José Guerra 24 de agosto de 2020
@JoseAGuerra
La
persecución política es a los regímenes autoritarios y despóticos lo que el
infierno es a las religiones. El uno va con el otro. Nicolás Maduro ha logrado
estructurar en Venezuela una dictadura con atuendo de democracia, aplaudida por
los escribas de la izquierda borbónica, amamantada con la renta petrolera.
Actualmente existen en Venezuela tanto o más presos políticos que los que hubo
cuando Pérez Jiménez entre 1952 y 1957. El número de exiliados sobrepasa a los
de la dictadura perijimenista. La figura del exiliado había desaparecido del
radar político de Venezuela desde la reinstauración de la democracia en 1958
cuando se vaciaron las cárceles y retornaron los perseguidos. La práctica de la
persecución la reimplantó Hugo Chávez y la amplificó Nicolás Maduro, quien con
la ayuda de la máquina represiva cubana ha logrado hacer del Sebin, la FAES y
la DGCIM cuerpos policiales temibles y siniestros. El general González López ha
cometido delitos tan graves como los de Pedro Estrada, el famoso “chacal de
Guiria” y el coronel Gramcko Arteaga es hoy una especie de Miguel Silvio Sanz,
el tristemente célebre “tabaquito Sanz”, jefe de los torturadores de la
Seguridad Nacional, a quien acompañaban Luis Rafael Castro el “bachiller
Castro” y Albero Hernández “el loco Hernández”, entre tanto otros esbirros.
Para
quienes fuimos forzados a partir al exilio, al menos en mi caso, siempre estuvo
presente una de las frases de Rómulo Betancourt cuando dijo “el principal deber
de un político perseguido es no dejarse agarrar”. La persecución contra quienes
nos propusimos de verdad derrotar a Maduro ha sido implacable. Le ganamos
sobranceramente las elecciones parlamentarias de 2015 y luego en el Congreso y
la calle lo combatimos por las vías que la Constitución tiene dispuestas para
el cambio de un Gobierno. Solamente el silencio interior de los perseguidos
puede dar la narrativa de las dificultades y vicisitudes que se padece. Ellas
quedarán guardadas para testimoniarlas a los hijos y a los hijos de los hijos.
Ser un exiliado significa tener el carburante anímico, emocional e ideológico
para aguantar la tormenta y seguir adelante sabiendo que ésta pasará y que
volveremos hacer lo que fuimos.
Porque
no solo lo persiguen a uno sino también a allegados hasta conformar un cerco
para procurar quebrar la voluntad de lucha. Muchos aguantan pero otros no. Hoy
los jefes de la persecución son Maduro y Diosdado Cabello quien en su programa
semanal de televisión asomaba la listas de los candidatos a la cárcel o el
exilio para que luego Tareck William Saab complete la faena persecutoria. Pero
hay que tener la templanza para soportar también las infamias de los
profesionales de la crítica, quienes desde la comodidad de sus escritorios no
paran de difamar a los que ellos llaman los políticos como si este fuese un
oficio indigno. El político por vocación trabaja para la política, como
servicio público y muchas veces lo deja todo en el camino, en algunos casos
hasta su propia vida. Como dijo el Papa Pio XI, después de la religión, la política
es la forma más excelsa de servir.
José
Guerra
@JoseAGuerra
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