Por Simón García
En medio de la violencia
destructiva de las crisis que degradan nuestra vida y a pesar del rechazo hacia
el Gobierno, la oposición parece abrirse camino hacia una derrota electoral con
peores consecuencias a la del 2005.
La creciente resignación a no
votar no es producto de un abstencionismo activo como el usado por Soy
Venezuela, sino de algo más difuso y nocivo. El ciudadano, al que no llamaremos
común para no redundar, experimenta una pérdida de fe que, centrada en partidos
y dirigentes, podría decaer en separaciones de la lucha. Transitorias o
irreversibles.
Los especialistas encontrarán
las respuestas para esa desafiliación emocional con los líderes, el voto y la
suerte misma de la democracia. Hay una fractura entre el cuerpo principal de
dirigentes y los sentimientos de las fuerzas sociales que desean reconquistar
la democracia. Luce claro que es una consecuencia antes que una causa.
La MUD produjo una contundente
mayoría electoral que ya no tiene. Socialmente puede estar allí, incluso
creciendo, pero en términos políticos esa oposición social se siente huérfana
de liderazgo y no comprende las inconsistencias, incoherencias, vaivenes y
peleas internas del alto mando de la oposición.
No es momento para purgas sino
para intentar comprender lo que ocurre. Especialmente cuando el poder, a pesar
de todas las ventajas que conserva y combina con aciertos, sufre una
descomposición que puede llegar a ser terminal. Sin embargo, no por azar las
dudas rondan al equipo opositor, más afanado por ganar unas primarias
presidenciales, que por estar al lado de la gente afectada por el hambre y la
desaparición del derecho a la salud.
El Gobierno ha logrado un
éxito increíble: invertir los ataques y pasar de recibirlos a reconducirlos
contra la oposición. Ella, dividida naturalmente en varias clases, ha
contribuido a que una parte del país la enfrente con más ímpetu que al
Gobierno. El enemigo es la MUD y pasa a un segundo plano si las 334 Alcaldías
quedan en manos de Maduro para perpetuarse en el poder.
Las trampas del Gobierno están
funcionando. Los funcionarios más corruptos de toda la historia del país y el
poder más claramente inconstitucional, ha logrado poner a discutir a los
opositores sobre falsos dilemas éticos en torno a su legitimidad, en vez de en
cómo enfrentar la consolidación del plan totalitario.
El tema de la juramentación no
es abordado dentro de una situación concreta y comprendiendo los objetivos que
se propuso el gobierno al crearla, sino elevándolo al rango de prueba de pureza
ética. La exigencia de una juramento inconstitucional en vez de servir para
afirmar la deslegitimación de la ANC ha dividido mortalmente a los demócratas
entre traidores y dignos. En vez de dirigir nuestra furia contra los armadores
de la ilegalidad y la arbitrariedad, insistimos en despedazarnos.
Después de la hora loca que
nos ha extraviado a todos, habrá que recomponer la acción unitaria y redoblar
la voluntad para reconstruir la confianza de la población en líderes capaces de
conducir con éxito el proceso de transición hacia la democracia. Y esto exige
cambios auténticos, ¿se producirán o volverá el maquillaje?
26-11-17
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