Ismael Pérez Vigil 12 de enero de 2019
El 10
de enero se perpetró una nueva violación de la Constitución de 1999, al
“juramentar” al presidente ante un TSJ, tan ilegitimo –no se nos olvide– como
el propio juramentado. Se realizó igualmente un “Cabildo Abierto” en el cual se
“consultó” al pueblo venezolano acerca de los pasos a seguir, pues para eso son
los cabildos, para “consultar”.
Pero
personalmente me preocupa que por complacer al público de galería y los manager
de tribuna se asumió una interpretación de los artículos 233, 333 y 350 que es
poco práctica y efectiva, políticamente hablando y tiene el peligro de
llevarnos a un nuevo proceso de frustración. Además, ¿Es suficiente un “cabildo
abierto” en el este de Caracas, para tomar una decisión de tanta trascendencia?
Me
pareció muy interesante la discusión de connotados abogados y juristas del país
con relación a la violación de la constitución con el acto de “juramentación”.
Con lo que no coincido es con algunas de las soluciones planteadas –y que de
manera algo confusa parece haber adoptado la AN– en el sentido de que
interpretando el artículo 233 de la Constitución, proponen que el presidente de
la AN asuma la presidencia de la Republica y nombre un “gobierno de transición”
(?) Hasta el nombre, “gobierno de transición”, resulta extraño.
Plantear
eso, a mi modo de ver, es pensar –como piensan algunos de los mencionados
abogados y juristas– que estamos frente a un mero problema jurídico y no es
así. Éste es básicamente un problema político y como tal, se debe recurrir más
a la racionalidad política que a la jurídica. Por eso no concuerdo con que se
le pidiera a Juan Guaidó, el joven presidente de la AN, que sacara pecho y se
inmolara frente a un régimen que ha demostrado hasta la saciedad que está
dispuesto a lo que sea, literal y fácticamente hablando, para mantenerse en el
poder. Pero hay además argumentos netamente pragmáticos para estar en contra de
esa propuesta.
Cuando
escuche por primera vez esa propuesta de que el presidente de la Asamblea asuma
la presidencia de la República, nombre un gabinete, etc., inevitablemente me
vino a la memoria una anécdota de Stalin en mayo de 1935, durante la firma del
tratado de protección mutua entre la Unión Soviética y Francia, ante el rearme
alemán. Laval, el canciller francés tras explicar con cuantas divisiones
contaba el ejército francés, conminaba a Stalin a que dejara tranquilos a los
católicos en la Unión Soviética, que no los hostigara, para no disgustar al
Papa; a lo que Stalin respondió: “¡Ah, el Papa… ¿Cuántas divisiones tiene el
Papa?”
Salvando
las distancias históricas y las obvias diferencias políticas — y el hecho de
que el Papa actualmente no goza de muchas simpatías en Venezuela entre los
opositores más radicales— al acordarme de esa anécdota no puedo evitar
preguntarme: ¿Con cuántas divisiones cuenta Guaidó para enfrentarse a la fuerza
armada nacional, los cuerpos represivos del estado y todo su aparato judicial,
que seguramente van a “defender” al gobierno de Nicolás Maduro? ¿Cuántos de los
que propusieron esa alternativa, sea que vivan aquí o fuera del país, están
dispuestos a exponer su pecho en primera fila junto a Guaidó y el resto de diputados
y exponerse a ir presos, salir al exilio y ser perseguidos, torturados y
amenazados por las fuerzas de seguridad?
Lo
anunciado por Guaidó, reitero, es un tanto confuso; no dijo de manera directa
que asume la presidencia y cuando se le interroga al respecto se limita a
señalar que se “apega al artículo 233” y que la Constitución “esta de su lado”
y que en todo caso esa posibilidad no depende solo de él. Pero esa indefinición
no importa, porque las redes sociales e importantes voceros internacionales ya
comenzaron a genera la matriz de opinión de que Guaidó es el presidente de
Venezuela y pasará lo mismo que pasó con la interpretación de las preguntas de
la consulta popular del 16 de julio de 2017, que se tergiversaron y utilizaron
como arma de choque en contra de la dirigencia opositora y se pedían sus
cabezas en vez de pedir las cabezas de la dictadura.
Me
parece que estamos cayendo en la campaña evidente –y bien orquestada en redes
sociales– de desprestigio a Guaidó y a la AN, que tiene todas las características
de provenir de esos laboratorios de guerra sucia que suele activar el régimen,
que lo que busca es que la dirigencia opositora pise el peine para aprovechar y
desatar una nueva ola de represión y descabezamiento de la oposición y generar
más ansiedad y frustración en la gente. Y no voy a pensar que algunos de los
voceros de la oposición, que hacen lo mismo, estén en complicidad con el
régimen; pero no me cabe duda que le hacen el juego, unos llevados por la
impaciencia y la desesperación, pero otros por su estrategia de desplazar a la
dirigencia opositora para asumir ellos el liderazgo.
Es que
hasta resulta sospechoso que no habían transcurrido ni 24 horas desde la írrita
juramentación presidencial y ya se estaba denigrando de la AN y su presidente
por no haber “asumido” el mismo 5 de enero lo que es el deseo, la
interpretación y la impaciencia de algunas personas. Cuando pasen los días y se
mantenga en el poder el régimen, apoyado en la fuerza y la represión, veremos a
muchos de esos voceros opositores, dejándose llevar por una nueva frustración,
denigrar nuevamente de los dirigentes de la AN y especialmente de Juan Guaidó.
Es
inevitable que surjan dudas, como por ejemplo: ¿Por qué se pidió a Guaidó que
asuma la presidencia sí es también posible –legalmente hablando– que la
Asamblea Nacional designara a cualquier otro ciudadano para ocupar el cargo?
¿Por qué algunas de las personas que proponen esa alternativa no se auto
propusieron para asumir la presidencia del país, y correr con las consecuencias
que ese acto implica?
Yo sé
que este artículo va a disgustar a muchos, pero las soluciones políticas no son
mágicas, no se construyen con divisiones, deseos o fantasías, sino sobre
consensos, acuerdos y hechos reales, de eso se trata la política. Durante los
tres últimos años hemos minado sin compasión las bases de la oposición, sus
fortalezas, mayoría y liderazgo. Expuestos a la más asimétrica condición de
actuación política y ciudadana, hemos convertido en fracasos las victorias
opositoras; no podemos esperar que resurja ahora, de sus cenizas, de la noche a
la mañana, con base a deseos y generando falsas expectativas.
Nos
toca rehacer y recorrer un camino que en parte ya habíamos andado y que
desperdiciamos por no contar con la dirigencia adecuada y por no contar tampoco
con los “dirigidos” adecuados, porque no solo o toda la culpa es de la
dirigencia opositora. Ojalá no estemos cometiendo un nuevo error o espero que
los que propulsaron y aconsejaron la toma de esa decisión sepan “algo” que los
demás no sabemos.
Ismael
Pérez Vigil
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