JOSÉ DOMINGO BLANCO 23 de noviembre de 2017
@MINGO_1
El
futuro ya no es como antes” dijo el economista Víctor Álvarez en una de sus
intervenciones durante el evento “Hacia una Venezuela Industrializada: La
Ruta”, organizado por Conindustria. Un encuentro que puso sobre el mismo
escenario las visiones optimistas de un país posible, con planes a corto,
mediano y largo plazo, en el que la reactivación económica puede producirse y
que podrá medirse gracias a unos indicadores de gestión exigentes, enunciados
como para no darle espacio ni a la mediocridad, ni al conformismo, ni a la
holgazanería.
Ese
futuro de Víctor Álvarez que, supongo, es aún más difícil de descifrar porque
se construirá sobre las ruinas, la miseria y el destrozo que han dejado estos
años del régimen en el poder. Un futuro que ya no se adorna con palabras
bonitas; pero, que –espero- tampoco exculpará a los responsables de nuestra
situación actual. Los venezolanos estamos ante un modelo político sin
precedentes, del que no existen referencias y, por tanto, no logramos atinar en
las estrategias para producir el viraje que se requiere en estos momentos
críticos. Y por eso, no deja de ser meritorio que haya profesionales abocados
al diseño de planes para la reconstrucción.
Por
eso, celebro las oportunidades en las que los gremios se muestran al país, no
sólo con el diagnóstico del lamentable estado en el que se encuentra nuestra
nación, sino con las posibles soluciones; en una apuesta por la Venezuela que
aún no han abandonado y en la que siguen creyendo. Una Venezuela que debe
ofrecer oportunidades para que ese talento humano que hace posible el
florecimiento de un país, encuentre en su suelo patrio, la vía hacia la
prosperidad que hoy le ofrecen otras regiones.
Esta
Ruta Industrial 2025 que propone Conindustria parte de la premisa de que es
necesaria una gran alianza nacional, que será la que permitirá construir un
futuro de bienestar y prosperidad, sobre la base de la industrialización como
vía para combatir la pobreza, fomentar la igualdad y el respeto a la ley. Para
ello se requieren políticas públicas, acuerdos institucionales y un marco
jurídico justo. Y es en “la gran alianza nacional” donde quiero poner toda mi
atención. Porque lograr este consenso requiere de madurez –política- y desapego
–al poder. La “gran alianza nacional” pasa por apartar las ambiciones que no
construyen ciudadanía y, como he insistido, es con ciudadanía cohesionada como
lograremos producir los cambios que nos urgen. Cambios que además deberán generar
la ruptura de los nuevos paradigmas, de los “hombres nuevos” de esta
revolución, para quienes las míseras dádivas -y no las remuneraciones producto
del esfuerzo, trabajo y ansias de prosperar- son el máximo bienestar al que
quieren aspirar.
Conindustria,
y no dudo que muchos otros gremios coinciden, propone una serie de reformas
que, aseguran, deberían ejecutarse de forma inmediata para alcanzar en,
diferentes lapsos, unos logros que producirían un cambio importante: la
transformación que podría encaminarnos hacia un porvenir mucho más
esperanzador.
No
puedo dejar de comentar la crítica constructiva que hizo Imelda Cisneros
-exministra de Fomento durante el segundo mandato de Pérez- a la propuesta que
este gremio le hace al país y algunos de los actores que podrían ser los
ejecutores del plan. Cisneros comentó que, luego de leerse todo el documento,
sólo sintió que faltaba un capítulo: el de la viabilidad política. Y su
comentario, me hizo recordar otro foro al que asistí hace muchos años atrás, en
el que se analizó si el otro paquete de reformas económicas que se planteaba al
inicio del segundo mandato de Caldera “era un proyecto político sin viabilidad
económica o un plan económico sin viabilidad política”.
Y
aunque a muchos, en estos tiempos, la palabra política puede provocarles
desconfianza, escozor y náuseas, todo producto de los desaciertos y errores que
comenten sus actores, no es menos cierto que la política, en su estado más puro
y originario, es una herramienta que permite a las sociedades civilizadas,
organización y orden. Solo que, en los países caribeños como el nuestro,
política es sinónimo de poder, corrupción e impunidad.
Ese es
uno de los grandes retos que tiene Conindustria: difundir su propuesta para
lograr la cohesión de los ciudadanos en torno a su modelo de desarrollo para la
Venezuela futura. Un gremio que está consciente del rol protagónico que tienen
los industriales en este proceso de cambio, y que los obliga a ser los garantes
de los espacios donde el talento humano puede poner en marcha al país que todos
anhelamos. Una Conindustria que sólo tendrá que incluir en su propuesta, por
sugerencia de Imelda Cisneros, el capítulo de la viabilidad política de su
modelo –pasando primero por el “saneamiento” de la palabra política; pero, que
cuenta con el suficiente Know How y centenares de lecciones aprendidas como
para reflotar y reactivar el aparato productivo del país –hoy expropiado y en
bancarrota gracias a este régimen- y pensar en él como la vía que pondrá fin a
nuestros problemas actuales.
A modo
de reflexión, justo en el momento de poner punto y final a estas líneas,
constato que somos muchos los venezolanos que no estamos de brazos cruzados
esperando un milagro reparador ni un mesías salvador. Que, como tantas otras
iniciativas de las que tengo conocimiento, existen gremios, grupos y ONGs que,
sin afán político, son parte de esta tercera vía que podría capitalizar
nuestras preferencias a la hora de brindar apoyos. Entonces me pregunto: ¿Serán
los gremios los encargados de la transición? ¿Será esa la tarea que le tocará
asumir a Conindustria?
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