RAFAEL LUCIANI 25 de noviembre de 2017
@rafluciani
En la
época de Jesús las instituciones producían cada vez más «pobres» y «víctimas»,
y las autoridades religiosas sólo ofrecían una vida de fe que se reducía al
rezo de devociones y la asistencia al culto. Muchos habían olvidado la fuerza
transformadora de palabras como: «cambio», «perdón» o «justicia», y ya no
recordaban cómo era una vida de «solidaridad fraterna» y «paz».
En
medio de estas condiciones, Jesús aprendió de Juan el Bautista que el proyecto
de nación en el que él vivía había fracasado (Mt 3,10.12), así como el sistema
religioso del Templo (Mt 3,7). Pero no respondió con los mismos criterios que
el Bautista. No esperó un juicio divino, ni anunció la muerte de nadie. Antes
bien, anunció una «buena nueva» que acontecería cuando el odio y la violencia
no dominaran los pensamientos y los corazones.
Jesús
nunca dejó de creer que sí era posible construir un mundo más humano. Y que
«comenzaba ese año». Así lo transmite Lucas: «Hoy se ha cumplido esta Escritura
que habéis oído» (Lc 4,21). ¿Qué significa este «Hoy»? Según Isaías, en quien
se inspira Jesús, sólo podía haber Buena Nueva sirviendo a los pobres y
defendiendo a las víctimas (Is 61,1; Lc 4,18). Estas dos realidades eran el
testimonio más fehaciente de un sistema político que se había sostenido por la
fuerza de la violencia verbal y física, y con el aval de una sociedad
indiferente al sufrimiento. El «hoy» de Isaías comportaba un gran reto porque
anunciaba la necesidad de tomar postura, como Dios lo había hecho. No se podía
aceptar que siguiera creciendo la pobreza, y se viviera bajo el miedo y la
opresión.
Calidad de vida
La
oración de Jesús pedía al Padre que le diera fuerza para hacer de «este mundo,
como era el del cielo» (Mt 6,10), es decir, que los hombres pudieran gozar de
una calidad de vida como la de Dios (Gn 1,26). Era una oración por la
esperanza. Su propuesta ofrecía algo que parecía insignificante: «sanar los
corazones rotos» (Is 61,1), y «rechazar a los que humillan» (Is 58,3). Muchos
se preguntaban cómo sería eso posible. Pero él encontró respuesta en las
palabras de Isaías: «¿no será más bien este otro el ayuno que yo quiero:
desatar los lazos de la maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad
a los quebrantados, y quitar las duras cargas? ¿No será partir el pan con el
hambriento y recibir a los pobres sin hogar en mi casa?, ¿que cuando veas a un
desnudo le cubras y no te apartes de tu prójimo? Entonces brotará tu luz como
la aurora y tu herida se sanará rápidamente» (Is 58,6-8).
Cambio de actitud
No
podía haber una verdadera sanación del corazón, sin la conversión, sin el
cambio de actitud. Sólo así se podía frenar, para siempre, a los que humillan y
hacen el mal. Pero perdonar supone «sanar la realidad» que ha sido afectada por
el mal y «hacer justicia» para que no vuelva a ocurrir. Supone cambiar. Es,
pues, un proyecto de vida basado en el compromiso por transformar la realidad
en la medida en que se reconstruyen las relaciones interpersonales. Sólo así,
tienen razón de ser las palabras de Pablo: “que sobreabunde la Gracia donde
abunde el pecado” (Rom 5,20).
En
nuestra realidad todo esto pareciera ilusorio, pero no somos la única nación
que ha pasado por situaciones tan dramáticas como la que vivimos. Sí podemos
vivir confiando en Dios y entregándonos a los que nos necesitan (Lc 16,13).
«Hoy» debemos luchar para que no existan más «pobres, presos, ciegos y
oprimidos» (Lc 4,18), y aprendamos a hacernos cargo de los otros como
servidores de humanidad y luchadores por la justicia (Lc 6,20-23; Mt 5,1-12).
Rafael
Luciani
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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