San Josemaría 18 de noviembre de 2017
Ha
llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen
esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, “vocavi te nomine
tuo” –te he llamado por tu nombre. Como nuestra madre, El nos invita por el
nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. –Allá, en la intimidad del
alma, llama, y hay que contestar: “ecce ego, quia vocasti me” –aquí estoy,
porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua
sobre los cantos rodados, sin dejar rastro. (Forja, 7)
Vosotros
y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque El mismo nos escogió antes
de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia
por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a
gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad. (...)
La
meta que os propongo –mejor, la que nos señala Dios a todos– no es un espejismo
o un ideal inalcanzable: podría relataros tantos ejemplos concretos de mujeres
y hombres de la calle, como vosotros y como yo, que han encontrado a Jesús que
pasa quasi in occulto por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han
decidido a seguirle, abrazados con amor a la cruz de cada día. En esta época de
desmoronamiento general, de cesiones y desánimos, o de libertinaje y anarquía,
me parece todavía más actual aquella sencilla y profunda convicción que, en los
comienzos de mi labor sacerdotal, y siempre, me ha consumido en deseos de
comunicar a la humanidad entera: estas crisis mundiales son crisis de santos.
(...)
Vida
interior: es una exigencia de la llamada que el Maestro ha puesto en el alma de
todos. Hemos de ser santos –os lo diré con una frase castiza de mi tierra– sin
que nos falte un pelo: cristianos de veras, auténticos, canonizables; y si no,
habremos fracasado como discípulos del único Maestro. Mirad además que Dios, al
fijarse en nosotros, al concedernos su gracia para que luchemos por alcanzar la
santidad en medio del mundo, nos impone también la obligación del apostolado.
(Amigos de Dios, nn. 2-5)
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