Trino Márquez 09 de enero de 2019
Después
del 10 de enero Maduro sólo podrá sostenerse en el poder sobre la base de la represión,
el miedo, la amenaza, el chantaje y la extorsión. Nunca a partir del consenso o
la persuasión.
Carecerá
de la legitimidad de origen que a duras penas obtuvo con su cuestionado triunfo
sobre Henrique Capriles en 2013, apenas un mes después de la muerte de Chávez.
Esa reñida y discutida victoria le dio un revestimiento de legitimidad de
origen frente al país y ante la comunidad internacional. Había logrado llegar a
Miraflores mediante el voto popular en unas votaciones a las cuales
concurrieron quince millones de personas, más de 70% del patrón electoral, con
un contrincante que pocos meses antes se había medido con Chávez y, según
palabras del propio caudillo, lo había obligado a emplearse a fondo durante la
dura campaña electoral. En la cita de abril de 2013 habían participado todos
los partidos políticos opositores. Fue una competencia desequilibrada porque
Maduro no se separó de la presidencia de la República y utilizó todos los
recursos del poder para favorecer su opción. Sin embargo, casi no había presos
políticos y las inhabilitaciones eran escasas.
Todo
esto cambio de forma radical en 2018. La convocatoria fue apresurada y a través
de la Asamblea Constituyente, órgano espurio que no fue reconocido por el país,
ni por los países democráticos del mundo. El llamado fue concertado para el 20
de mayo (al principio la cita se había fijado para marzo), cuando la fecha
constitucional para la transmisión de mando es el 10 de enero y las elecciones
presidenciales se realizan tradicionalmente en diciembre. Maduro intentaba
eludir el costo de la crisis económica y, especialmente, de la hiperinflación,
proceso que había comenzado de forma oficial en noviembre de 2017. Buscaba,
también, impedir que la oposición tuviese el tiempo necesario para escoger un
candidato unitario mediante el método de las primarias. Inhabilitó a los
principales partidos de la oposición y apresó o inhabilitó a los dirigentes
políticos fundamentales. Entre ellos a Capriles, Leopoldo López, María Corina
Machado y Antonio Ledezma. Mantuvo, sin ningún tipo de modificaciones, la
cúpula madurista del CNE, con Tibisay Lucena a la cabeza. Esa fue su respuesta
insolente a la ronda de negociaciones dirigida por Rodríguez Zapatero, que se
había dado en República Dominicana a finales de 2017.
La
candidatura de Henri Falcón en representación de un reducido número de
organizaciones, no logró convencer al conjunto de la oposición de que
participara en la contienda comicial, ni pudo darle legitimidad a esas
elecciones. La abstención fue muy elevada. El gobierno trató de abultar las
cifras oficiales. Maduro salió del 20-M tan desprestigiado, impopular y, más
grave aún para él, aislado internacionalmente, que como había acudido a la
contienda.
A
partir de mayo la ruina del país se aceleró. La hiperinflación sigue su ritmo
arrollador. El deterioro generalizado continúa. La estampida de los venezolanos
hacia el exterior no cesa. El éxodo se trasformó en un problema regional de
enormes proporciones. Maduro asume su segundo mandato con niveles de rechazo e
impopularidad muy altos. Su base social de apoyo se redujo a menos de 20% de la
población. Se sostiene en el poder porque la cúpula militar, a la cual le
entregó el país, decidió respaldarlo para que continúe en Miraflores. Los
militares se quedaron con Pdvsa, el Arco Minero, las empresas de Guayana, la
distribución de alimentos, la gerencia de la inmensa mayoría de las empresas
estatizadas, el contrabando de extracción de la gasolina y el acceso a los
dólares preferenciales que aún el gobierno otorga, a cambio de serles leal al
mandatario. Así es el intercambio.
Rusia
y China representan sus principales aliados internacionales. Pueden agregarse
Turquía e Irán. También, Cuba, Bolivia y Nicaragua, aunque estos últimos son
socios menores, poco importantes en la geopolítica mundial.
Luego
del 10-E la infame y disparatada política de Maduro contará con esos soportes fundamentales:
las Fuerzas Armadas, en el plano interno; Rusia y China en el marco de las
relaciones internacionales. La República civil y soberana habrá desaparecido.
Habremos quedado en manos de los militares, al igual que con los caudillos del
siglo XIX y las dictaduras de Gómez y Pérez Jiménez, en el siglo XX. La
soberanía nacional se habrá perdido. Los verdaderos dueños de Venezuela no
seremos los ciudadanos, sino los militares, los chinos y los rusos. A estos se
le deberá cada barril de petróleo que se extraiga del subsuelo, o cada onza de
oro que se produzca en el Arco Minero. A cambio de la renuncia a la soberanía y
el endeudamiento, habrá el respaldo militar que el régimen requiere para
perpetuarse en el poder.
Nicolás
Maduro seguramente no modificará su disparatado rumbo durante los próximos
años. No tiene el coraje ni la claridad para emprender los cambios que permitan
recuperar la economía. Permanecerá en Miraflores hasta que los militares
decidan lo contrario; o los Estados Unidos, en conversaciones con los chinos,
los rusos y los militares patriotas, acuerden parar la destrucción nacional,
porque se hayan convencido de que la runa de Venezuela los perjudica a todos.
Trino
Márquez
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