Por Froilán Barrios
El objetivo de un articulista
en un país sin destino cierto es asumir retos más allá del ejercicio literario.
Por un lado, atreverse a percibir las sensaciones de un pueblo oprimido, que no
vislumbra solución alguna a la tragedia que padece; y por otro, el no menos
ambicioso de pronosticar el curso político que vislumbre una salida al túnel,
similar a la tinaja donde vivía Diógenes el Cínico, hacia el año 412 a. C.,
famoso por trajinar a diario con su lámpara encendida, en la búsqueda de
“hombres honestos”.
En medio de estos avatares
recibía recientemente una llamada telefónica de una amiga periodista de radio
extranjera, quien me inquiría sobre el momento actual de la situación política
venezolana y sobre el pensar del pueblo llano; le respondí que este sucumbe
ante un régimen que reconoce en sus entrañas su condición de absoluta minoría,
del desprecio generalizado de diferentes capas de la población, y que de paso
presume de la permanente habilidad del pícaro, de salirse de la suerte taurina
para encontrar el burladero y salir victorioso del encierro.
De ello hace gala permanente
la jauría de voceros oficialistas, como cuando el representante de Cáritas le
planteaba la crisis humanitaria a la ex canciller ante el peligro de muerte de
cientos de miles de niños y la desnutrición generalizada de la población
infantil. Su descarada y vil respuesta fue que en Venezuela, cada día, 8
millones de niños reciben del gobierno desayuno, almuerzo y merienda. Así como
este caso, las cadenas presidenciales y los notipatrias son un reverbero de
trapisondas y burlas al apocalipsis que sufre la población en cualquier lugar
del país.
Este trance que estremece a
todo el tejido social requiere de un liderazgo de fuste y de conceptos frente
al régimen forjado en la caverna estalinista y castrista, de una dirección
política capaz de soportar la crítica y los cuestionamientos superior a la
actual, a quien no se le puede tocar ni con el pétalo de una rosa, pues se las
saben todas y tienen todos sus movimientos calculados; quienes con la excusa de
que se doblan para no partirse son protagónicos en las derrotas sufridas y en
el descaro de proponerse para un próximo casting presidencial en 2018.
Por tanto, el diálogo en Santo
Domingo es un próximo lance para medir la capacidad de reflexión y la estatura
política, ante el retroceso profundo que resiente el pueblo venezolano en su
lucha por la libertad, en el que la delegación opositora designada por la MUD
como “un trabuco” debe comunicarle al país en forma precisa y tajante cuál es
la versión definitiva de la agenda, pues la del gobierno es “dialoguemos
primero, que ya llegará el momento de decidir sobre qué”, para así ganar más
tiempo en su crisis terminal.
Ello no determina despreciar
un escenario en el que participan calificados representantes de la comunidad
internacional, al que se debe asistir con agenda en defensa de la nación y
estrategia para no dejarle el terreno a la dictadura gobernante para que juegue
sola y donde el punto de partida debiera ser la disolución de la turba de
montoneros del PSUV, alias ANC, ya que rumiar tras bastidores con el
castromadurismo sí podremos calificarlo sin ambages como traición a la patria.
Ir a una mesa de diálogo no
significa claudicar, ni entregar principios, ni programas de reconstrucción
nacional, ni la aspiración a vivir en democracia y libertad, a lograr una vida
digna, siempre y cuando el escenario permita la oportunidad. De no serlo, la
decisión de retirarse es una opción que aísla aún más a la pesadilla gobernante
que padecemos los venezolanos.
29-11-17
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