Eloy Torres Román 17 de enero de 2019
Venezuela,
tras veinte (20) años de desorden existencial, busca desesperadamente una
solución que acabe con los males impuestos por la así llamada Revolución
bolivariana. Vivimos de crisis en crisis. Las amenazas pululan por doquier. El
país desesperado y derrotado, espera con ansiedad, todo confundido, incluso con
agresividad, la aparición de un Cisne Negro.
Recuerdo
haber leído el trabajo “El Cisne Negro. El cáncer de Hugo Chávez y la
enfermedad de los líderes mesiánicos” del Embajador Julio Cesar Pineda quien
mostró, en el papel impreso, un conjunto de ideas desarrolladas por Nassim
NicholasTaleb y su teoría acerca del Cisne Negro. Vale decir, la explicación a
un acontecimiento que reúne las siguientes características: difícil de
predecir, en pocas palabras, improbable, imprevisto; luego, que traduzca un
significativo impacto y que no pueda ser explicado, sino después que
ocurre….todo “Cisne Negro”, como lo dice Taleb, necesita, más allá de la fuerza
de lo imprevisible, del efecto mediato e inmediato, una racionalización
retrospectiva”.
El
país movido por la fuerza de la metafísica apunta con plegarias por un cambio
urgente. Éste, ya no aguanta más. Se deshace en pedazos. No vemos el futuro;
cuando hablamos de futuro, nos referimos al contingente de jóvenes ausencias
que se han marchado del país. Colombia, Argentina, Chile, Perú, los EEUU,
México y otros son los destinos de un número de profesionales que hoy trabajan
en esos países. Todos han marchado con su título universitario al hombro para
mostrar su disposición a forjarse, en lo individual y personal, su futuro.
Nuestra
existencia está contaminada por una ideología nefasta. La corrupción es la
moneda que corre por la cabeza de todos. Se busca lo fácil y barato. Los
enemigos de nuestro futuro, por ahora, han triunfado en el país. Los que
quedamos en él, nos esforzamos para cumplir con nuestra dignidad, sin sucumbir
a la degradación como seres humanos
20
años de escarnio. 20 años perdidos. Personas de distintos niveles y formaciones
culturales, a veces, eluden lo tremendamente importante y prefieren convivir
con la facilidad discursiva para sentenciar negativamente acerca de este país,
el cual, según ellos, no lo es. Venezuela, no es un país, pues no tiene
identidad. Privilegian a Colombia, Perú, México e incluso a Cuba. Estos sí la
poseen. Muy fácil, decirlo. Todo, para evitar el esfuerzo de pensar en la
solución. En tanto que para otros, la salida, es volver a lo que fuimos.
¿Qué
fuimos? Bueno, seguramente, muchos de éstos voltean su mirada al pasado y creen
que como quiera que ellos eran quienes decidían, por distintas razones, hoy, de
nuevo, sienten que son los mejores intérpretes para apuntar correctamente al
tema. Muchos de éstos, prefieren perderse en palabras y acertijos difíciles de
digerir, para no decir, comprender. Tenemos 20 años perdidos, justamente por no
comprender que el mundo cambió y con él, el país. Hace falta inteligencia, como
capacidad, para salir del atolladero en el cual vivimos desde hace 20 años.
Me
reencuentro con la lectura de Don Rómulo Gallegos y su Reinaldo Solar. Digo,
para no hablar de otros tantos intelectuales quienes sí se esforzaron mediante
la escritura para formular acertadas tesis y encontrar las salidas a los
diversos momentos de tensión que, como Nación, hemos experimentado. En la
referida obra uno de los personajes (Rosaura) ante la desesperanza preguntó a
Reinaldo Solar:
-“¿Y
tú qué harás ahora?”
– No
sé. Busco todavía el rumbo de mi vida, la definitiva orientación de mi
espíritu.
-Me
parece haberte oído otra vez esas mismas palabras.
-¡Cuántas
veces las habré repetido! Ahora, al cabo de tantos años gastados inútilmente en
buscar mi camino, me encuentro otra vez en la encrucijada, ¡en la perenne
encrucijada de la incertidumbre de mí mismo! (Reinaldo Solar, Rómulo Gallegos.
Pág.199.Edic. Populares venezolanas, C.A.)
*Lea
también: Bajo las actuales circunstancias, parece pertinente…, por Pedro Luis
Echeverría
El
venezolano del siglo XXI, expresa a esa misma Rosaura, toda escéptica ella.
Mientras él, insiste y procura superar esa falta de ánimo. Ese venezolano, en
pleno siglo XXI, enfrenta un estado de “angoisse” existencial. No sabe lo que
busca. Los enemigos de su futuro se empeñan en permanecer en el poder. Falta la
aparición del Cisne Negro que traiga consigo la solución. No es metafísica;
sino la búsqueda de la esperanza. Este 2019, desde el 10 de enero se comenzó a
dibujar las líneas maestras del Cisne Negro. Hay que imprimir entusiasmo.
Me
hago la pregunta: ¿acaso, hay que esperar su aparición a fin de transformar la
realidad? Todo el mundo habla del cambio. Todo es inminente, dicen. Me apoyo en
la historia para ejemplificar algunas cosas. Antes del estallido de la guerra
en Europa en 1912-1913 se hablaba de la inminencia de ésta; a pesar que la
economía funcionaba bien, las artes florecían; la ciencia y la tecnología
marchaban a paso de vencedores y los trabajos de infraestructura,
concretamente, los ferrocarriles se desarrollaban; sin embargo, la cínica
sonrisa de la guerra cubría a Europa. Las fuerzas profundas de la historia
aparecieron y en Sarajevo, un 28 de junio de 1914, estalló, lo que todos
esperaban, pues las tensiones acumuladas la propiciaron: la guerra.
Todos
hablan de la economía sin saber qué cosa es ella. La sienten sí, y no
encuentran fácil la explicación. Todos discuten, “con conocimiento de causa”,
acerca de lo que tiene que hacer la Asamblea Nacional. La democracia muere y
nadie observa su inminente desaparición. La base de la pirámide de Maslow, se
apoderó del venezolano. La libertad no tiene sentido, ni la democracia. Lo que
importa es satisfacer lo primario. Los derechos humanos no tienen sentido en un
creciente régimen totalitario que nos engulle ¿Dónde estás Cisne Negro?
Vivimos
un dilema. Una tragedia que nos consume. No milito por evitar los análisis
realistas de la política. Por el contrario. Veo los peligros carcomiéndola. La
polémica es obvia y necesaria. La oposición debe crecer a partir del debate
democrático. No obstante, en su seno esparcido por toda la geografía nacional,
se muestra inconexa. No hay coincidencia en lo que se busca. Bueno, todos
coinciden en acabar con el régimen. Ello, sin embargo, no es garantía. Es un maratón
que exuda el interés de algunos a correr más rápido que el resto. Dicen ellos,
ser la garantía para alcanzar la dignidad del venezolano; otros, más cautos,
fijan su mirada en el drama cotidiano del venezolano. Éste, no come y no tiene
medicinas.
Tras ese
dilema, creemos se esconde la ambición. Un país esclavo de las ambiciones
requiere de un Cisne Negro. Una solución que no se obtenga de unos
supuestamente “sabios”, pero, tampoco de unos conformistas
Los
medios de comunicación social, incluidas las novedosas redes sociales, brillan
con noticias negativas. Es su alimento principal. El liderazgo político
venezolano se nutre de la exposición de los hechos negativos. Los “fake news”,
sirven de aliciente para una “relativa verdad”. Ellos ofrecen lo que se llama
en la jerga dela comunicación social: rating. En un afán por discutir aspectos
urgentes, obviamos lo importante. La sociedad venezolana no es distinta a
otras, donde la agresividad crece exponencialmente. Francia, Italia, Grecia,
México, Argentina e incluso los EEUU observan un creciente, como peligroso
proceso de desencanto generalizado. Rusia, tampoco escapa a ello.
Sin
embargo, su naturaleza existencial, basada en la ortodoxia cristiana, limita
sus aspiraciones libertarias. China es aun enigmática y misteriosa, por lo
alejada ella, de los menesteres democráticos. Mientras, en nuestro país,
sufrimos un creciente espíritu decepcionante, fomentado, principalmente, por la
intelectualidad reunida bajo la figura de los “Notables”; luego por la propia
jauría política, cuyo dinámica la ha enclaustrado en un estado de angustia
existencial, dibujada con trazos de urgencia, pero, que concluye en un
pesimismo exagerado y el venezolano no observa sino los aspectos negativos que
le resalta la política y que se resiente en la economía. No se hace sino
ponderar los elementos negativos, por encima de los positivos.
También,
nos topamos con los radicalismos políticos. Ante la “aparente” muerte de la
política; estos grupos surgen y florecen cual verdolagas, vestidos todos con el
traje de la anti-política. Las palabras fuertes son utilizadas con facilidad
para acaparar espacios; se rechaza el lenguaje moderado; en su lugar se
fortalece uno cuya naturaleza es ultra simplista; luego, se evita la sutileza.
Los canales de comunicación son atiborrados de mensajes negativos, agresivos y
muestran la amenaza como la pre-solución. La crisis nos marca con un
“sentimiento trágico”. No vemos la salida. El escepticismo nos cubre. Todos
esperamos la llegada de un momento catastrófico. Éste, vendrá de la mano de una
nefasta presencia de la política, por la prensa escrita, radio y la TV.
La
llegada del Cisne Negro, se transforma en una especie de paradigma político, de
comunicación, científica y comercial e incluso de gobernanza. Es todo un modo
de vida lo que nos espera con la visión del Cisne Negro. Esperar la inminente
llegada de lo catastrófico nos induce a pensar en ese paradigma. Millones de
mentes lo piensan, regional y mundialmente. Lo malo es que siempre los
cazadores de bobos, encuentran la ocasión para especular y poder sobrevivir.
La
teoría del Cisne Negro se impone en la medida que el hombre haga y busque unas
soluciones distintas a las que se ha acostumbrado. Einstein, lo dijo en una
sabia ocasión. Si quieres resultados distintos, deja de hacer lo mismo
Eloy
Torres Román
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