Por Ángel Oropeza
Los humanos tenemos una
tendencia natural y explicable a rodearnos de quienes piensan como nosotros.
Según las teorías psicológicas de la Consistencia (Heider, Festinger, Osgood y
otros), ello obedece a que mantener relaciones inconsistentes, como lo sería
discrepar de nuestros amigos en cuestiones ideológicas o confrontar
constantemente opiniones contrarias a la nuestra por parte de quienes nos
rodean, termina generando un disconfort psicológico que se busca siempre evitar
y reducir.
Adicionalmente, y de acuerdo
con las teorías de formación de estereotipos, la información del entorno que
coincide con nuestras creencias recibe mayor atención y tiende a recordarse con
mayor exactitud que la información que no es consistente con las opiniones
propias. De hecho las personas, por un mecanismo de ahorro cognitivo y de
“comodidad” psicológica, solemos prestar atención preferencial y considerar
como cierta la información que es consistente con lo que creemos, y rechazar,
negar o simplemente no ver aquella que no concuerda con lo que pensamos.
Así, lo usual es que las
personas busquen confirmación permanente a sus opiniones y creencias rodeándose
preferentemente de quienes piensen igual a ellas, y obviando informaciones que
reten las que ya poseen. Esto termina generando la ilusión de creer que todo el
mundo –o al menos la mayoría– piensa igual que nuestro círculo íntimo, cuando
en realidad no es así.
El último estudio nacional de
Percepción pública de la Universidad Católica Andrés Bello (Ratio-UCAB), cuyo
campo terminó hace apenas 2 semanas, es un buen ejemplo de la distancia que con
frecuencia existe entre lo que la mayoría del país percibe y lo que se suele
aceptar como cierto en el mundo restringido de las redes sociales o en el de
las declaraciones de algunos actores políticos. En ese limitado cosmos, existen
–entre muchos– dos mitos a los que hay que hacer obligatoria referencia: el de
la disolución de la Mesa de la Unidad Democrática, y la supuesta resignación
colectiva frente a la actual coyuntura. Comencemos por el primero.
Si usted no levanta la vista
del Twitter que siempre sigue, puede que termine comprando la tesis, compartida
de manera curiosa por el gobierno y algunos extraños opositores, según la cual
el país rechaza de manera abrumadora a la Mesa de la Unidad Democrática y desea
su pronta eliminación. Pues bien, ante la pregunta “¿Qué cree usted que debería
pasar con la MUD?”, 64,9% opina que debe preservarse y mantenerse unida para
enfrentar lo que viene, mientras 24,1% responde que debería desaparecer para
que aparezcan nuevas opciones.
Pero más relevante todavía es
lo referido a la supuesta “resignación” colectiva. Ante la pregunta de si se
van a resolver los problemas de inflación y desabastecimiento en 2018, un
sorprendente 73,6% cree que sí. Pero antes que alguien grite que esta es una
muestra de ingenuidad e imperdonable optimismo, lo interesante es que casi la
mitad de quienes así opinan, ante la pregunta de a qué se debe su respuesta,
afirman que porque va a haber un cambio de gobierno en 2018.
No sigamos confundiendo
desorientación e incertidumbre, más que justificadas por lo demás, con
resignación y entrega. Esto último es ciertamente un peligro potencial, pero
todavía no es una realidad. Estamos frente a un país que sufre, que no le gusta
lo que está pasando, donde muchos compatriotas no solo hurgan en la basura sino
que ahora hasta hacen cola para poder comer de ella, pero que al mismo tiempo
es optimista sobre lo que viene. Porque saben que el gobierno no es mayoría,
conocen lo que ocurre y se siente en las profundidades del pueblo adentro, y
saben que esta película continúa.
El gobierno necesita de la
desesperanza y la división para aspirar sobrevivir a un país que le es adverso.
No contribuyamos con su estrategia. Más allá de algunos círculos íntimos, en
muchas ocasiones engañosos, bulle la esperanza de una mayoría que no tiene
pensado ni abandonar la lucha ni sentarse a llorar su entrega.
27-11-17
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