Francisco Fernández-Carvajal 19 de septiembre de 2020
@hablarcondios
— Los planes de Dios.
El honor de trabajar en su viña.
— En la viña del Señor
hay lugar y trabajo para todos.
— Sentido positivo de
las circunstancias que rodean nuestra vida. Ahí y no en otro lugar quiere el
Señor que nos santifiquemos y llevemos a cabo un fecundo apostolado.
I. En la vida de
las personas se dan momentos particulares en los que Dios concede especiales
gracias para encontrarle. La inminencia de la vuelta del destierro del pueblo
elegido supone uno de esos momentos privilegiados de cercanía del Señor.
Muchos hebreos se contentaban con volver a ver la
ciudad santa, Jerusalén. En esto estaba su esperanza y su alegría. Pero Dios
exige más, pide el abandono del pecado, la conversión del corazón. Por eso
pregona por boca del Profeta Isaías, según leemos en la Primera lectura de
la Misa1: Mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son
vuestros caminos... Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son
más altos que los vuestros, mis planes más altos que vuestros planes.
¡Tantas veces nos quedamos cortos ante las maravillas que Dios nos tiene
preparadas! ¡En tantos momentos nuestros planteamientos se quedan pequeños!
En los textos de la liturgia de la Misa de este domingo,
la Iglesia nos recuerda el misterio de la sabiduría de Dios, siempre unido a
unos deseos redentores: Yo soy la salvación del Pueblo, dice el Señor:
si me invocan en la tribulación, los escucharé y seré siempre su Señor2.
Y en el Evangelio3,
el Señor quiere que consideremos cómo esos planes redentores están íntimamente
relacionados con el trabajo en su viña, cualesquiera que sean la edad o las
circunstancias en que Dios se ha acercado y nos ha llamado para que le
sigamos. El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al
amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Ajustó con ellos el
jornal en un denario y los envió a trabajar. Pero hacían falta brazos, y el amo
salió en otras ocasiones, desde la primera hora de la mañana hasta el
atardecer, a buscar más jornaleros. Al final, todos recibieron la misma paga:
un denario. Entonces, los que habían trabajado más tiempo protestaron al ver
que los últimos llamados recibían la misma paga que ellos. Pero el propietario
les respondió: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos
en un denario?... Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo
libertad para hacer lo que quiera con mis asuntos?
No quiere el Señor darnos aquí una enseñanza de moral
salarial o profesional. Nos dice que en el mundo de la gracia todo, incluso lo
que parece que se nos debe como justicia por las obras buenas realizadas, es un
puro don. El que fue llamado al alba, en los comienzos de su vida, a seguir más
de cerca a Cristo, no puede presumir de tener mayores derechos que el que lo ha
sido en la edad madura, o quizá a última hora de su vida, en el crepúsculo. Y
estos últimos no deben desalentarse pensando que quizá es demasiado tarde. Para
todos el jornal se debe a la misericordia divina, y es siempre inmenso y
desproporcionado por lo que aquí hayamos trabajado para el Señor. La grandeza
de sus planes está siempre por encima de nuestros juicios humanos, de no mucho
alcance.
Nosotros, llamados a la viña del Señor a distintas
horas, solo tenemos motivos de agradecimiento. La llamada, en sí misma, ya es
un honor. «Ninguno hay –afirma San Bernardo–, a poco que reflexione, que no
halle en sí mismo poderosos motivos que le obliguen a mostrarse agradecido a
Dios. Y nosotros especialmente, porque nos escogió para sí y nos guardó para
servirle a Él solo»4.
II. Id
también vosotros a mi viña.
Entre los males que aquejan a la humanidad, hay uno
que sobresale por encima de todos: son pocas las personas que de verdad, con
intimidad y trato personal, conocen a Cristo; muchos quizá mueran sin saber
apenas que Cristo vive y que trae la salvación a todos. En buena parte
dependerá de nuestro empeño el que muchos lo busquen y lo encuentren: «tanto es
el trabajo que a todos espera en la viña del Señor. El “dueño de la casa”
repite con más fuerza su invitación: Id vosotros también a mi viña»5.
¿Podremos permanecer indiferentes ante tantos que no conocen a Cristo? «Examine
cada uno lo que hace –exhorta San Gregorio Magno–, y vea si trabaja ya en la
viña del sembrador. Porque el que en esta vida procura el propio interés no ha
entrado todavía en la viña del Señor. Pues para Él trabajan (...) los que se
desvelan por ganar almas y se dan prisa por llevar a otros a la viña»6.
En el campo del Señor hay lugar y trabajo para todos:
jóvenes y viejos, ricos y pobres, para hombres y mujeres que se encuentran en la
plenitud de la vida y para quienes ya ven acercarse su atardecer, para los que
parecen disponer de mucho tiempo libre y para los que han de hacer grandes
esfuerzos y sacrificios por estar cada día con la familia... Incluso los niños,
afirma el Concilio Vaticano II, «tienen su propia capacidad apostólica»7,
y ¡qué fecundidad la de su apostolado en tantas ocasiones! Y los enfermos,
¡cuánto bien pueden hacer! «Por consiguiente, se impone a todos los cristianos
la dulcísima obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación
sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra»8.
Nadie que pase junto a nosotros en la vida deberá
decir que no se sintió alentado por nuestro ejemplo y por nuestra palabra a
amar más a Cristo. Ninguno de nuestros amigos, ninguno de nuestros familiares
debería decir al final de sus vidas que nadie se ocupó de ellos.
III. El
Papa Juan Pablo II, comentando esta parábola9,
invitaba a mirar cara a cara este mundo nuestro con sus inquietudes y
esperanzas: un mundo –añadía el Pontífice– cuyas situaciones económicas,
sociales, políticas y culturales presentan problemas y dificultades más graves
que las que describía el Concilio Vaticano II en uno de sus documentos10.
«De todas formas –comentaba el Papa–, es esta la viña, y
es este el campo en que los fieles laicos están llamados a
vivir su misión. Jesús les quiere, como a todos sus discípulos, sal de la
tierra y luz del mundo (Cfr. Mt 5, 13-14)».
No son gratas al Señor las quejas estériles, que
suponen falta de fe, ni siquiera un sentido negativo y pesimista de lo que nos
rodea, sean cuales fueran las circunstancias en las que se desarrolle nuestra
vida. Es esta la viña, y es este el campo donde el Señor
quiere que estemos, metidos en medio de esta sociedad, con sus valores y sus
deficiencias. Es en la propia familia –esta y no otra– en la que nos hemos de
santificar y la que hemos de llevar a Dios, en el trabajo que cada día nos
espera, en la Universidad o en el Instituto... Esa es la viña del Señor donde
Él quiere que trabajemos, sin falsas excusas, sin añoranzas, sin agrandar las
dificultades, sin esperar oportunidades mejores. Para realizar ese apostolado
tenemos las gracias necesarias. Y en esto se fundamenta todo nuestro
optimismo. «Dios me llama y me envía como obrero a su viña; me
llama y me envía a trabajar para el advenimiento de su Reino en la historia.
Esta vocación y misión personal define la dignidad y la responsabilidad de cada
fiel laico y constituye el punto de apoyo de toda la obra formativa (...). En
efecto, Dios ha pensado en nosotros desde la eternidad y nos ha amado como personas
únicas e irrepetibles, llamándonos a cada uno por nuestro nombre, como el Buen
Pastor que a sus ovejas las llama a cada una por su nombre (Jn 10,
3). Pero el eterno plan de Dios se nos revela a cada uno solo a través del
desarrollo histórico de nuestra vida y de sus acontecimientos, y, por tanto,
solo gradualmente: en cierto sentido, de día en día»11.
En cada jornada somos llamados por Dios para llevar a cabo sus planes de
redención; en cada situación recibimos ayudas sobrenaturales eficaces para que
las circunstancias que nos rodean nos sirvan de motivo para amar más a Dios y
para realizar un apostolado fecundo.
San Pablo, en la Segunda lectura de
la Misa12, escribe a los cristianos de Filipo: Me encuentro en
esta alternativa: por un lado deseo partir para estar con Cristo, que es con
mucho lo mejor; pero por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario
para vosotros. ¡Tanta era su esperanza en Cristo, tanto su amor a aquellos
primeros cristianos que había llevado a la fe! Pablo escribe estando
encarcelado y sufriendo a causa de quienes, por rivalidad, quieren entorpecer
su obra. Sin embargo, esto no le quita la paz y la serenidad, y no deja de
seguir trabajando en la viña del Señor con los medios de que dispone.
Rechacemos el pesimismo y la tristeza si alguna vez no obtenemos los resultados
que esperábamos. «No admitas el desaliento en tu apostolado. No fracasaste,
como tampoco Cristo fracasó en la Cruz. ¡Ánimo!... Continúa contra corriente,
protegido por el Corazón Materno y Purísimo de la Señora: Sancta María,
refugium nostrum et virtus!, eres mi refugio y mi fortaleza.
»Tranquilo. Sereno... Dios tiene muy pocos amigos en
la tierra. No desees salir de este mundo. No rehúyas el peso de los días,
aunque a veces se nos hagan muy largos»13.
1 Is 55,
6-9. —
2 Antífona
de entrada. —
3 Mt 20,
1-16. —
4 San
Bernardo, Sermón 2, para el Domingo VI después de Pentecostés,
1. —
5 Juan
Pablo II, Exhort. Apost. Christifideles laici, 30-XII-1988,
3. —
6 San
Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio, 19, 2. —
7 Conc.
Vat. II, Decr. Apostolicam actuositaten, 12. —
8 Ibídem,
3. —
9 Cfr. Juan
Pablo II, loc. cit., 3. —
10 Cfr. Conc.
Vat. II. Const. Gaudium et spes. —
11 Juan
Pablo II, loc. cit., 58. —
12 Flp 1,
20-24; 27. —
13 San
Josemaría Escrivá, Vía Crucis, Rialp. 2ª ed., Madrid 1981,
XIII, n. 3.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/
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