Por Simón García
Una característica de la
democracia, al contrario de las dictaduras, es que carece de mecanismos de
fuerza para defenderse. Su existencia está determinada por la vigencia de las
normas constitucionales y su funcionamiento implica el acatamiento por quienes
ejercen poder y la subordinación a ella de la fuerza armada.
La democracia venezolana en
una realidad cercada y rodeada de obstáculos. Una cúpula la administra en dosis
exiguas para tranquilizar a la opinión y los gobiernos del mundo. En función de
asegurar su perpetuación el poder buscará aplicarle a los partidos, a las
elecciones y al voto condiciones injustas. Si pudiera, acabaría con todo.
Los partidos PJ, AD y VP
decidieron no participar en las elecciones de Alcaldes por la pervivencia de
esas condiciones injustas, pero desestiman su obligación de defender a la
democracia.
La decisión del trio locomotor
de la MUD tiene aspectos cuestionables. Sin asumirlo, es una concesión a la
opción abstencionista que los coloca al borde de un suicida abandono de la vía
electoral. Pero no hay estrategia sustituta ni plan para impedir que el vacío
se traduzca en una nueva victoria de Maduro. Tal vez por ello, numerosos
militantes han decidido votar para no entregar al gobierno Alcaldías que hoy
están fuera del mapa rojo.
El mayor riesgo de ausentarse
de la batalla electoral por las instituciones que permiten el mayor
protagonismo de los ciudadanos es que debilite la defensa de unos valores y una
cultura que no son esenciales a la democracia. Renunciar al voto en un régimen
de vocación totalitaria deja a la sociedad sin una de las formas de expresar su
rechazo al régimen y sin una de las herramientas para construir contenciones
institucionales a la voracidad del Estado autoritario para controlar toda la
sociedad y asfixiar la democracia.
El resultado práctico de este
abandono será entregarle a Maduro casi todas las Alcaldías del país. Se
salvarán aquellas en las que la sociedad civil, sus organizaciones y los
vecinos asuman la defensa de su poder local.
Estamos en el puesto de
partida que va a fortalecer el plan de perpetuación del régimen. Es innecesario
señalar los efectos catastróficos que se producirán sobre las expectativas de
cambio y el incremento de la desconfianza hacia líderes y partidos de
oposición. La tentación de ofrecerle las tripas al poder será difícil de
eludir.
Una involución autodestructiva
de la oposición se puede corregir si dirigentes y partidos le hablan con la
verdad al país, inician una nueva relación con la sociedad y se ocupan de
mejorar sus capacidades alternativas. Pese a la legitimidad de los intereses
propios de cada partido, habrá que pasar a una fase de selección de objetivos y
acciones comunes transitorias sin que necesariamente implique una absoluta
identidad. A fin de cuentas la pluralidad está hecha de diferencias.
La acción más urgente para
recomponer la efectividad de la oposición es darle un perfil programático y las
bases para llevarlo a cabo en un gobierno de Unidad nacional.
Si las rectificaciones no
ocurren, lo probable es que la democracia termine de sucumbir.
19-11-17
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