Por Piero Trepiccione
Es cierto que el tiempo
de duración de un sistema político es muy relativo y puede estar sujeto a
diferentes variables y condiciones, pero cuando entra en fase de desgaste y no
se le alimenta, su mutación o finalización de ciclo puede estar cerca.
En Venezuela lo vimos
claramente en el proceso político que se consolidó a partir de las elecciones
democráticas de 1958, y que durante poco más de cuatro décadas regentó los
destinos del país bajo un esquema bipartidista que permitía ciertos contrapesos
institucionales. En los partidos que lo soportaron, Acción Democrática y Copei,
fundamentalmente, no se dio un relevo natural en el liderazgo, sino más bien
todo lo contrario.
El sistema estuvo
fundamentado sobre una especie de “pluralismo tutelar”, según el intelectual
Luis José Oropeza, cuyo basamento principal era la renta petrolera que generaba
el consenso a partir de la repartición de beneficios desde el Estado. Esta
práctica nefasta originó una partidocracia que fue restringiendo al máximo. Ante
el crecimiento de las demandas sociales de la población venezolana, comenzó el
colapso del sistema político a finales de la década de los noventa.
Afortunadamente, el
cambio se logró a través de elecciones. Ese sistema, a pesar de sus errores,
logró estructurar un basamento legal y cultural sobre la base de respaldo
popular a las vías electorales como mecanismo de procesamiento de las
diferencias en las disputas por el poder. Y en 1998, apareció en escena un
actor político que dio al traste con el ciclo previo que habíamos tenido.
Como en todo ciclo que
comienza, el chavismo generó las más amplias expectativas en la gran
mayoría de la población. Logró aglutinar la suficiente legitimidad para cambiar
el sistema y convertirse en actor hegemónico al frente del poder. La cuantía
inmensa del ingreso petrolero le permitió hacer una redistribución para
favorecer a todos los estratos de la sociedad venezolana. Pero, en un momento
determinado, ocurrió exactamente lo mismo que en el sistema político que le
antecedió. Se esfumaron los ingresos petroleros y se achicó el margen de
maniobra.
A la par, este sistema
construido a partir de 1999, no promovió la construcción de contrapesos sino
más bien la hegemonía absoluta del poder. En ese escenario, se han venido
cerrando todas las posibilidades de mutación para volver a obtener la
legitimidad perdida. Las demandas sociales han crecido exponencialmente
y las respuestas del Estado no existen o son casi nulas. El deterioro
institucional avanza rápidamente y no hay capacidad de atender los problemas
nacionales.
Hasta ahora lo que se
plantea como vía de escape es una elección en unas condiciones, que en lugar de
ampliar la participación para favorecer el comienzo de una solución al
conflicto político, más bien, se cierra a un club de amigos para sostener
el esquema de poder hegemónico cuyo desgaste masivo es más que
evidente.
Si no tenemos
oxigenación vamos a tener recalentamiento.
20-09-20
https://efectococuyo.com/opinion/via-de-escape-elecciones-venezuela/
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