Ismael Pérez Vigil 22 de agosto de 2020
A
las preguntas: qué hacer desde hoy, hasta el 6 de diciembre; y qué hacer a
partir del 7 de diciembre –y sobre todo a partir de enero de 2021–, todos
tenemos que dar respuestas. Los que planteábamos que había que concurrir al
proceso electoral y los que llamaron a la abstención.
Hoy
ambas opciones, votar o abstenernos, luce que son igualmente malas, pues nos
llevan a perder y nos retroceden en materia política frente a la mayoría
opositora del país, a la que no se le ofrece una alternativa de cambio, que le
dé esperanza y le sirva para enfrentar las duras condiciones de vida a las que
está sometida la mayoría del pueblo venezolano, opositores y no opositores.
La
primera de las preguntas, ¿Qué hacer hasta el 6 de diciembre?, para los que
planteábamos –y seguiremos planteando– que acudir a los procesos electorales,
aun los tramposos y fraudulentos como éste, tiene sus ventajas, la respuesta
era más simple, pero ya no tiene sentido comentarla, ¿Para qué hablar de algo
que no va a ocurrir?
Pero
la pregunta totalmente pertinente es: ¿Qué plantean los que promueven la
abstención, como curso de acción, como actividades a realizar, para evitar esa
mortífera inmovilidad que acompaña a todas las abstenciones? Ante la ausencia
de respuesta, concluimos que lo de la abstención, más que una repuesta
política, es una respuesta a la frustración, a la molestia de pensar que no
supimos aprovechar y sacar un mejor partido al triunfo electoral de 2015.
Por
supuesto, más pertinente aún es preguntarse, y responderse, acerca de ¿Qué
hacer a partir de enero de 2021?, cuando no tendremos Asamblea, ni Presidente
Encargado, ni diputados, ni siquiera partidos políticos en manos de sus
autoridades y líderes genuinos y legítimos que puedan actuar abiertamente. Y
esa pregunta si es para todos, pues a partir de esa fecha, todo será una
amalgama parduzca –porque ni el rojo vivo se podrá apreciar– que nos sumirá más
y más en el desconcierto, la miseria y la destrucción.
En
la oposición estamos en un hueco profundo, del cual no sabemos si hemos
llegado, no al fondo, que no lo tiene, sino al momento del retorno y el
recomenzar el ascenso. Se escuchan críticas, recriminaciones y acusaciones,
pero que no responden a lo que podríamos llamar una reflexión intelectual de
pensadores serios, sino al viejo paradigma de demoler y destruir al otro;
muchos solo ven la oportunidad de desplazar, finalmente, al que teniendo o no
más méritos que él, ocupa ese lugar, ese pináculo que él creé merecer para sí,
para su familia, para sus allegados, para sus compañeros de ideas.
En
la particular coyuntura en la que nos encontramos, en este momento oscuro,
frágil, donde el desconcierto es tan espeso que hasta se podría apartar con la
mano, todo parecería indicar que se impone algo de lucidez, de sosegada
reflexión, de mirar los errores cometidos y tratar de encontrar algunas
orientaciones que ofrecer a los miles, quizás millones, de venezolanos que
aspiran a una respuesta que vaya más allá de un sonoro NO.
Pero
no parece que sea así, no parece que podamos avanzar en una crítica y
autocritica sana; siempre hemos tenido poca capacidad de autocrítica, y la
crítica usualmente la convertimos en juicio y pase de factura, por eso nunca es
bien recibida y todos andamos siempre a la defensiva. Parece además que nos
hemos quedado sin imaginación, sin ideas, como gallinas a las que les cortan el
pescuezo y siguen corriendo, sin rumbo y sin poder cacarear pues no tienen
cabeza.
En
el momento en que más hace falta ese pensar profundo, el análisis certero,
cualquier nimio gesto se convierte en ofensa y quizás el mejor ejemplo –al
menos el más reciente– es la reacción frente al último documento de la
Conferencia Episcopal, que si bien no es el más lúcido de los que hayan
publicado, nada permite pensar que se emitió con mala intención. Desde luego
que claro o esclarecedor no es, pues en un párrafo –en el punto 3– hace agudas
críticas muy lúcidas, certeras y apropiadas, al sistema electoral y a la
situación política del país y en el siguiente, en el punto 4, pareciera hacer
un llamado –conste que dije: “pareciera”– a proceder de la manera contraria a
lo que se podría esperar como conclusión del párrafo anterior (Y esto lo dice
quien ha defendido públicamente, por escrito y varias veces, la necesidad de
participar en el proceso electoral).
Pareciera
redactado por dos personas distintas, o peor aún, parece una solución de
compromiso para que todos quedaran contentos. Pero lo que quiero destacar no es
la propuesta confusa o enredada para unos y transparente y clara para otros; lo
que destaco es la inutilidad del esfuerzo de la Jerarquía Católica si lo que
quería era llamar a una reflexión, pues su documento cae en un penoso vacío, en
saco roto; nadie lo va a analizar de manera fría y objetiva, pues frente a lo
que propone –en ese documento y todos los documentos que se presentan, sean de
quien sea, pues la situación siempre es igual– o lo que sea que se haya
intentado proponer, fue inútil, pues todos tenemos una posición tomada, de la
que no nos moverá nadie y todo lo que la contradiga –y sobre todo los que la
contradigan–, serán siempre sospechosos de estar llevados por oscuros,
inconfesables y personales intereses.
Lo
que es peor es que la Jerarquía Católica siempre ha sido aliada en los análisis
y críticas que la oposición ha hecho a este oprobioso régimen y sus documentos
siempre han sido esclarecedores, contundentes y firmes en la defensa de las
mejores causas del pueblo venezolano; tan solo por eso este último merecía un
análisis más objetivo y frio, aun cuando no se compartiera alguna de sus
propuestas. Ahora, quedamos a la espera de los exegetas usuales, que nos
“traduzcan” lo que en realidad quisieron decir los obispos, pero no parece que
lo vayan a hacer y algunos de ellos –los que ya lo han hecho– han sido tan crípticos
o más que los prelados de la Conferencia Episcopal.
Irónicamente,
todos estamos a la espera de la propuesta de un nuevo pacto por parte de la
dirección política de la oposición democrática, que ya comienza a perfilarse
por allí, todavía de manera confusa; lo de irónicamente no lo digo porque sea
algo inútil, que no lo es, todo lo contrario, lo digo por lo de la “espera” de
algo que tenía que estar más avanzado y da la impresión que se estuviera
comenzando a dibujar, a idear, a llenar de contenido.
Pero,
no me mal interpreten, esto es solo un llamado de atención, una invitación a la
reflexión, porque quienes siempre vemos el vaso medio lleno, sabemos que
también saldremos de ésta, como salimos de la grave depresión que tuvimos en el
2002, en el 2004, en el 2009, en el 2014 y en ésta que arrastramos desde
finales de 2019. Estamos a la espera de la ofrecida ruta.
Ismael
Pérez Vigil
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