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domingo, 27 de septiembre de 2020

Dime cómo protestas, por @cgomezavila


Carolina Gómez-Ávila 26 de septiembre de 2020

@cgomezavila

Como parte del tinglado, hay quienes —apuntando hacia Bielorrusia— arengan a quien les preste oídos para que vayan a votar, de modo que así puedan luego protestar. Son los mismos que fueron a votar en la convocatoria de 2018 en la que les hicieron fraude y no salieron a protestar. Para estos, la protesta es una promesa electoral en sí misma, una declaración abierta de que, para obtener un derecho fundamental, primero deben hacer lo que ellos piden.

Honestamente, en medio de la pandemia no puedo pensar en protestas coreografiadas, tarimas ni discursos. Sólo me parece genuina —y peligrosa— la caótica protesta que surge al calor del abuso que vivimos como pueblo en nuestro intento por tener acceso a los servicios básicos y aquella con la que los más arrojados reaccionan a la injusticia cruel y a la violación de sus derechos humanos.


En este paisaje, las concurridas marchas de protesta registradas recientemente en pueblos golpeados, pero de tradición oficialista, son una novedad. Algunos opinan que fueron espontáneas, pero no puedo imaginar cómo es que tanta gente sale junta a marchar de manera improvisada y en orden. Otros dijeron que se debía al resurgimiento de liderazgos locales y otros más que, por las consignas que coreaban, las motorizaba la izquierda dura.

No sé bien qué habrán querido decir con eso de izquierda dura, porque ninguna me parece más ceñida a esa ideología ni más constante que el resto. No puede parecérmelo porque pusieron su bandera al servicio del desmadre actual desde el principio y, si de verdad fueran de línea dura, ya se habrían alzado. Creo que si no lo hicieron antes era porque contaban con alguna porción de la torta clientelar que ahora parecen haberles quitado de la boca.

Eso sí, si ese fuera el caso, no subestimo su capacidad de lograr algún grado de rebelión como en Guatire en 1989, pero no creo que sean capaces de convertirla en votos parlamentarios. Creo que el pueblo que diariamente está obligado a acarrear un poco de agua potable largas distancias y a buscar leña para mal comer, no va a transar su rabia por legisladores. Quizás, de tener la oportunidad, intentarían ir a quitar a quien les prometió que sería su benefactor sin cumplirlo. Cosas del modelo populista, sólo funciona con las alforjas llenas.

Luego está la protesta en el último reducto de una muy relativa libertad de expresión: la Venezuela virtual que, a juzgar por las recién publicadas cifras del órgano que regula las telecomunicaciones, somos un minúsculo grupo dentro de Venezuela.

Eso sí, todos los que tienen el poder, todos los que compiten o aspiran a competir por el poder, su órbita de asesores, asistentes y aliados, además de un puñado de asomados, estamos ahí. Toda la diáspora, por supuesto, creyendo erradamente que así se puede mantener bien informada. Todos los Gobiernos del mundo, eso está claro. Todas sus agencias de noticias oficiales, o sea, todos los laboratorios de propaganda del planeta.

Y toda la prensa internacional que presume de independiente. Esa que hace lectura de redes sociales y unas pocas llamadas a su grupo de relacionados —con el sesgo de confirmación subsiguiente— y que está volviendo trizas el prestigio de los medios más reputados del mundo.

Esta es la protesta que puede influir en la percepción internacional sobre nuestra tragedia, así que aquí venimos todos a diario. A ofrecer contrapeso en la percepción de los que pueden tomar decisiones, especialmente de los pocos de ellos que pudieran estar actuando de buena fe. A decirle a los que pueden definir nuestro futuro qué es lo que queremos. No es mejor ni peor que otras. Esto explica por qué nadie la abandona y también por qué algunos pretenden que lo hagamos.

Carolina Gómez-Ávila

@cgomezavila 

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