Por Antonio Ecarri Bolívar
Desde Acción Democrática nos
hemos empeñado en proponer un pacto de gobernabilidad, un programa mínimo de
gobierno y un candidato único escogido en elecciones libérrimas, universales, directas
y secretas como le corresponde ejemplarizar al campo democrático. Hacer lo
contrario sería seguir viéndonos el ombligo y exhibir unas carencias que ya son
del dominio público y, de no corregirlas, va a continuar incrementándose el
desaliento en la mayoría democrática venezolana. Y esa –la mirada gacha de la
oposición– es la única arma, ni tan secreta, que tiene este régimen minoritario
para continuar en el poder.
El tema, de la mirada hacia el
ombligo, me recuerda una anécdota que me refirió, hace años, Manuel Caballero.
Una vez me dijo, palabras más o menos, lo siguiente: “En un acto del MAS les
dije a mis compañeros que no crecíamos, que no conectábamos con las grandes
mayorías nacionales, porque nuestros dirigentes se la pasaban viéndose el ombligo. Como
me parecía que no entendían, les anuncié que se los iba a ‘graficar’ conmigo
mismo. Acto seguido –continuó Manuel su relato– subí mi inmensa humanidad a una
mesa y poniéndome de espaldas al público y doblándome para verme el ombligo,
les pregunté: ¿se dan cuenta qué ocurre al verse el ombligo?, pues se enseña el
lugar donde la espalda pierde su nombre. Hubo carcajadas, pero al fin me
entendieron”. La anécdota viene a cuento al ver a una parte de la oposición
arriesgando enseñar lo que indicaba Caballero, con su ingenioso ejemplo.
Venezuela está viviendo una de
las crisis más espantosas de su historia y quienes detentan el poder,
responsables fundamentales de esta desgracia, nada hacen para resolver el
entuerto; mientras los que estamos llamados a sustituirlos, aún no nos ponemos
de acuerdo para el cambio urgente que reclama todo el país. Pensar en grupos o
sectas en esta hora dramática que vive la nación es verse el ombligo y ponerse
de espaldas a nuestra responsabilidad histórica. Por eso seguimos empeñados en
la urgente necesidad de reconstituir la unidad de la alternativa democrática,
rota y descompuesta por actitudes que debemos corregir de inmediato.
Parece que los venezolanos
estamos signados, por la Providencia, a ser unos insensatos reiterativos. Hace
un siglo el eminente historiador y hombre de Estado que fue Francisco González
Guinán, cuya obra (15 tomos) de Historia de Venezuela la recomendaba Rómulo
Betancourt a todo político venezolano, decía: “En Venezuela la pasión está por
encima de la razón. El odio triunfa sobre el perdón. La tolerancia es apenas
una nebulosa. El apego al mando tiene terribles acentuaciones. El individuo
elevado a magistrado ejerce la magistratura no por autoridad de la ley, sino a
nombre de sus caprichos. El derecho gime, la virtud capitula y la fuerza se
impone y se enseñorea. Los programas de gobierno no se cumplen o se cumplen a
medias. La colectividad desaparece ante la individualidad. El gobernante lo
quiere todo, lo pretende todo y lo puede todo. Mientras tanto, el derecho
calla, la virtud calla y el patriotismo calla también. El cuadro es sombrío,
pero es verdadero, es auténtico. Lo trazamos con entera convicción; con tanta
mayor convicción cuanto que nos hemos agitado por cerca de medio siglo en el
campo ardiente de la política y hemos visto muy de cerca actuar a los hombres y
a los partidos y convertirse en las más de las veces la libertad en bacante y
la autoridad en despotismo”.
En pleno siglo XXI hemos
girado nuestros talones en sentido contrario al progreso. Hemos retrocedido a
la época de las montoneras del siglo XIX y deben quedar venezolanos que le
pongan coto a esta situación con seriedad, coherencia, sentido de grandeza y no
seguir apostando a quiméricas ilusiones, como las de quienes aspiran a que vengan
fuerzas extrañas a salvarnos, por el albur de un golpe de Estado o un supuesto
desembarco de marines en nuestras costas. A estas alturas, seguir creyendo en
caudillos que vendrán con sus proclamas salvadoras, como los Monagas, Guzmán,
Zamora o Falcón, es hacer pipí contra el viento de la historia.
Vamos a hacer el esfuerzo de
empinarnos por encima de nuestras aspiraciones parciales, por muy legítimas que
sean, para pensar en esta pobre y querida nación que se nos despedaza a ojos
vista. Levantemos nuestras miradas, desde el ombligo, para ver el horizonte;
vislumbremos, aunque sea por un instante, una alternativa democrática unida,
coherente, con un programa de gobierno inclusivo, con un candidato único que
será el seguro presidente de la República y todos detrás de ese gobierno,
apuntalándolo para que tenga éxito y reconstruya a Venezuela. ¿Será mucho
pedir? Porque si lo es, sería una mezquindad irresponsable y se perderá
Venezuela.
Dado que hoy hablamos de
nuestras fatalidades históricas, para terminar recordemos la terrible
premonición del Libertador: “Unión, unión o la anarquía os devorará”.
aecarrib@gmail.com
24-11-17
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