Nathaniel Popper y Ana Vanessa Herrero 28 de agosto
de 2020
@nathanielpopper y @AnaVHerrero
Gabriel
Jiménez odiaba a Nicolás Maduro. Pero era un entusiasta de la criptomoneda.
Diseñar una moneda digital para el régimen de Venezuela casi le costó la vida.
Justo
después de la medianoche de un martes a principios de 2018, el vicepresidente
de Venezuela se apropió de las ondas televisivas del país. De apariencia serena
a pesar de la hora, con un traje azul y corbata roja, anunció que el gobierno
estaba a punto de hacer historia al convertirse en el primero del mundo en
vender su propia criptomoneda. Se conocería como petro.
A
tres cuadras, en las extensas oficinas del vicepresidente, Gabriel Jiménez
estaba sentado con cara somnolienta en una enorme mesa de conferencias hecha de
vidrio, mientras tecleaba sin parar en una laptop. Unas poderosas máquinas de
aire acondicionado enfriaban el aire. Delgado, con grandes anteojos negros
acomodados entre una barba desaliñada y una línea capilar con principios de
calvicie, Jiménez había pasado meses en el diseño y la programación de todos
los detalles del petro. Ahora, junto con su principal programador, se
apresuraba para que empezara a funcionar, a pesar del hecho de que aún no se
habían tomado decisiones básicas.
En
cuanto el vicepresidente terminó la transmisión, su jefe de personal entró a la
oficina, furioso. Jiménez no entendía… decía algo sobre errores de dedo en un
sitio web, una vergüenza para la nación. El jefe de personal trajo a dos
guardias armados con rifles militares y le dijo a Jiménez y a su programador
que tenían prohibido irse. Si hacían cualquier intento por comunicarse con el
mundo exterior, estarían camino a El Helicoide, un símbolo distintivamente
venezolano del terror: el proyecto futurista de un centro comercial, con rampas
para que los autos subieran directamente a las tiendas, ahora convertido en
prisión política y centro de tortura.
Por
debajo de la mesa, Jiménez le envió un mensaje de texto a escondidas a su
esposa. Aunque ella lo había dejado hacía poco, le pidió que le enviara un
abrazo y le dijera a su padre que estaba en problemas.
Jiménez
finalmente fue liberado antes del amanecer. Cuando llegó a su departamento,
comenzó a sollozar. Antes de tener tiempo de componerse, recibió una llamada.
Era Nicolás Maduro, el presidente, quien quería verlo. Jiménez caminó al
palacio presidencial, abriéndose camino a través de las multitudes que se
encontraban afuera, exhausto y temeroso.
Unos
meses antes, la idea de que a Jiménez lo llamaría el dictador que gobernaba
Venezuela habría sido inimaginable. Jiménez tenía tan solo 27 años, dirigía una
pequeña empresa emergente y había pasado años manifestándose en contra del
dictador. Maduro no solo había provocado una crisis financiera en el país
debido a su mala gestión, sino que también había detenido, torturado y
asesinado a quienes cuestionaban su poder.
No
obstante, sin importar lo que Jiménez pensara del régimen, tenía sentimientos
igual de contundentes respecto del potencial de la criptomoneda. Cuando el
gobierno de Maduro se acercó a él para hablar de la creación de una moneda
digital, Jiménez vio una oportunidad para cambiar su país desde adentro. Si la
criptomoneda se creaba de la manera adecuada, según creía Jiménez, podría darle
al gobierno lo que deseaba —una manera de combatir la hiperinflación— mientras
también introducía de manera furtiva tecnología que les daría a los venezolanos
un poco de libertad en un gobierno que dictaba todos los detalles de la vida
diaria.
Sus
amigos y su familia le advirtieron que trabajar con el régimen solo podría
terminar mal. La persona que supervisaba la iniciativa, el vicepresidente
Tareck El Aissami, había sido descrito como un “capo de la droga” por el
gobierno estadounidense y pronto sería incluido en una lista de los más
buscados. Jiménez reconocía el peligro, pero hablaba del petro como un caballo
de Troya que serviría para introducir el tipo de reformas con las que él y la
oposición habían soñado durante años.
Los
años de 2017 y 2018 fueron muy dramáticos para todos en el mundo de la
criptomoneda: el precio del bitcóin se dispararon más de un mil por ciento
antes de desplomarse. Fortunas de miles de millones de dólares se crearon y
perdieron. Pero tal vez nadie había tenido un viaje más riesgoso que Jiménez.
Su fe en la divisa digital lo llevó del anonimato al corazón de las oscuras
instituciones del poder en Venezuela. De pronto, Jiménez estaba negociando
directamente con Maduro y sus funcionarios más cercanos, quienes a menudo
aplaudían su ingenio, todo esto antes de amenazarlo al punto de llevarlo al
exilio.
“El
verdadero objetivo del proyecto era cambiar el modelo económico del régimen
opresor”, le dijo hace poco al Times. “Esta era mi misión y mi jugada, en una
apuesta que acabó por costarme todo lo que tenía en la vida: mis amigos, mis
socios, mi reputación, mi amor, mi empresa y mi país”.
Jiménez
ya antes había sido identificado como autor del petro pero hasta ahora jamás
había dado a conocer su historia. Este recuento se ha construido con ayuda de
cientos de páginas de correos electrónicos confidenciales, mensajes de texto y
documentos de gobierno, así como con entrevistas a más de una decena de
personas involucradas en el proyecto. Muchas de ellas pidieron permanecer en el
anonimato puesto que todavía viven en Venezuela, y ahí criticar al gobierno
abiertamente puede rápidamente conducir a la cárcel o la muerte.
Un
país necesitado de ideas desesperadas
Jiménez
tenía 8 años y vivía en la pequeña ciudad de El Tigre, cuando Hugo Chávez llegó
al poder en 1998. Chávez, marxista, usó las enormes reservas de petróleo de
Venezuela con el fin de pagar servicios sociales para los pobres, pero también
sumió al país en un autoritarismo construido en torno al culto de su
personalidad.
Jiménez
era parte de una clase instruida que naturalmente se sentía atraída a la
oposición. Después de cursar la universidad en Caracas, Jiménez pasó algunos
años en Estados Unidos; estudió, se casó e hizo lo que pudo para oponerse a
Chávez y a su sucesor, Nicolás Maduro. También fue becario de una congresista
republicana de Miami que constantemente criticaba al régimen venezolano. Cuando
los reformadores ganaron las elecciones parlamentarias en 2015, Jiménez se
sintió obligado a regresar a su país para participar en la apertura política.
Jiménez
y su esposa llegaron a Caracas a principios de 2016 y encontraron a una nación
al límite. Los precios del petróleo se habían desplomado, por lo que Maduro
comenzó un frenesí de impresión de dinero. Conforme los bolívares se volvían
inservibles, los medicamentos desaparecían, los refugiados se ahogaban y los
niños se morían de hambre.
Jiménez
estaba bastante protegido en medio de esa crisis. Había fundado una empresa
emergente, The Social Us, que conectaba a programadores y diseñadores
venezolanos con compañías estadounidenses que buscaban mano de obra barata.
Como muchos venezolanos más adinerados, Jiménez conservaba casi todo su dinero
en dólares, pero esto hacía que las transacciones fueran un dolor de cabeza.
Tenía que cambiar dinero ilegalmente, y un viaje en taxi requería un fajo tan
grueso de bolívares que la mayoría de los conductores solo aceptaban transferencias
bancarias.
La
situación volvió a encender el antiguo interés de Jiménez en las criptomonedas.
Comenzó a pagarles a sus empleados con moneda digital; incluso con la demente
volatilidad de los criptomercados, resultaba más estable que una cuenta
bancaria venezolana y no quedaba bajo los decretos del régimen de Maduro. El
personal de The Social Us comenzó a hablar de la criptomoneda como una manera
en que los venezolanos comunes y corrientes —que compraban bitcoines cada vez
en mayor número en la calle— podían lidiar con problemas prácticos. Uno de los
proyectos que diseñaron era una terminal de pago que eludía los topes de gasto
impuestos por el gobierno.
En
un principio, el régimen de Maduro vio el bitcóin como una amenaza. Después de
todo, la tecnología usaba una red descentralizada para crear y mover dinero, y
ninguna autoridad la regulaba. No obstante, después algunos miembros del
gobierno se dieron cuenta de que tenía sus ventajas y sus desventajas. La
criptomoneda también podía ser una manera en que Venezuela podría escapar de
las sanciones impuestas por Estados Unidos y otras organizaciones
internacionales.
En
septiembre de 2017, un funcionario leal a Maduro propuso la idea de crear una
moneda digital respaldada por las reservas petroleras de Venezuela. Eso era
poco ortodoxo: uno de los principios del bitcóin es que su valor no nace de un
recurso natural ni de un decreto gubernamental, sino de las leyes de las
matemáticas. Sin embargo, la distinción desapareció ante la desesperación de Venezuela.
Carlos Vargas, el funcionario, leyó sobre el trabajo de Jiménez con las
criptomonedas en una publicación local y le solicitó una reunión.
Poco
después la silueta imponente de Vargas apareció en las oficinas de The Social
Us. Mientras devoraba una bolsa entera de papas fritas, Vargas halagó a los
jóvenes profesionales digitales y dijo que eran de los únicos en Venezuela
capaces de llevar a cabo su propuesta. La idea era exactmente lo que Jiménez
esperaba escuchar. La meta era crear una nueva divisa venezolana capaz de
moverse libremente en una red abierta, como el bitcóin. El gobierno no tendría
capacidad de controlarla o estropearla. Vargas quería llamarla Moneda Petro
Global pero Jiménez sugirió algo más simple: petro.
The
Social Us preparó una breve presentación de venta para el proyecto del petro.
Sin embargo, Venezuela está llena de personas que proponen planes dementes, y
Jiménez no se esperanzó mucho. Después, a principios de diciembre, cuando
Jiménez estaba en una conferencia en Colombia, recibió un mensaje de texto
urgente. Maduro acababa de anunciar una criptomoneda nacional llamada petro.
Jiménez abrió su laptop y encontró un video del presidente, con su camisa
habitual de trabajo, quien le decía a una multitud vociferante: “Esto es algo trascendental”.
Jiménez
le envió un mensaje a Vargas: “¿Acaban de robarse nuestro proyecto?”.
Vargas
respondió: “Este es el proyecto. Acaban de aprobarlo. Regrésate de inmediato”.
Reparación
a golpes al aire acondicionado del presidente
Jiménez
llegó a Caracas entrada la noche y pronto estaba al teléfono con algunos
funcionarios de gobierno y El Aissami. El vicepresidente tenía reputación de
ser el segundo hombre más despiadado de Venezuela. Sin embargo, conforme
empezaba a cuestionar a Jiménez, parecía que había ocurrido algún revés extraño
de poder.
El
vicepresidente se mostraba amigable y curioso, y dio a entender que este era el
proyecto de Jiménez; ellos solo estaban ahí para aprender de él. El Aissami
quería saber cuántos petros habría y si podrían generarse a través de un
proceso de ‘minería’ como el de los bitcoines. Jiménez pensó que los
funcionarios no tenían una idea particularmente clara de cómo funcionaban las
criptomonedas.
Después
de la llamada, Jiménez les envió un correo electrónico a sus empleados para
convocarlos a una reunión temprano en la oficina. Al estar todos reunidos, se
paró sobre un escritorio y dijo que debían dejar todos los demás proyectos y
enfocarse en el petro. Quienes así lo quisieran tenían la libertad de irse,
dijo, pero si lo hacían bien, tendrían una oportunidad única para transformar a
Venezuela. “Vamos a liberar a la gente de los controles del gobierno”, comentó.
Uno
de los empleados de Jiménez renunció en ese momento, alegndo que no toleraría
trabajar para un dictador. Fuera de la oficina, la idea de una criptomoneda
respaldada por el Estado —prácticamente un oxímoron— ya se había vuelto motivo
de burla entre quienes abogaban por la tecnología como un modo de evadir el
poder estatal. Al concluir la reunión, uno de los amigos más cercanos de
Jiménez, el director creativo Daniel Certain, lo llevó aparte para conversar en
los coloridos pufs que había por toda la oficina.
“No
lo hagas, es mala idea”, le dijo Certain. “Nos vas a poner a trabajar para
ellos y luego te van a quitar el proyecto de las manos cuando ya no les seas
útil”.
Según
recordó Certain, Jiménez se rio con su característica arrogancia y le dijo:
“Nadie más en Venezuela sabría cómo hacer esto”.
Otros
amigos también intentaron disuadir a Jiménez. Pero en todos sus tratos con el
gobierno recibió atenciones VIP. Cuando dijo que sería un símbolo importante
presentar el white paper del petro —el documento fundacional para cada
criptomoneda, también llamado libro blanco— en el banco central, un ministro
dijo que se encargaría de que así fuera. Cuando insistió para que lo hicieran
en menos de un mes para que nadie dudara del proyecto, el gobierno estuvo de
acuerdo.
Jiménez
optó por basar el petro en el ethereum, el principal competidor del bitcóin,
que le permitiría participar en el tipo de mercado libre y públicamente visible
que de otra manera estaba prohibido en Venezuela. Nadie en el gobierno parecía
preocupado (ni consciente) al respecto.
Como
lo prometió, Jiménez presentó sus planes para el petro a finales de diciembre,
en una conferencia de todo un día en un banco central que incluía a un grupo de
expertos estadounidenses en criptomonedas. Cuando Vargas —el recién designado
superintendente de los criptoactivos de Venezuela— subió al escenario, parecía
haberse impregnado de las opiniones heréticas de Jiménez. “Hablamos de la
necesidad de transformar nuestro sistema y avanzar a un nuevo sistema
económico”, dijo Vargas.
Sin
embargo, la verdadera conversación ocurrió después de terminada la conferencia.
Vargas le dijo a Jiménez y a los estadounidenses que el presidente quería
reunirse con ellos.
Era
de noche, y una furgoneta los llevó por barricadas fuertemente armadas hasta la
base militar donde el presidente tenía su residencia privada, conocida como La
Roca. Era de una simpleza que ninguno anticipaba. Un viejo Chevy Camaro se
encontraba en el patio, al lado de un trampolín infantil.
Maduro
estaba vestido de manera casual, sentado en un sillón con su esposa, al lado de
otros funcionarios de alto nivel. Estrechó manos con todos y conversó en inglés
deficiente elogiando a Nick Spanos, estadounidense, por su aparición en un
documental reciente sobre el bitcóin que el dictador y su esposa acababan de
ver en Netflix.
El
aire acondicionado que estaba arriba de la puerta hacía ruido. El presidente le
pidió al vicepresidente que lo arreglara. Con su traje deportivo Adidas, se
paró sobre el sillón y golpeó la máquina algunas veces. Para Jiménez la
ausencia de lujos resultó tranquilizadora, dada la privación que pasaba el
resto de Venezuela.
Maduro
le dijo al grupo entre risas que su anuncio del petro había inspirado a los
inversionistas de la criptomoneda en todas partes y ayudado a impulsar los
bitcoines a un máximo histórico de 20.000 dólares. No estaba claro si estaba
bromeando, y todos simplemente se rieron.
Cuando
el presidente le dio la palabra de Jiménez, este repasó lo básico del petro, y
mencionó una emisión inicial de 200 millones de dólares. Después el ministro de
Economía alzó la voz, y, por primera vez, los planes de Jiménez fueron
cuestionados. El ministro sacó un fólder manila con un mapa de la faja del
Orinoco y dijo que quería que el petro estuviera respaldado de manera constante
mediante ciertas reservas de petróleo de ahí, que tenían un valor mucho mayor,
de varios miles de millones de dólares.
Jiménez
reviró: una cosa era vincular el precio inicial del petro al petróleo, pero, si
no podía comerciarse libremente después de eso —al precio que los
inversionistas creyeran aceptable— entonces no sería un producto
revolucionario. Un petro cuyo precio siempre reflejara las reservas de petróleo
básicamente sería un bono, y las sanciones recientes habían vuelto ilegal que
los estadounidenses los compraran.
El
presidente no parecía seguir el debate tan de cerca. Mientras se dispersaba el
grupo, Spanos no tuvo un buen presentimiento sobre el futuro de Jiménez. “Pensé
que se convertiría en chivo expiatorio”, dijo después. “No creí volver a ver a
ese chico de nuevo”.
Spanos
recuerda haberle dicho a Jiménez antes de irse a Caracas: “Desearía tener una
alfombra mágica para sacarte de aquí”.
‘No
puedes contradecir al presidente’
Maduro
lanzó su campaña pública para el petro. No le quedaban muchos trucos más bajo
la manga para combatir la hiperinflación, que en tan solo cuatro meses había
destruido el 90 por ciento del valor del bolívar. Los miembros de la oposición
estaban haciendo abiertamente un llamado a favor de un golpe de Estado.
Al
ver las charlas televisadas de Maduro, Jiménez quedó sorprendido de lo mucho
que sus palabras en La Roca se habían quedado grabadas en la mente del
presidente. Maduro habló de ethereum, libros blancos y transparencia.
Sin
embargo, los discursos también le dejaron claro a Jiménez que ya no tenía el
control del petro. Maduro anunció que, de hecho, la moneda estaría vinculada a
un bloque específico de la franja del Orinoco, exactamente a lo que se había
opuesto Jiménez. Se quejó con Vargas pero lo reprendieron: “No puedes
contradecir al presidente”. Vargas le dijo a Jiménez que rescribiera el libro
blanco del petro para reflejar la decisión de Maduro, y que lo hiciera
rápidamente. Él y el vicepresidente estaban a punto de viajar a Turquía y Catar
para comenzar a vender el petro a los inversionistas.
La
situación se deterioró rápidamente. La emoción del presidente convirtió el
petro en un proyecto en el que todos querían participar, y a mediados de enero
de 2018 una serie de reuniones en el Ministerio de Economía se tornaron
contenciosas. El principal asesor económico del departamento quería que el
petro tuviera un valor estable, controlado por el gobierno, con una opción de
cambiarlo por petróleo. Jiménez logró hacerlos cambiar de parecer, pues ganó un
acuerdo con el que se usaría el petróleo para crear un valor mínimo que el
Estado prometería honrar, pero que también se permitiría la fluctuación del
precio en los mercados abiertos. También se aseguró de que el petro existiera
en una red de computadoras abiertas, vinculada a Ether, lo cual limitaría el
poder de interferencia del gobierno.
Al
final, Jiménez se convenció de que perdería el control del proyecto ante el
Ministerio de Economía. Cuando intentó resistirse a compartir una copia digital
del libro blanco, comentó, el ministro le dijo por teléfono: “Tienes que
entender que este ahora es un proyecto del Estado. Si no entregas el archivo,
no respondo por lo que te ocurra”.
A
una parte del personal de The Social Us le preocupaba que el deseo testarudo de
Jiménez de volver realidad el petro los pusiera a todos en peligro. Durante
otro enfrentamiento, Vargas le había mostrado a Jiménez las carpetas azules que
contenían archivos de inteligencia sobre sus empleados; después de una disputa
más, iniciada en parte por el hecho de que a la empresa emergente no le habían
pagado nada, el vicepresidente mandó decirle a Jiménez que ahora lo consideraba
un traidor.
Habría
sido razonable en ese momento asumir que terminaría en la cárcel y que su papel
en la creación del petro se había acabado. Pero Jiménez volvió al proyecto tras
una serie caótica de sucesos. El gobierno le dijo a su equipo que necesitarían
competir para tener un papel en el lanzamiento de petro en contra de un grupo
ruso de origen poco claro. Los empleados de Jiménez no pudieron encontrar
evidencia alguna de que tuvieran experiencia importante en materia de
criptomonedas; la revista Time más tarde propuso la teoría de que representaban
la iniciativa del Kremlin de controlar el petro.
En
cualquier caso, los rusos mostraron poco interés en trabajar. Jiménez y su
compañía tuvieron que encargarse casi de todo conforme se acercaba la fecha de
lanzamiento: el 20 de febrero de 2018. Así es como Jiménez terminó programando
febrilmente toda la noche, vigilado por guardias armados para después
presentarse en el palacio presidencial la mañana del día siguiente.
‘No
sabía quiénes eran mis enemigos’
En
el Palacio de Miraflores, llevaron a Jiménez a la sala ceremonial más grande,
donde todo el gabinete estaba esperando con Maduro. El presidente lo saludó
cálidamente, le pidió que se sentara en la silla que estaba a su lado y le
preguntó cómo habían salido las cosas desde su reunión en La Roca. Jiménez
estaba consciente de todas las personas que lo rodeaban en la sala y de las
cámaras que lo captaban todo, así que no hizo referencia alguna a los sucesos
de la noche anterior ni a ninguno de los asuntos extraños; solo intentó
enfatizar que su equipo tenía una versión del petro lista para lanzarse.
“No
sabía quiénes eran mis enemigos ahí”, dijo después, recordando el suceso. “Yo
era el que no tenía poder”.
Después
de algo de charla, el presidente llevó a todos a una sala que había sido
convertida en un estudio de televisión alusiva al petro. Con una multitud que
los observaba, un maestro de ceremonias les pidió a los rusos que subieran al
escenario, y después hizo lo mismo con Jiménez. Le dieron una pluma y un
contrato. Era un acuerdo que se había rehusado a firmar durante semanas, el
cual lo relegaba a un rol de agente de ventas del petro, una forma de
censurarlo por sus pequeños actos de rebelión en contra del régimen. En
televisión en vivo, Jiménez no vio salida. Garabateó su firma y sonrió
forzadamente mientras los fotógrafos entraban.
Jiménez
tomó asiento y se preguntó qué acababa de hacer. El presidente dijo que
Venezuela ya había recolectado 725 millones de dólares de los inversionistas.
Le agradeció a Jiménez mencionando su nombre, así como a The Social Us. “Es una
empresa fundada y dirigida por jóvenes genios venezolanos”, dijo el presidente.
“Sigan pensando así”.
El
petro jamás despegó realmente. El 19 de marzo, el presidente de Estados Unidos,
Donald Trump, firmó una orden ejecutiva para prohibirles a los estadounidenses
que lo usaran. El mismo día, un artículo de Associated Press sobre Jiménez
señalaba que había ayudado a crear el petro para Maduro solo unos años después
de haber sido becario de una legisladora estadounidense de la Cámara de
Representantes que se oponía a Maduro. La congresista, Ileana Ros-Lehtinen, de
inmediato escribió una carta para pedirle al Departamento del Tesoro que
investigara “si el ciudadano venezolano Gabriel Jiménez cumplía los criterios
para ser sancionado por las autoridades pertinentes”.
En
Caracas, a Jiménez le llovieron las críticas de parte de la izquierda y la
derecha. A The Social Us le resultó imposible hacer nuevos negocios. En julio,
un abogado entregó un documento de 68 páginas a la Asamblea Nacional
Constituyente de Venezuela con la que pedía que Jiménez fuera investigado por
“traición en contra de la patria”.
Jiménez
se refugió en su departamento y, después, cuando ya no podía pagar la renta, en
el departamento de su madre. Sus amigos decían que rara vez lo veían. Su
exesposa lo convenció de irse de Venezuela antes de que las autoridades
finalmente decidieran arrestarlo.
En
abril de 2019, vendió su Toyota Autana 2007 y compró un boleto con destino a
Estados Unidos. Cuando llegó, se mudó con su padre; debido a una serie de
sucesos completamente aparte, el padre de Jiménez esperaba comenzar a cumplir
una sentencia de tres años por su papel en un ardid de lavado de dinero en un
banco caribeño.
Jiménez
pasaba los días preparando una solicitud para pedir asilo. “Como creador del
petro reúno características que me hacen susceptible a la persecución debido a
que el gobierno quiere silenciarme”, escribió.
Cuando
su padre se presentó en la cárcel, Jiménez se quedó solo en una casa propiedad
de un amigo. Dormía en una habitación infantil con Legos y dinosaurios al pie
de la cama. Sin estatus de asilado no podía trabajar, así que pasaba el tiempo
en el departamento jugando con su teléfono y dejaba las persianas cerradas para
no tener que prender el aire acondicionado y gastar en electricidad.
“No
bromeo cuando digo que estoy pasando por una gran depresión”, dijo un día del
otoño pasado durante una de varias entrevistas extensas.
De
manera inesperada, varios países habían comenzado a seguir el ejemplo de
Venezuela y hablar de lanzar sus propias monedas digitales patrocinadas por el
gobierno. China tomó la delantera, y el Banco Central Europeo dijo que iba en
la misma dirección. Venezuela volvió a lanzar el petro algunas veces más, y
terminó por lanzar una moneda proporcionada a los pensionistas que no tenía
ninguna de las propiedades abiertas del diseño original de Jiménez.
En
octubre, Jiménez fue informado de que le habían otorgado documentos de trabajo
estadounidenses. Lloró de felicidad. Después comenzó a trabajar en un nuevo
proyecto que implica usar criptomonedas para ayudar a que los venezolanos
evadan el bolívar.
Jiménez
aún no tenía dinero, pero una empresa emergente de criptomonedas en el área de la
bahía de San Francisco le permitió trabajar en sus oficinas, comer de su
refrigerador y quedarse en el sillón del departamento del director ejecutivo.
Hace poco, nos reunimos en un restaurante cerca de ahí. Sacó un cuaderno negro,
en el que estaba escribiéndoles cartas de disculpa a los amigos que había
perdido.
“Siempre
pensé que podría encontrar una solución, que podría enmendar mis errores”, le
había escrito Jiménez a uno de sus mejores amigos. “Sé que algunas de las
disculpas no son suficientes. Sé que incluso merezco algo de dolor, pero créeme
cuando te digo que la vida ya se encargó de hacerme pagar”.
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