Por Eloy Torres Román
Los últimos
acontecimientos en Minsk presagian una tormenta geopolítica. Los movimientos de
Moscú apuntan a una mayor presión sobre Lukashenko. Moscú está convencido de
que Bielorrusia no quiere perder su independencia formal, pero está seguro de
que si Rusia la anexa por la fuerza, no habrá resistencia en ella.
Sería una especie de
«Anschluss» al estilo alemán o una Enosis al estilo griego-chipriota. Esta se
llevaría a cabo sin que en Bielorrusia se produzcan protestas. Posiblemente una
protesta formal, por parte de Europa o del mundo. Nadie diría nada por ser un
país muy pequeño y con poca relevancia geopolítica pues casi nadie lo conoce.
Además la historia correría en ayuda de Rusia, si ella hace lo que indica la
diabólica lógica de la geopolítica y de las esferas de influencia. Así no nos
guste, pero, Bielorrusia forma parte del espacio geopolítico del Kremlin.
Bielorrusia es un país
con casi 10 millones de habitantes. Jamás fue independiente. Siempre dependió
económica, política, militar y axiológicamente de Rusia, desde el atávico
Imperio del Zar, hasta la efímera URSS (ésta, duró 70 años, frente al zarismo
que duró 300, por lo que creemos válido el aserto de “efímero”) Al desmoronarse
el imperio del Zar en febrero de 1917 Bielorrusia fue independiente, pero
siempre en una relación de sumisión pendular entre Alemania y Rusia.
Esa condición duró
hasta que, meses después, llegó Lenin con una propuesta bajo su brazo derecho:
convertir las entonces naciones dependientes del zarismo, en repúblicas
soviéticas, bajo la conducción de un conglomerado federativo: la URSS. Éstas,
en la letra constitucional, tendrían el derecho a la secesión de Moscú. Pero,
la realidad fue otra. Bielorrusia, brindó su primer aporte: fue el escenario
para una buena parte de los fieros combates durante la guerra civil y luego
contra la intervención de los aliados contra el régimen bolchevique.
También el lugar donde
se firmó la paz entre la Rusia bolchevique y los poderes centrales,
concretamente con Alemania y otros como Turquía. Fue la Paz de Brest- Litovsc,
que hoy se conoce sólo como Brest, la ciudad fortaleza como la llaman en Moscú.
Tras el inesperado
divorcio de todas las repúblicas. Unas lo deseaban con apremio (Lituania,
Estonia y Letonia) del resto, aguas abajo, nadie, como quien dice, lo deseaba
ni comprendieron esa decisión. Bielorrusia pasó a ser independiente.
Ahora bien, el peso de
la historia hizo su trabajo y la manutención de las viejas formas de gobernar,
al estilo comunista, el resto; es decir, al no producirse un cambio substancial
en la forma de hacer política, sino que por el contrario actuaron
“gatopardianamente”, es decir, cambiar, para no cambiar nada, llevó a
Bielorrusia a una triste fatalidad: entregarse en los brazos de Moscú. Desde
1999 forma parte de una alianza con Rusia, la Unión Rusia-Bielorrusia, con
formas comunes de gobierno, con sistemas integrados, con precios e impuestos y
normas judiciales que han funcionado, cual esquema de un GPS, desde Moscú.
Hoy, Bielorrusia es más
bien una provincia rusa. Desde 1994, es dirigida por el mismo líder, el ex
conductor de tractor soviético, que no un chofer de metros; su nombre:
Alexander Lukashenko. Éste, no se llama comunista, pero actúa dictatorialmente;
no hay elecciones libres, abunda la restricción a la libertad de opinión y se
reprime duramente a quien contradiga las opiniones de Lukashenko.
Todo un caso. Le llaman
el “último dictador de Europa”; e incluso el mismo Putin, en un arranque de
discordia con el tractorista de Minsk, repitió esa especie.
Durante nuestra
estancia, como diplomático en Moscú, logramos edificar una fugaz y
circunstancial amistad con un funcionario de la Embajada bielorrusa en Moscú.
Conversaba en español muy bien. Su idioma, para él, era y es, el ruso. Este
funcionario con una cierta imperceptible amargura me decía: Bielorrusia no
tiene identidad nacional; su idioma natal, el bielorruso, que es idéntico al
ruso, salvo determinadas, como pocas palabras y formas lingüísticas, no es
utilizado por sus habitantes.
Éste, existe más en
teoría que en la práctica: por ejemplo, los programas en la radio y TV son en
ruso. El sistema educativo bielorruso desde el jardín de infancia hasta el
universitario, se dicta en idioma ruso. Luego, es la lengua oficial. Es muy
cierto, guste o no.
Es, por supuesto, un
hecho que se confirma, tras los casi 30 años de cuando se disolvió la URSS y lo
subsiguiente “independencia” de Bielorrusia, de nuevo, se vio en entredicho. Se
produjo una nueva conjunción, esta vez forzada por la realidad, que no
violenta, como cuando la guerra civil en 1921. Nos referimos a la Unión con
Rusia en la Comunidad de Estados Independientes (CSI) Ella, evidenció el
fracaso de Bielorrusia en la afirmación de su identidad.
Desde 1994 ese país ha
sido gobernado por el mismo presidente Alexander Lukashenko quien fue visto,
hasta recientemente, con pasividad por esa sociedad. Esto, nos indica que una
anexión rusa de Bielorrusia no generaría daños geopolíticamente hablando. Es la
fatalidad de la historia.
El comercio y la
historia los une. Bielorrusia depende de Rusia y ésta la utiliza para sus fines
geopolíticos, aunque en apariencia, hoy, viste el traje comercial. Creemos que
en caso de producirse definitivamente la anexión, ésta sería, inicialmente,
estimulada por el dato comercial, pero luego Rusia se verá, de nuevo, con un
mayor territorio.
Sin embargo, Lukashenko
se ha expresado en términos duros frente a las sibilinas pretensiones rusas de
imponer una anexión. Hemos saboreado las diferencias que se han expresado en
los medios de comunicación social acerca de los crecientes momentos de tensión
entre Minsk y Moscú. Éstos, han llegado al nivel de una crisis diplomática,
económica y comercial.
Es cierto que la
relación entre Rusia y Bielorrusia ha provocado una serie de crisis. Pero,
cuando el clima de tensión llega al nivel de los chistes en Rusia, es porque
ellos tienen “el sartén agarrado por el mango”. En ruso, cebolla se dice “Luk”
y evidentemente Lukashenko significa “cebollero” según se dice en su humor, a
Putin, cuando le preguntan si come cebolla; éste responde muy parcamente:
“niet”.
Su negativa, según el
humor ruso, apunta que no quiere nada con Lukashenko. El humor confirma nuestro
aserto, según el cual Rusia controla el caso bielorruso. La crisis se ha ido
resolviendo mediante las presiones del Kremlin con el tema de las restricciones
a las exportaciones de gas, el cierre temporal de la frontera o la cancelación
de ejercicios militares. Para que finalmente, Lukashenko se calme.
En diciembre de 2018
estalló un escándalo de impactantes proporciones (reseñado tibiamente por los
medios rusos y magnificado por los bielorrusos); éste, fue durante la sesión
del Consejo de Ministros de la Unión Rusia-Bielorrusia, la cual se desarrollaba
en el Kremlin. Dimitri Medvedev, Primer Ministro, para ese momento, abordó el
tema de una “profunda integración” de ambos estados.
Se trataba de
establecer un servicio aduanero común así como edificar un parlamento único.
Luego, expresó al mejor estilo de un “mujick” ruso, es decir, cuando, en una
negociación, quieren colocar a alguien, contra las cuerdas y la cual no quieren
perder para lo que utilizan todo su arsenal en lograr sus objetivos. Palabras
más, palabras menos, éste, dijo que de no suceder esto, en los términos de la
distancia, Bielorrusia sería considerada, respetuosamente, pero, como cualquier
otro socio europeo de Rusia, para lo cual Minsk debería cancelar para el año
2024, todas las facturas petroleras a precios internacionales. Vale decir, un
total de 10 mil millones de dólares.
Bielorrusia atrapada en
una compleja madeja, tejida por un poder autoritario, el cual se maneja,
repito, con una visión comunista de una economía ultra centralizada, le sería
muy cuesta arriba honrar sus compromisos con Rusia
Lukashenko acusó el
golpe del “mujick” Medvedev y con su verbo apuntó a Putin. De un plumazo
suspendió la construcción de una base militar rusa en territorio bielorruso. No
hace falta tal base militar, pues las relaciones entre Rusia y Bielorrusia,
están como están y éstas, no requieren de ninguna base militar.
Lukashenko, ante la prensa
internacional fue más directo al acusar a Rusia de pretender amenazar la
independencia de su país. Lukashenko fue poco diplomático y los rusos lo
escuchaban con atención cuando el líder bielorruso fue más allá y sentenció que
Moscú busca anexarse a Bielorrusia. Es decir, Moscú promueve la secesión de
Bielorrusia y busca crear departamentos para paulatinamente incorporarlos a la
Federación rusa. Para Lukashenko la interpretación rusa acerca de la “profunda
integración” significa que Rusia se anexe a Bielorrusia definitivamente.
Las relaciones entre
Bielorrusia y Rusia, se mueven con la lógica de las leyes de la física. Toda
acción genera una reacción. Para Bielorrusia esa actitud respondía a un momento
en específico. Jugar duro para ver que obtenía.
Con esa actitud
crítica, por demás muy agresiva, Bielorrusia, frente a Moscú, históricamente,
marcó el inicio para una inminente postura agresiva de parte de Vladimir Putin.
Esa actuación del tractorista de Minsk le sirvió a Putin para ampliar su
política en el área. Éste, durante un pretendido momento de reconciliación con
Lukashenko, en la ciudad balnearia de Sochi en el Mar Negro, en febrero del año
2019 le expresó una muy dura verdad.
El concepto de
independencia absoluta de un estado, no lo es totalmente. Por su parte, las
autoridades rusas vinculadas al tema financiero le argumentaron al líder
bielorruso que Rusia pierde anualmente muchos fondos cuando le proporciona gas
y petróleo a precios preferenciales. Lukashenko le respondió a Putin con la
tesis según la cual Bielorrusia es parte de la Unión con Rusia; por lo que su
país y sí requiere esos precios preferenciales. Putin, se debió sentir
complacido, pues el díscolo tractorista, mostraba su gran debilidad y se
le veía entrando al redil del Kremlin.
El agravamiento de la
crisis actual de Bielorrusia se inició con el irreverente acto de Lukashenko
cuando, éste declaró a la prensa internacional lo que dijo, en la citada
reunión de alto nivel, entre Lukashenko y el, para ese entonces, número 2 del
Kremlin, Medvedev en Moscú en 2018. Ahora no es posible un acuerdo, y el
espectro de la anexión de Bielorrusia flota en Minsk como una campaña política
más que como una intención real del Kremlin.
Mientras que Lukashenko
no cejó e insistió en defenderse de los envolventes movimientos de Putin y de
Rusia para minar los pocos y muy escasos destellos de independencia de Minsk
frente al Kremlin.
En 2019, el gobierno de
Minsk aumentó la tasa de tránsito del gas ruso, so pretexto de asegurar las
condiciones ambientales de Bielorrusia. Luego, elevó el nivel del disenso con
Moscú y amenazó con cerrar el paso de petróleo y gas que va a Europa a través
del oleoducto Druzhba (Amistad) Un serio problema para Rusia y sus compromisos
con esa región.
Rusia, por su parte,
reaccionó, al prohibir el ingreso de productos bielorrusos a su territorio,
especialmente frutas (manzanas y peras) so pretexto que esos productos
realmente provienen de Turquía y que por medidas fitosanitarias debe limitarse
su ingreso al territorio ruso. Una guerra de sanciones ha determinado esa
prohibición.
Lo que es un hecho
cierto es que Rusia ya no dependerá más de Bielorrusia en sus relaciones con
Europa, gracias a la modernización de la base militar ubicada en su territorio
ex clave ruso de Kaliningrado, en las fronteras con Polonia y Lituania, para
éstos, este territorio es enclave y para más ñapa, son miembros activos de OTAN
e históricamente hostiles al Kremlin; el caso es que esa modernización le
permitirá a Moscú, reducir significativamente su dependencia geopolítica del
territorio bielorruso. Rusia, se frota las manos. Avanza lentamente en la
construcción de mecanismos de conexión con Alemania, a través del Mar Báltico,
con un proyecto que pasa por alto los territorios de Ucrania y Bielorrusia.
Sin embargo, el
elemento histórico pesa en la política exterior rusa. Para ella, Bielorrusia y
Ucrania forman parte de un mismo tronco. La Madre de todas las Rusias, Moscú no
cejará en su empeño atávico por anexarse la mayor cantidad de territorios
posible. Es su mesianismo eslavo el que conduce al Kremlin.
No importa quien esté
sentado en las sillas del edifico ubicado en la Plaza Roja, bien sea Putin,
Jrushov, Gorbachov, Stalin, Lenin o el mismísimo Zar Alejandro. El bielorruso
de aguas abajo, no vería con indiferencia la posibilidad de una integración de
su país con Rusia. Mientras que la misma Rusia vería con buenos ojos un
movimiento, como señaláramos, más arriba; vale decir, el desplazamiento de sus
alfiles y torres rusas hacia Minsk.
Bielorrusia, un país
pobre y pequeño gobernado por un hombre, que para la UE no puede ser
indiferente; lo que está sucediendo allí tiene un impacto en la geopolítica
local, la energía rusa y las importaciones de petróleo y gas. Para la narrativa
de Lukashenko, todo se resumía al hecho que Rusia abriga un temor por perder su
presencia en el territorio bielorruso, pues Moscú no tiene aliados tan cercanos
como Bielorrusia. Forman parte del mismo tronco axiológico.
La pandemia y las
elecciones presidenciales en Bielorrusia traen implícito un hecho
significativo, incluso más allá de la “ridícula” ocurrencia del tractorista de
Minsk de explicar que la pandemia se acaba con el trabajo en el campo y con
vodka: El caso es, repetimos, que Europa y el mundo descubrieron que ese país
existe, gracias al petróleo y el gas, como alimentos de la geopolítica.
Bielorrusia, a pesar de
ser pobre, pequeña y con una economía que atraviesa una seria crisis, hoy, se
ha convertido en un elemento importante, de conformidad con los últimos
movimientos que se han generado, gracias al reacomodo geopolítico que vive el
mundo.
Luego, es un país
bisagra entre Rusia y la OTAN. Debemos destacar que la Unión europea ha
intentado ejercer influencia sobre el tractorista de Minsk, pero su escaso,
como poco profundo conocimiento de su propia realidad, lo hace aparecer
distante de los valores que emanan de la Unión europea y eso la ha sabido
aprovechar Putin. Bielorrusia, se da por descontado, está inserta en el esquema
euroasiático, como respuesta a la Unión europea; por lo que es dependiente
económica, comercial y energéticamente de Rusia.
En un intento por
jugar, por la libre, como quien dice, Bielorrusia se ha movido de conformidad
con los efluvios financieros que vienen del Asia, concretamente de China. Ha
buscado dinero y recursos del gigante amarillo. Ello, por supuesto, no ha
gustado al Kremlin. Putin sabe de la importancia de ese frente. Aunado a ello,
están las masivas protestas callejeras. Una crisis que sacude la capacidad
política rusa y ésta, se ve obligada a observar con atención lo que ocurre en
su particular vecino.
Recordamos que es un país
por donde pasan, todavía, enormes cantidades de gas y petróleo para Europa.
Mientras, el que se construye en su ex clave de Kaliningrado no esté listo
totalmente, Rusia observará el asunto con criterio de prioridad
El caso es que
Bielorrusia atraviesa una seria crisis política. El tractorista de Minsk está
atrapado en una serie de hechos a los que no puede responder con criterio
acertado. Tras el denunciado fraude electoral, las masivas manifestaciones de
protestas han aumentado y se presagia un final al estilo “Ceausescu 1989”.
Tales manifestaciones,
para hablar solamente del periodo del tractorista (26 años) eran inconcebibles.
Fin de mundo, dicen en Minsk. Lukashenko destacó en un discurso la profunda
hermandad entre Bielorrusia y Rusia. Es una sólida hermandad. Pero luego acusó
a Moscú de ingresar a varios agentes suyos, expertos en guerras hibridas. Moscú
lo negó y Minsk les llamo mentirosos. Una seria realidad que conoció Bucarest
en diciembre de 1989.
El gobierno bielorruso
afirma que los rusos fueron llevados allí para desestabilizar el país antes de
las elecciones. El líder de Minsk dijo que los detenidos estaban planeando una
«revolución de color, a partir de las experiencias de Ucrania y Georgia y
mostró molestia por la forma como Moscú lo había negado, es decir que los
individuos (33 en total) viajaban para Estambul. Lukashenko también reiteró su
advertencia de que no permitiría protestas cuyo fin sería la de imponer un
“maidan bielorruso” en Bielorrusia.
Las relaciones entre
Rusia y Bielorrusia se han deteriorado, como dijimos anteriormente desde el
2019, cuando Lukashenko se enfrentó al entonces número dos, en el Kremlin.
Desde ese entonces, la relación ruso-bielorrusa ha acusado un serio
deterioro. La economía bielorrusa depende en gran medida de las
importaciones baratas de petróleo ruso que refinan las refinerías bielorrusas.
Pero el Kremlin está
reformando el sistema de impuestos comerciales para maximizar los ingresos de
la producción nacional de petróleo mediante la reducción de los impuestos a la
exportación. Esto significa que Bielorrusia compraría petróleo ruso a precio de
mercado, no subsidiado, y ya no podría exportar a precios más bajos que Rusia.
Por lo tanto, Minsk pidió a Moscú una compensación por sus refinerías.
El panorama es sombrío
para la economía bielorrusa: una fuerte recesión, menores ingresos
presupuestarios y niveles de vida en declive. Las tensiones sociales
aumentarán. Lukashenko intentó reducir la dependencia de Rusia con
importaciones de Venezuela en 2011-2012, Irán en 2017 y Estados Unidos este
año. En este contexto, ¿cómo se ha posicionado Rusia en relación con la
elección a la presidencia de Bielorrusia?
Como diría Robert D.
Kaplan en un artículo en la Revista Foreing Policy, hace algunos años ya, “la
geografía toma su revancha”. Bielorrusia, mediante su preminencia, importancia
y simbolismo traduce un significado muy grande para Rusia. Lo que está sucediendo
allí es más importante para el Kremlin que lo que podría estar sucediendo en
otras partes.
Para un país, como
Rusia, reñido con los valores de la democracia y el respeto a los DDHH, le es
muy cuesta arriba tener como vecino a un pequeño país, como ejemplo de que las
cosas pueden tener otro cariz, es decir, elecciones libres. Un mal ejemplo,
máxime que son hermanos axiológicamente hablando. Bielorrusia limita con tres
estados miembros de la UE y la OTAN: Polonia, Lituania y Letonia. También
limita con Ucrania, que ya está desestabilizada política y económicamente por
Rusia. Para Moscú es un serio problema si ocurre algo que les escape de las
manos.
Existe la creencia,
según la cual, Putin, fue sorprendido por las protestas en Bielorrusia.
Posiblemente, le llamó la atención la dimensión de las mismas, pero sorprendido
jamás. Rusia, siempre ha intervenido, interviene e intervendrá. Es su natural
esfera de influencia, máxime que Bielorrusia se vincula, como hemos dichos en
varias ocasiones, axiológicamente con Moscú.
No obstante, hay que
evaluar el impacto que una intervención tendría, al interior del poder en
Rusia. Un “rescate” en favor de Lukashenko podría generar una crisis de
inconfesables proporciones.
Por su parte el
tractorista de Minsk, muy desesperado, ha intentado, al igual que Ceausescu en
diciembre de 1989, organizar manifestación que brindara aplausos a su
debilitada gestión. Fracasó.
La realidad, como dice
una canción de Joan Manuel Serrat: “No es que duela la verdad, es que no tiene
remedio”. Ella, nos muestra un desorden en las decisiones de Lukashenko. Hoy,
él se siente solo. Hemos asimilado tres elementos que nos indican esa
percepción y que evidencian un creciente debilitamiento:
1) Los funcionarios y
empleados de los medios estatales de comunicación se declararon en huelga.
2). Durante un mitin en
una fábrica bielorrusa, el tractorista fue abucheado. Un total desafío a su
escasa legitimidad. El tractorista hubo de abandonar el sitio. Una demostración
de que la gente ha ido perdiendo el miedo.
3) Se llevó a cabo una
huelga general. Lukashenko ha sido desafiado.
La realidad le obligó a
recurrir a Putin. Al parecer, todo perdido, buscó la posibilidad de ceder. Los
medios bielorrusos destacaron con letras grandes que ambos presidentes trataron
el tema interno y externo de Bielorrusia.
El Kremlin, por su
parte, señaló que ambos líderes discutieron el problema bielorruso, el cual
será resuelto bien pronto. Para Moscú estos temas deben tratarse no en términos
destructivos que buscan dañar la histórica hermandad entre ambos pueblos como
la cooperación de ventajas reciprocas entre los dos pueblos.
Para Lukasheko quien
conduce a ese país con mano dura fue considerablemente habilidoso para dejar
entrever mediáticamente que la suerte de Bielorrusia podría contagiar a otros
escenarios. Putin, evidentemente asintió el golpe y siguió en su empeño.
El tractorista de Minsk
fiel a su oficio, el cual no ha olvidado, como otros, ha sabido moverse entre dos
aguas: las de Moscú y las del occidente europeo y los EEUU. Ha sabido utilizar
su posición estratégica, para promover ciertas inversiones chinas en su
territorio a fin de lograr determinados espacios para maniobrar.
Las protestas en suelo
bielorruso se producen en el marco de una tensión entre Moscú y Minsk,
justamente por el cúmulo de deudas con Rusia, por la subvención del gas y
petróleo y por el empeño ruso de incorporar a Bielorrusia en un tratado de
Unión con Rusia. Por lo que Lukashenko intuye su sino y desesperado por
mantenerse más tiempo en el poder deja entrever que hoy hay que defender a
Bielorrusia, hacerlo, significa defender todo el espacio del estado de la Unión
y el mismo constituye un ejemplo para otros. Según el tractorista de Minsk, si Bielorrusia
no resiste, esa ola se expandirá.
Los hechos son
porfiados y la geopolítica implacable. Es una fatalidad que algunos no quieren
reconocer, cuando niegan el papel significativo del factor internacional. Hoy,
de Bielorrusia se debe hablar, no con Lukashenko, sino con Putin.
Al dictador bielorruso
no le importan las protestas ni las sanciones europeas o de occidente en
general. Él hace amagos de querer negociar, pero siempre se destaca como un
mentiroso consuetudinario.
Habría que imaginar los
rostros de Putin y la de Lukashenko. El primero atento a que las cosas no se
les vayan de las manos y el segundo, comprendiendo que su legitimidad se
evapora y que los hombres habían perdido el miedo.
El mundo observaba como
las masas que protestaban eran golpeadas con la fuerza policial. El tractorista
de Minsk al parecer ha perdido los estribos. No solo reprimió a los ciudadanos
bielorrusos, sino que insultó a sus ministros; no contento con ello, dedicó una
batería de improperios contra los representantes de la Unión europea. Denigró
del Ministro alemán de relaciones exteriores, por su orientación homosexual;
gritó y profirió insultos al expresidente de la sexual opa. Insultó a sus
ministros.
Al mismo tiempo, se
dieron cuenta de cómo los ciudadanos que se atrevían a criticar al liderazgo
eran multados, golpeados, encarcelados. Lukashenko no respetaba a la gente
común ni a sus ministros. Describió a los bielorrusos como un «rebaño de
ovejas».
Lukashenko fue
igualmente irrespetuoso con los políticos extranjeros: el ex ministro de
Relaciones Exteriores alemán, Guido Westerwelle, Lukashenko le ofendió, por su
orientación homosexual. El ex presidente de la Comisión Europea, José Manuel
Barroso, fue llamado «kaziol”, es decir “chivo».
Es algo que algunos
dictadores bananeros deben aprender. La dignidad humana no puede ser pisoteada
indefinidamente. Es increíble cómo ciertos dictadores no han aprendido del
destino de sus predecesores. No todos terminan como Stalin, Franco, Salazar o
Fidel en sus camas. La vida metafísicamente hablando nos coloca ante nuevas
experiencias. Por lo que Lukashenko ha abusado; igual otros, quienes creen
conducir a su país como si fuera un vehículo, pero han olvidado frenar.
Lukashenko, cree que su
régimen puede subsistir. No percibe que la paciencia, como el tiempo, se agota.
Los bielorrusos se consideran un pueblo tolerante y pacífico, una isla de paz
en medio de Europa. La tesis de Lukashenko es reforzar la creencia, según la
cual es posible aceptar esa fatalidad y que sus ciudadanos deben seguir esa
senda.
Pero la mentira, tiene
las patas cortas. Esta elección y su fracaso han mostrado a Lukashenko que los
cambios no pueden ser “gatopardianos” sino que deberían ir más allá. Pero, no
puede; su naturaleza se lo impide, como la de todo dictador que ignora la
realidad, por lo cual enfrenta la desgracia de sufrir las consecuencias por
ignorar la realidad, como lo señaló, en una ocasión, Ayn Rand (Larissa
Zinovievna) La gota llenó el vaso.
La paciencia de la
gente ha llegado a su límite y ahora se lo está mostrando directamente al
dictador tractorista. Este, todavía se estará preguntando qué fue lo que hizo
mal. Primero debe reconocer que en política hay que ser cuidadoso con lo que se
dice, pues, todo lo que le ocurre es resultado de su mensaje.
Él desconoció que todo
mensaje genera consecuencias Mientras que Vladímir Putin espera tomando un té
ruso en una de las cómodas poltronas del Kremlin. Tiene todo el tiempo.
25-08-20
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