Por Roberto Patiño
Todos padecemos o sabemos de
alguien (un familiar, un amigo, un compañero de trabajo, un vecino) que no
consigue o no puede pagar los medicamentos para un tratamiento o una afección
crónica, que está teniendo problemas para poder alimentarse y llegar a fin de
mes. Una situación que ha alcanzado cuotas tan alarmantes e impactando de
manera tan devastadora a la población, que desde hace tiempo es reconocida por
la comunidad internacional: Venezuela es descrita como un país al borde de una
crisis humanitaria.
Las gravísimas problemáticas
de alimentos y salud han alcanzado una magnitud sin precedentes. Leemos las
noticias de las muertes de infantes por desnutrición, las alertas que emiten
organizaciones como Caritas, vemos a venezolanos en las calles rebuscando
comida en la basura. Por otra parte, se multiplican las muertes y padecimientos
por falta de insumos médicos y resurgen enfermedades como el paludismo y la
difteria, que creímos minimizadas o erradicadas desde hacía años.
Esta crisis se ha profundizado
afectándonos a todos de alguna u otra forma. Vivimos una crisis económica en la
que sencillamente el dinero no alcanza para comer. De igual forma nuestra
cotidianidad se ve trastornada por la imposibilidad de encontrar medicamentos o
por los altos precios que estos han alcanzado. Pensemos, por ejemplo, lo que
significa para una persona con sueldo mínimo necesitar de un antibiótico cuya
caja cuesta hasta Bs. 400.000.
Como sabemos, la respuesta del
gobierno ante esta situación es la de continuar la crisis, promoviéndola y
aprovechándola. Aplica la misma fórmula catastrófica que viene afectando de
manera cada vez más destructiva las condiciones de vida de la colectividad: por
un lado, insiste en políticas empobrecedoras y excluyentes (controles de
precios, disminución de la producción nacional) mientras en paralelo implementa
sistemas de control y sometimiento que vuelven dependientes del Estado a
sectores cada vez más amplios de la población. Mecanismos como los CLAPs o los
carnets de la patria, que condicionan la entrega de alimentos o distribuyen de
manera mezquina escasos beneficios sociales, promoviendo la exclusión y la
desigualdad, impidiendo el desarrollo y la autonomía de las personas.
En una nación en crisis, con
un gobierno que explota las necesidades de sus ciudadanos para mantenerse en el
poder, es fundamental el reencuentro de los venezolanos y la activación de la
colectividad, tanto para enfrentar los problemas comunes que nos afectan como
para construir un proyecto de futuro en el que todos estemos representados. La
gravedad del contexto actual nos afecta a todos y nos exige, para su
transformación, replantearnos en qué manera podemos participar e involucrarnos.
La situación actual debe ser leída como un llamado a la sociedad para
reflexionar sobre la importancia de valores como la solidaridad y la
convivencia. No como ideales abstractos sino como herramientas indispensables
para la articulación de las fuerzas sociales en la construcción de un proyecto
de país.
Nuestra experiencia con
iniciativas como Alimenta la Solidaridad en la que convergen el empoderamiento
y la organización local, la participación de organizaciones sociales y grupos
privados, nos demuestra una vía de trabajo posible que genera resultados y
cambios en la realidad. La solidaridad y la convivencia son conceptos que se
materializan en un plato de comida, en una comunidad trabajando en conjunto, en
una empresa contribuyendo activamente a aliviar una emergencia social. Una
Venezuela posible, distinta a la visión de exclusión, opresión y conflicto
impuesta por el gobierno, que se produce solo por el encuentro y el compromiso
real de las personas.
Sin un cambio en el modelo de
poder y la implementación de un plan de rescate que atienda a la crisis en toda
su complejidad no es posible cambiar el actual contexto de dificultad y
problemas que atraviesa el país. Pero para lograr condiciones de
transformación, es fundamental activar mecanismos de solidaridad y convivencia
que contribuyan a revertir las políticas de fragmentación y empobrecimiento del
régimen. Y esta narrativa de reconocimiento, encuentro y participación debe
alcanzar a los sectores políticos, económicos y sociales del país para plantear
una vía, posible e inclusiva, hacia el futuro.
robertopatino.com
29-11-17
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