Miguel Méndez Rodulfo 22 de septiembre de 2020
A raíz de la crisis económica de 2008, generada en los
EEUU con la caída estrepitosa del famoso Banco de Inversión Lehman Brothers,
trance que se propagó a escala planetaria y que hundiría a la economía mundial
por más de un lustro, se hicieron evidentes algunas falencias de la
globalización, que hasta entonces era considerada como muy beneficiosa, pero
también los primeros síntomas de la pérdida de puestos de trabajo por efecto de
las nuevas tecnologías. Ya en 2009 comienza una precarización de los empleos:
se da relevancia al empleo temporal, a la tercerización y con ello a la casi
eliminación de los derechos laborales, así como a las jornadas de trabajo
extendidas. La gente en el mundo comienza a sentir una pérdida significativa en
sus ingresos, a la par que una ligera pero sistemática pérdida de su capacidad
adquisitiva. El resultado es que para ganar lo mismo que antes de la crisis
había que tener dos puestos de trabajo. Evidentemente, esto repercutió mucho
más en la masa de trabajadores que en la de los profesionales asociados a los
puestos de la nueva economía y a los servicios liberales por cuenta propia.
Por supuesto, esto produjo un enorme descontento
porque los efectos de la crisis se prolongaron en el tiempo, y a que estas
prácticas laborales se institucionalizaron, dejando a los empleos fijos y a los
derechos laborales en el pasado. La gente esperó en vano que los gobiernos
sortearan estos efectos. El G7, en tanto, reconocía el inmenso problema que
aquejaba al mundo pero no encontraba una solución efectiva. Había que
introducir cambios al modelo de desarrollo pero aún los intereses particulares
de los países se resistían a ello. Prevalecía la idea que proporcionar a sus
ciudadanos vestimenta y calzado barato, tan económico que el precio de compra
promovía en el consumidor la práctica del uso una vez y desecho luego. Lo mismo
ocurría en el caso de los juguetes, comida, accesorios tecnológicos, etc. La
tecnología por otra parte, producía fortunas colosales y una lista de
hiperricos cada vez más larga, lo que amplió considerablemente la brecha entre
ricos y pobres y produjo una mayor concentración de la riqueza. Todo esto acabó
por enardecer a la enorme masa de asalariados y trabajadores por cuenta propia;
estos dejaron de ser inactivos en política y desconfiados, como aprendieron a
ser, culparon a sus gobiernos de su infortunio. Así encontró un nicho el
populismo de derecha en USA, Europa, Brasil, etc. Luego Cambridge Analítica con
sus prácticas perversas y el uso tendencioso de las redes sociales y la
inteligencia artificial, que rozaba lo ilegal, produjeron el Bréxit y la
victoria del populismo en USA.
En
este escenario irrumpe el Covid 19 con los problemas y secuelas que conocemos,
pero en esta circunstancia los países toman conciencia que la relocalización de
la producción, básicamente en Asia, tenía un enorme problema de seguridad de
suministro hecho que afectaba no solamente a la industria como tal, sino a los
sectores salud, alimentario, tecnológico, energético, etc. Entonces cobró
importancia la idea de producir local, cuestión que de hacerse con inteligencia
traería muchos beneficios: inversiones, creación de empleos, mejoramiento de
los tiempos de suministro, consumo de materias primas locales o regionales,
disminución de la huella de carbono por la eliminación del transporte de
lejanía, aumento de los ingresos fiscales, etc. Por supuesto que estos
productos nacionales, no costarían tan barato como los elaborados en los
centros de producción externalizada, pero si los gobiernos por cuestiones de
seguridad, los consumidores por cuestiones de conciencia, los industriales por
cuestiones de eficiencia y los productores por cuestiones ecológicas, actuaran
en consecuencia, sí se podría lograr el deseado cambio. Ahora, no es que vamos
a prescindir de la globalización, es que introduciremos correctivos de manera
que movamos la producción a los espacios nacionales y regionales, de manera de
acercar manufactura y consumo. Visto de esta manera, no hay contradicción entre
lo local y lo global, sino complementareidad.
Miguel
Méndez Rodulfo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico