Por Oscar Morales Rodríguez
Nicaragua fue un ejemplo
de comportamiento económico alocado durante el período 1986-1991. Los nicas
sufrieron un empobrecimiento mayúsculo en esos años debido a la conjugación de
varios factores. En primer lugar, un gasto expansivo imprudente que
desorganizó todas las finanzas públicas. Seguidamente, el
padecimiento de una aceleración de precios endemoniada, unida a
una guerra civil obcecada que despedazó al país. Y, como si esto
fuera poco, Estados Unidos decretó un bloqueo económico que
limitaría los ingresos nacionales por exportaciones y la posibilidad
de recibir las importaciones de materias primas e insumos básicos
necesarios para el funcionamiento regular de su economía.
En aquella época, estaba en el
ejercicio de gobierno el presidente Daniel Ortega (1985-1990), eran
los tiempos de la llamada Revolución Sandinista con su tendencia
marxista acentuada. Su mandato se caracterizó por el predominio estatal en la
mayoría de las actividades económicas y un conflicto cívico militar que
desangró a la sociedad por todos sus costados.
En el ámbito económico, la
década de los 80 en Nicaragua fue sellada por unos niveles inflacionarios delirantes
y una paralización en todos los órdenes. El mal diseño de la política
económica estalló con mayor fuerza en 1988, cuando registró una caída del PIB
de -12.5%, una tasa de inflación sofocante de 14.316% y brechas
triplicadas entre la cotización del mercado cambiario oficial y el paralelo.
El país comprometió sus
equilibrios macroeconómicos por causa de los numerosos rescates
financieros a las empresas estatales, los incrementos salariales no
fundamentados y las inversiones públicas que terminaron en negocios
corruptos. En medio de este escenario interno, aunado a los factores externos,
como por ejemplo el fin de la guerra fría y embargo estadounidense, Ortega es
presionado y convoca a elecciones en 1990 cuando la inflación alcanzó
al cierre de ese año los 7.485%.
En estos comicios
gana Violeta Chamorro, candidata opositora. Desde el primer día, se
ocupa en impulsar un programa de ajuste estructural, que en honor a la verdad,
Ortega dio inicio en 1988, pero no tuvo mejores resultados por el bajo apoyo internacional
en materia de financiamiento, a diferencia de Chamorro que sí contó con amplia
cooperación extranjera de diversa índole.
A todas luces, la presidenta
recién electa recibió un país económicamente débil y la situación era
asfixiante. Se requerían medidas económicas que lograran la estabilización
cuanto antes. Por estos motivos, se emprende el denominado Plan Mayorga,
que promovió la unificación cambiaria (gradualmente con devaluaciones
semanales) y la liberación de los precios. Igualmente, se hicieron
esfuerzos para la disminución del inmenso agujero fiscal con recortes del gasto
público. Dicho plan fracasó porque se anclaron las expectativas inflacionarias
al tipo de cambio y no se contaba con suficientes divisas para sostener este
régimen cambiario. La inflación continuó consumiendo los bolsillos de los
nicaragüenses y crecieron las protestas sociales debido a los pocos
resultados efectivos y por la inexistencia de compensaciones a la población
vulnerable.
Al comenzar el año 1991 se
respiraba el colapso y la precariedad en todos los aspectos de la vida
nacional, por lo cual era impostergable coordinar un amplio acuerdo político
que se materializara en un pacto conformado por una triada
(gobierno-oposición-organizaciones sindicales) y brindarle un respaldo
consensuado a un nuevo programa económico. Así nace el Plan Lacayo, que
consistió en un proceso de privatización de varias empresas
estatales, donde los trabajadores recobraron protagonismo. Se concedieron más
apoyos crediticios a productores de la pequeña y mediana industria.
Asimismo, se resalta la introducción de una nueva moneda que se indexó a las
cotizaciones del dólar. La dureza de los ajustes se presentó a través del
congelamiento de los salarios, la paralización de las inversiones públicas, el
recorte de la nómina oficial y la devaluación de un 400% de la tasa de cambio.
Nicaragua no estuvo sola,
pues, las donaciones de alimentos del extranjero y el financiamiento externo
refrescaron la hacienda pública y reforzaron el mantenimiento del sistema
cambiario implementado. La recuperación empezó a verse en 1992, por
medio de las primeras cifras positivas de crecimiento económico y la
disminución de la inflación en dos dígitos. De esta forma, se ordenaron y le
dijeron adiós a sus perturbaciones económicas.
Foto: Archivo Efecto Cocuyo
24-11-17
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