Humberto García Larralde 17 de enero de 2019
No es
difícil adivinar. A escasos cinco días de su usurpación, Maduro ha ratificado
su disposición a profundizar aún más la situación de miseria, hambre y muerte
que ha urdido sobre los venezolanos, y a continuar reprimiendo sus derechos
fundamentales para quedarse en el poder.
Empezando
por lo último, es poco lo que se puede añadir al secuestro por parte de agentes
del SEBIN del diputado Juan Guaidó, a quien le corresponde constitucionalmente
encargarse de la Presidencia de la República por ausencia de un titular
legítimamente electo. La alarma que suscitó internamente y la reacción
inmediata de la comunidad internacional demandando su liberación inmediata, dan
fe del nivel de torpeza a que llevó la desesperación fascista. Las absurdas
explicaciones de Jorge Rodríguez, en las que no escasean las mentiras, son un
reconocimiento de haber cruzado peligrosamente la raya.
Y, el
14 de enero, el usurpador le echó aún más gasolina al fuego hiperinflacionario
aumentando el salario mínimo en más de 300% (incluyendo bono de alimentación)
con una economía en ruinas y un sector externo asfixiado. Destruyó, además,
toda pretensión de convertir el parapeto del Petro en ancla monetario, de
precios, del tipo de cambio o de cualquier cosa, al decretar arbitrariamente
que ahora vale, Bs. 36.000 en vez de Bs. 9,000. Lo que sí sirve es para lavar
dólares.
Debe
recordarse que, cuando aumentó el salario mínimo en más de 3000% el 17 de
agosto del año pasado, el BCV se vio obligado a incrementar en más de 16 veces
el dinero sin respaldo para financiarlo, esa misma semana. Ello no tardó en
filtrarse a la liquidez en poder del público, que desde esa fecha se ha
multiplicado unas 18 veces. Hace poco más de un mes, el dictador volvió con
similar exabrupto: un aumento del 150% del salario mínimo y otro invento de bonos
diversos para la plebe, que se tradujeron en una multiplicación adicional –más
de cinco veces– de dinero inorgánico. Semejante irresponsabilidad produjo una
astronómica inflación anual de 1.690.000% en 2018, 650 veces superior a la ya
insufrible del 2017. Tampoco extrañan los terribles estragos que causó sobre la
actividad económica, que cayó en 2018 en un 18% –6° año de contracción—, y
sobre las condiciones de vida de los venezolanos.
Tal
destrucción de la capacidad de compra del bolívar ha hecho acelerar su
velocidad de circulación en la economía, ya que la gente lo canjea cuanto antes
por lo que sea. Esto retroalimenta la hiperinflación, que ha tomado una
dinámica propia impulsada por la ausencia total de confianza en la moneda y en
la gestión del dictador. Hoy el “nuevo” billete de BsS. 100, vale menos de 5
BsS de cuando se lanzó. Y el dólar realza su vuelo para alcanzar alturas
insospechadas hace un mes: en los primeros quince días del año, el bolívar se
ha depreciado en un 75% –el dólar ha aumentado cuatro veces su valor—, con lo
que el sueldo mínimo incrementado ya vale menos, en dólares, que su nivel
anterior el 31 de diciembre. El aumento del encaje legal para “secar” la
demanda por divisas obviamente no funcionó, ni funcionará en este contexto. Lo
que si hará es deprimir aún más la banca: su patrimonio total apenas superaba
$600 millones para noviembre del año pasado.
El
gran estafador vuelve a arrojar ahora una enorme masa de dinero sobre el país,
exacerbando su pérdida de valor. Continúa en su empeño por destruir salarios y
otras remuneraciones fijas y a matar todavía más gente de hambre, y por
padecimientos asociados a la desnutrición y la falta de medicamentos.
El
gráfico siguiente muestra la pérdida de capacidad adquisitiva del salario
mínimo a partir de noviembre, 2017, mes en que la economía venezolana entró en
hiperinflación. Si se supone una inflación para enero y febrero, 2019, similar
a la de los últimos tres meses (entre 140 y 148%), el salario mínimo se habrá
reducido a menos del 2% del de noviembre, 2017.
Maduro
no rectifica por desconocer esto. Usurpó el poder para otra cosa: mantener
hasta donde pueda el régimen de expoliación que ha destruido la economía,
devastado las arcas públicas y arruinado a PdVSA. De ahí los terribles
desequilibrios macroeconómicos, la hiperinflación, el cierre de empresas, el
desempleo y la absoluta incapacidad de respuesta del Estado para hacer otra
cosa que no sea servirle a una oligarquía mafiosa. Y para asegurarse de eso,
reprime siguiendo órdenes cubanas, niega derechos en complicidad con jueces
fascistas y miente descaradamente.
Por
ello la necesidad inmediata de sacar al usurpador. Cada día que pasa son más
atropellos, más hambre, más muertes. Es menester cerrar filas detrás de los esfuerzos
que, hasta ahora con tino y pies de plomo, viene haciendo el equipo que
acompaña a Guaidó. Las críticas, cuando habrá que hacerlas, deben contribuir a
sumar fuerzas, no a dividirlas. Y, en tándem, debe blindarse con el apoyo de la
comunidad democrática internacional, atenta, como lo mostró su condena ante el
breve secuestro del presidente de la Asamblea Nacional, a concertar esfuerzos
para asegurar el respeto al Estado de Derecho y la restitución de la
democracia.
Finalmente,
no se puede dejar de insistirle a los militares honestos que asuman valiente y
decididamente un pronunciamiento sin ambages, demandando la salida del
usurpador y de su camarilla de mafiosos. Hace tiempo ya que la degeneración del
alto mando quebró toda razón profesional, legal y ética por obedecerlo. Sus
integrantes son cómplices y partícipes activos del saqueo que arruina a la
nación, como de la represión que tortura y asesina a venezolanos. Padrino
López, Benavides Torres, Reverol, Zavarce, González López y sus secuaces, además
de corruptos, son fascistas, principales culpables de que se mantenga, junto a
la gerontocracia cubana, el régimen perverso que tanta destrucción ha causado y
que augura, para cada día adicional que se perpetúa, mayores penalidades aún.
Representan la oprobiosa tradición gorila que tanto daño hizo a Latinoamérica.
Que se cobijen detrás de un discurso antiimperialista no engaña a nadie.
“Chapita” Trujillo también lo hizo. ¿Hasta cuándo?
Humberto
Garcia Larralde
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