Laureano Márquez 25 de septiembre de 2020
@laureanomar
El
origen del término “odisea” alude a un largo viaje “lleno de aventuras y de
descubrimientos”, en palabras de Kavafis, protagonizado por un personaje de la
Ilíada, Odiseo (Ulises en latín), que abandona Ítaca dejando a su mujer
Penélope (la del bolso de piel marrón, zapatos de tacón y vestido de domingo) y
a su hijo Telémaco para ir a la guerra de Troya. Veinte años dura la ausencia
de Odiseo (diez de guerra y diez del viaje de regreso a su patria) y los
pretendientes acosan a su esposa. Para deshacerse de ellos, la fiel Penélope
-que está tejiendo una colcha para una cama 2X2- dice que se casará cuando
termine de tejer. Sin embargo, por la noche, desteje lo que ha hecho durante el
día. Desbaratando encajes regresaba cada noche hasta el hilo, que diría Andrés
Eloy Blanco, dándole a sus pretendientes “una proximidad de lejanía”. Mientras
Penélope teje, Telémaco vive su propia odisea cuando sale en busca de su padre
por esos mundos de Zeus.
Pero existe otra odisea, de otro Telémaco, el
emblemático nombre de un barco clandestino que zarpó de Canarias rumbo a
Venezuela. Eran tiempos de emigración clandestina, los canarios escapaban de la
miseria de la postguerra. La emigración era perseguida en ese entonces por
Franco y 171 canarios -mayoritariamente oriundos de la isla de La Gomera, donde
comenzó el viaje- decidieron tomar el riesgo de escapar en un pequeño
motovelero de 27 metros de eslora.
Además de las 171 almas, llevaba el barco los
siguientes suministros:
42 sacos de gofio (harina de trigo tostado, que también puede ser de maíz,
garbanzos, centeno, etc. típico cereal canario heredado de los antiguos guanches
que siempre le salva la vida a un isleño), 10 sacos de pescado salado (puede
que parezca raro llevar pescado al mar, donde hay tanto pescado fresco, pero
con esa angustia quién tiene paciencia para pescar), 1.700 kilos de papas (un
canario sin papas no es nada), una caja de latas de leche condensada (quizá
para el famoso “cortado leche y leche”), una caja de botellas de coñac (bueno
para celebrar el arribo a La Guaira), tres garrafas de aceite y dos cajones con
carne de cerdo en salazón (tal vez por aquello de que “del cochino hasta la
conversación”), además de toneles con agua dulce. Luego de 19 días de travesía
una tormenta arrasó con los suministros y casi con la vida de los viajeros. En
medio de la tormenta el “capitán” del barco fue amarrado al timón para que
pudiera conducir la nave sin que lo arrastrara la fuerza de la tempestad.
Curioso hecho que nos recuerda que también Odiseo fue atado al mástil de su
barco para evitar ser arrastrado por el canto de las sirenas.
Famélicos, los viajeros llegaron a Martinica, antes se
habían topado con un barco español que les lanzó agua, arroz y poco más, lo que
les permitió llegar hasta la isla caribeña. Allí recibieron auxilio de gente
muy humilde que compartió con ellos lo poco que tenían y continuaron rumbo a La
Guaira, su Ítaca. Venezuela les restituyó la esperanza de futuro a esa gente y
a los que vinieron luego, ya legalmente, a sus hijos y nietos. Hoy llegan a
Canarias otras gentes, en no menos duras odiseas, buscando también esperanzas
que por múltiples razones en su patria no encuentran. Entre ellos, muchos
venezolanos. Nosotros, que fuimos al albergue, somos hoy huida y diáspora.
De
esta odisea del Telémaco naviero se cumplen este mes 70 años. La única mujer en
la travesía, Teresa García Arteaga que con 22 años iba al encuentro de su
marido con quien se había casado por poder (forma de matrimonio típica de los
inmigrantes de ese entonces, que daba pie al pícaro chiste: “se casaron por
poder y se divorciaron por no poder”) falleció en Cagua (estado Aragua) en
2018, quizá una de las pocas sobrevivientes de esta historia de velero
clandestino, que dicho de paso no fue la única, aunque, quizá sí, la más
emblemática. Para recordarla -siempre hay que recordar que las tortillas se
viran- el Parlamento de las Islas Canarias ha publicado el libro ‘Viajar en el
Telémaco. Navegación clandestina entre Canarias y Venezuela (1950)’, de los
autores Manuel de Paz Sánchez, Manuel Hernández González, Ángel Dámaso Luis
León, Maximiano Trapero y Francisco Pomares.
A los canarios de antes les gustaba registrar sus
historias en punto cubano, un género de verso que también navega entre Canarias
y América. Entre los pasajeros iba el poeta popular Manuel Navarro Rolo, quién
con esta décima remata la apasionante odisea del Telémaco:
«Ya terminó la jornada,
no hay que dudar del Destino
que nos conduce al camino
de la extranjera morada,
esta tierra codiciada
hija fue del pueblo hispano,
y como somos hermanos,
de esta rama positiva,
nos alienta darle un viva
al pueblo venezolano».
Laureano Márquez
@laureanomar
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