Por Claudio Nazoa
Hoy, en Cuba, el cadáver
calcinado de un dictador recorre su país como para que, después de muerto, vea
la ruina en la que dejó a su patria.
Fidel Castro se ha
convertido en una cajita de cenizas ruleteada. Despedido con lágrimas de adeptos
y de víctimas.
Nunca entenderé a quienes
lloran a sus dictadores vivos o muertos. ¿Recuerdan los millones de alemanes
llorando en los discursos de Hitler? ¿O a los cientos de miles de rusos
haciendo cola a 30 grados bajo cero para ver a Stalin, su “papacito” muerto?
¿Cómo llorar a un monstruo que asesinó a 20 millones de rusos? Igual pasó con
Mao Tse-tung, otro asesino de la humanidad. Millones de chinos murieron por su
culpa. Fue responsable de la triste Revolución cultural. Algo muy parecido a
los locos del Estado Islámico o a los talibanes. Estos fanáticos maoístas
torturaron, mataron y destruyeron todo lo que no había nacido, durante la
Revolución cultural.
No existen dictadores
buenos. Unos de derecha, otros de izquierda, pero todos son malos. Lo que pasa,
y esto es inexplicable, es que los dictadores de izquierda son vistos por
cierta intelectualidad del mundo como seres románticos salvadores de su pueblo.
Estos intelectuales revolucionarios, comeflores de cafetín, serían, sin
embargo, incapaces de vivir en un país donde exista un dictador de izquierda.
En Caracas o en La Habana,
vemos a estos intelectuales invitados a cuanto congreso hay. Van con todos los
gastos pagados: hotel, viáticos, comidas y paseos dirigidos para ver los
progresos de la revolución. Me gustaría que estos sinvergüenzas tarifados me
expliquen por qué Fidel fue un dictador bueno y Pinochet un dictador malo.
Y sí, se murió un dictador
llamado Fidel Castro.
Y dejó a más de 6.000
cubanos que fueron fusilados.
Y dejó a cientos de presos
políticos.
Y dejó a más de 2 millones
de cubanos emigrados.
Y dejó la industria de la
caña de azúcar en ruina.
Y dejó a miles de familias
divididas para siempre.
Y dejó a miles de jóvenes
como prostitutas en La Habana, vendiéndose para poder comer y vestirse. “Las
putas más cultas del mundo”, como una vez con cinismo dijo el propio Fidel.
Y sobre todo dejó, qué
arrechera, a mi país, Venezuela, colonizado por Cuba, subyugado y sumido en la
miseria.
Desde el mar, miles de manos
le dicen adiós a Fidel. Son las manos de los cubanos que murieron ahogados
intentando escapar de la involución comunista cubana.
Dos opresores ya no están.
Venezuela y Cuba siguen.
¡Hasta nunca, comandantes!
05-12-16
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