Por Carolina Gómez-Ávila
Emmerson Mnangagwa, alias “El
Cocodrilo”, se quedó con la presidencia de Zimbabue.
Nació en ese país cuando los
británicos, después de haber colonizado a la etnia ndebele, lo hacían
llamar Rodesia del Sur. Recibió entrenamiento militar, se graduó de abogado en
la Universidad de Londres y se convirtió en héroe de la guerra de independencia
que logró su cometido en1980. Desde ese año fue pieza clave de Mugabe, como
Ministro de Seguridad, en la matanza de más de 20.000 miembros civiles de la
etnia ndebele. Dirigió las carteras de Justicia, Vivienda, Defensa,
Finanzas, la presidencia del Parlamento y fue Jefe del Comando de Operaciones
Conjuntas, además de ocupar posiciones de poder dentro del partido político
oficialista. A partir de 2014 también le dieron la vicepresidencia, de la que
saltó al exilio el 8 de noviembre pasado, al día siguiente de haber sido
hospitalizado por un presunto envenenamiento del cual responsabilizó a la
Primera Dama. Apenas 6 días después, el 14 de noviembre, comenzó un Golpe de
Estado que terminó con la renuncia de Mugabe a la presidencia que había ocupado
durante 37 años. “¡Salió el dictador y no fue con votos!”, celebran quienes
promueven la abstención.
Según ellos Mnangagwa se ganó
el derecho histórico de conducir a su pueblo. ¿Por dónde? Eso no le importa a
los exaltados según los cuales los "verdaderos" héroes tienen permiso
para adueñarse del destino de la nación. Drogados por el éxtasis permiten que
quien los liberó sea ahora quien los esclavice. Pero en la realidad, quien
no llegó al poder por vía electoral es un gobernante de facto. Mnangagwa es un
dictador aunque haya prometido el comienzo de una nueva democracia que quién
sabe qué significará en la neolengua zimbabuense. Para el próximo año ese país
tiene previstas elecciones presidenciales y aún no se sabe si se realizarán. En
Venezuela las municipales serán el 10 de diciembre y -tal como van las cosas-
las presidenciales podrían convocarse en cualquier momento menos el que
determina la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Tras la debacle del 15 de
octubre pasado en la que sólo se pudo demostrar fraude en el estado Bolívar,
Primero Justicia, Voluntad Popular y Acción Democrática se abrieron de piernas
para dejar pasar el balón a otros que estén en posición de anotar. Se
abstuvieron de postular candidatos con un argumento manido que no los frenó en
ocasiones anteriores. Creo que los dos primeros no quisieron admitir que sus
nóminas están infladas de esnobistas y no de militantes comprometidos, parece
que no se dan cuenta de que fueron incompetentes para convertir las
firmas-protesta de aquellas jornadas de validación en defensores de votos, es
decir: abandonaron la formación ideológica y doctrinaria que se requiere para
generar disciplina y convertir un número en una auténtica maquinaria. Algo que
sí creo que tiene Acción Democrática -no en balde ganó 4 gobernaciones- pero
como traicionó el acuerdo de no juramentación ante la írrita ANC (palo de agua
del que aún no escampa) los imita para congraciarse con ellos, aunque hacerlo
signifique se vayan de bruces los tres.
No todo el que llega al poder
por la vía electoral es un demócrata, pero todo el que llega por la vía de
facto es un dictador. Por eso votaré obstinadamente en todas las oportunidades
en las que la convocatoria esté fundamentada en nuestro ordenamiento legal
vigente; porque aunque no sea suficiente para acabar con una dictadura, no me
cabe duda de que sin incluir la vía electoral una y otra vez, tozudamente,
perderemos la cada vez más pequeña opción de que lo que la sustituya, sea de
carácter democrático.
Las credenciales de Mnangagwa
no son las de un demócrata sino las de un violador de los Derechos Humanos. Con
su ascenso por la fuerza, Zimbabue evacuó a Mugabe pero no acabó con la
dictadura como sistema de Gobierno. Quienes lo celebran están ciegos ante
lo evidente: precisamente porque Mugabe no salió con votos, es que quien lo
sustituye es otro dictador.
25-11-17
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