Trino Márquez 22 de noviembre de 2017
@trinomarquezc
El
régimen ha cometido todos los abusos y atropellos que ha querido. Logró
neutralizar la Asamblea Nacional, impidió el referendo revocatorio en 2016,
impuso la asamblea constituyente de forma fraudulenta y obtuvo una victoria
cuestionada, por tramposa, el 15 de octubre. Además, fusionó el Estado con el Gobierno,
y a estos dos órganos con el Psuv. Desaparecieron todas las líneas que deben
deslindar las fronteras entre, por ejemplo, el TSJ, el CNE y el Psuv. El CNE
ordenó repetir las elecciones en el estado Zulia, el más poblado del país,
luego del triunfo de Juan Pablo Guanipa, pero no se ha ocupado de ordenar la
repetición de los comicios en Amazonas después de que se anuló, hace casi tres
años, la escogencia de los diputados del
ese pobre y deshabitado estado. Las instrucciones para que se cometan esos abusos
han salido de Miraflores, donde pareciera sesionar la dirección nacional del
partido de gobierno. Esa unidad
indisoluble transformó al Psuv, con el
respaldo de las Fuerzas Armadas, en una poderosa máquina de manipulación y
extorsión del voto popular.
El
control de los órganos del Estado y del Gobierno, sin embargo, no le ha
permitido a Nicolás Maduro someter la realidad económica y social, ni ha
mejorado la imagen internacional del régimen. Después de los comicios del 15-O
se desató la hiperinflación, fenómeno nunca antes visto en Venezuela. El
incremento de precios en octubre fue superior a 50%. La devaluación del bolívar frente al dólar en
el mercado paralelo a partir de ese día ha sido superior a 60%. Esta erosión de
la moneda nacional ante la divisa norteamericana arrastró toda la economía.
Junto a la espiral inflacionaria tenemos la tremenda escasez y
desabastecimiento de productos de primera necesidad.
La
falta de medicamentos se ha agudizado. La muerte de Adrián Guacarán se levanta
como como símbolo de la desidia y corrupción que campea en el sector salud. La
destitución del director del Seguro Social, Carlos Rotondaro, no hace sino corroborar las sospechas de que
alrededor de los medicamentos se constituyó una mafia enriquecida sobre los cadáveres
de los venezolanos que han fallecido por la incompetencia y voracidad de unos
personajes desnaturalizados.
La
gigantesca deuda externa, la mora en la cancelación de los intereses y las
probabilidades de que se caiga en cesación de pagos, default, ha puesto en
evidencia la bancarrota de un gobierno que le ordena al Banco Central emitir
todo el papel moneda que se le antoja a Maduro para financiar sus
extravagancias con dinero inorgánico, pero que no puede hacer lo mismo para
imprimir dólares con los cuales honrar los compromisos internacionales, que de
forma alegre e insensata contrajo el Ejecutivo con numerosos organismos
financieros. Al gobierno nacional ninguna entidad seria quiere entregarle
dinero por la fama de maula que merecidamente se ha ganado. El conflicto que
mantiene con la Asamblea Nacional y la vigencia del decreto de emergencia
económica por casi tres años, ha agravado la debilidad del Ejecutivo para
llegar a acuerdos con los prestamistas internacionales. Este cuadro crítico se
agrava por la caída de la producción
petrolera. En la actualidad el gobierno
carece de divisas para financiar las importaciones en todos los rubros: insumos
y materias primas para la industria, repuestos y maquinarias, bienes de
capital, medicinas. La incidencia de estos déficits sobre la producción de
alimentos es crucial. La escasez y la inflación en los meses venideros serán
aún mayores.
La
realidad se le impuso al régimen con la misma inflexibilidad que actúa la
fuerza de la gravedad en el campo de la física. El deterioro de la calidad de
vida de los venezolanos continuará agudizándose. Aquí sí es verdad que hay una
tendencia irreversible. Mientras no se corrijan las políticas que han causado
este descalabro, la descomposición seguirá su curso incontenible. Maduro no da
ni la menor señal de querer rectificar. Al contrario, manifiesta el deseo de
seguir por el despeñadero. El último disparate fue la Ley de Precios Acordados,
aprobada por la asamblea constituyente. Ninguno de los adefesios anteriores ha
servido para convencerlo de que los controles representan el peor remedio para
curar la inflación y la escasez.
En
medio de este cuadro tan negativo, tendría que aparecer la dirección opositora
con un programa de cambios creíbles y viables. La realidad se ha erigido en la
más implacable fiscal acusadora de la incuria gubernamental. Es su más tenaz
rival. Ahora falta que resurja la vanguardia organizada que canalice el
descontento, aproveche la debilidad del gobierno y propicie las
transformaciones que nos rescaten del abismo en el que nos hundió la estulticia
roja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico