Por Ramón Guillermo Aveledo
El debate político
venezolano entre oposiciones y régimen, así como entre las diversas expresiones
opositoras con sus efectos desorientadores, ocurre en un país que se siente
indefenso mientras sufre, cada vez más amenazado por la pandemia, cada vez más
estrechadas sus posibilidades por la crisis económica, la decadencia de los
servicios de agua y electricidad y la escasez de gasolina, mal informada por la
opacidad, las restricciones y las inyecciones tendenciosas en las redes.
Son datos reales de la
vida de carne y hueso. El grave deterioro del funcionamiento político por el
autoritarismo creciente con vocación total es un condicionante restrictivo para
la convivencia libre, la paz y el progreso. Mientras tanto, millones de
venezolanos libran su diaria batalla por la supervivencia.
No estamos ante un
debate político normal, ni mucho menos. A dónde se nos empuja es a la ley de la
selva antipolítica. El mundo de la afirmación rotunda que no admite prueba en
contrario, de la negación absoluta. La guerra de trincheras donde nadie avanza
pero que mientras tanto, sirve para preservar el status quo. No en el
mismo grado pero sin diferencia radical de naturaleza, fabricarse una realidad
a la medida afecta la voluntad de unos, otros y otras. Pero el grupo en el
poder de facto cobra los impuestos, abusa de la fuerza que ejerce, aunque no la
monopoliza pues de hecho se ve forzado a compartirla con grupos delictivos,
paramilitares propios y ajenos, guerrilleros y disidentes de la guerrilla.
Negado a aceptar el
poder dividido en nacional, estadal y municipal y distribuido en ejecutivo,
legislativo, judicial, ciudadano y electoral, la boligarquía dominante opta por
conservar su hegemonía como sea, sin darse cuenta que no es tal. Prefiere
compartir el poder con una coalición sin reglas, cuya única racionalidad es la
de la coerción, la fuerza pura y dura. Pan de hoy y hambre de mañana. Por
no compartirlo con actores legítimos, se deslegitima al recabar el concurso de
actores ilegítimos.
Alguien dirá, seguro,
que así llevan veintiún años, pero no es exactamente cierto. Antes eran mucho
más poderosos que ahora, cuando su voluntad pasa por varios filtros que
preferiría no tener. Antes ellos eran los que ayudaban a Cuba, ahora dependen
mucho más del auxilio de la nomenklatura habanera y su red. Antes apetecida
fruta jugosa de la flora tropical, hoy mustia matica que se riega por motivos
geopolíticos.
La elección “como sea”
a medida del poder terco y de ciertos mercaderes de migajas es estéril. Hace
falta una elección creíble que permita cierto alegato de legitimidad. Ya la
Unión Europea le dijo, así no. Necesito al menos seis meses para organizar una
observación. Ésta daría a la convocatoria un chance que hoy no tiene. Así que
además de la pandemia y la gasolina, hay otra razón para diferir. El potente
informe de la ONU no aconseja acelerar el paso autoritario. Lo contrario.
La posposición puede
dar otra oportunidad a la política. Poner de lado la antipolítica, sea
participacionista por imposición o abstencionista por resistencia, abre una
rendija por donde pueden colarse la inteligencia, el realismo y la aspiración
de cambio. Una rendija para las soluciones.
Y eso es lo que quiere
el venezolano atribulado: Soluciones, para variar.
21-09-20
https://elnuevopais.net/2020/09/21/ramon-guillermo-aveledo-elecciones/
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