesada carga entramos al teatro.
Adentro nos esperaba Don
Quijote, con su locura, con sus sueños de un mundo ideal que será mejor y más
real en la medida en que retando imposibles, estemos decididos a enfrentar a
los molinos de viento y a los gigantes que buscan derrotarnos. Con esa
disposición a ver la vida a través de la conquista de anhelos e ideales, viendo
la belleza de Dulcinea donde mora la tosquedad de Aldonza, el Quijote quiere
convencernos de que su pretensión y la nuestra de mejorar al mundo será más
fácilmente conseguida con el aporte generoso de cada quien al caudal de las
realizaciones conjuntas.
Con esa imagen y determinación,
mezcla de Sancho con los pies en la tierra y Don Quijote con su armadura de
ilusiones, debemos entrar en 2017, dejando atrás un año difícil; de luchas
incesantes, algunas exitosas, otras no tanto; de sueños incumplidos; de
pérdidas personales y soledad. Más que exigir de otros sin dar nada a cambio,
en 2017 deberemos preguntarnos y responder cuál será nuestro aporte cabal para
la construcción de ese país al que aspiramos, dando un paso adelante, activados
a la causa que pregonamos seguir.
Y cuando alrededor de una
mesa ajustada al tamaño de la crisis, en esta navidad recordemos los momentos
felices de 2016 en compañía de los nuestros, traigamos también a la memoria a
los seres queridos que ya no nos acompañan, bien porque partieron
definitivamente o porque cualquier circunstancia los alejó física o
espiritualmente de nuestro lado. Todos han formado parte del gozo de la vida y
de nuestros afectos. Compartamos con ellos la mesa navideña y el inicio de un
nuevo año que como siempre, llegará con esperanzas renovadas de amor, a tono
con Don Quijote.
Nos encontraremos de nuevo
en enero de 2017.
15-12-16
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