Francisco Fernández-Carvajal 29 de septiembre de 2020
@hablarcondios
— Desprendimiento para seguir a Cristo. Los bienes
materiales son solo medios. Aprender a vivir la pobreza cristiana.
— Consecuencias de la pobreza: el uso del dinero,
evitar los gastos innecesarios, el lujo, el capricho...
— Otras manifestaciones de la pobreza cristiana:
rechazar lo superfluo, las falsas necesidades... Llevar con alegría la escasez
y la necesidad.
I. Relata el
Evangelio de la Misa1 que
Jesús se disponía a pasar a la otra orilla del lago. Se le acerca entonces un
escriba que se siente movido a acompañar al Maestro: te seguiré a donde
quiera que vayas, le dice. Y Jesús le expone en breves palabras el panorama
que se le presenta si emprende el camino: la renuncia a la comodidad, el
desprendimiento de las cosas, una disponibilidad completa al querer
divino: las raposas tienen sus madrigueras y los pájaros del cielo sus
nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.
Jesús pide a sus discípulos, a todos, un desasimiento
habitual: la costumbre firme de estar por encima de las cosas que
necesariamente hemos de usar, sin que nos sintamos atados por ellas. Para
quienes hemos sido llamados a permanecer en medio del mundo, mantener el
corazón desprendido de los bienes materiales requiere una atención constante,
sobre todo en un momento en que el deseo de poseer y de gustar de todo lo que
apetece a los sentidos se muestra como un afán desmedido y, para muchos –da esa
impresión–, el fin principal de la vida2.
Vivir la pobreza que Cristo pide a los suyos requiere
un gran desprendimiento interior: en el deseo, en el pensamiento, en la
imaginación; exige vivir con el mismo espíritu del Señor3.
Una de las primeras manifestaciones de la pobreza evangélica es utilizar los
bienes como medios4,
no como fines en sí mismos; y, al considerar esta enseñanza concreta del
Maestro, pedimos al Señor no dejarnos llevar por el deseo desmedido de tener
más, de aparentar, de poner en ellos la seguridad de la vida. Los medios
materiales son bienes cuando se utilizan para un fin superior:
sostener la familia, educar a los hijos, adquirir una mayor cultura en provecho
de la sociedad, ayudar a obras de apostolado y a quienes están más necesitados...
Pero esto no es fácil a la hora de la práctica, porque el hombre tiende a dejar
que el corazón se apegue a los medios materiales sin medida ni templanza. Es
necesario aprender en la vida real cómo hemos de comportarnos para no caer en
esos duros lazos que impiden subir hasta el Señor. Y esto tanto si tenemos
muchos bienes como si no poseemos ninguno, pues no se confunde la pobreza con
el no tener: «la pobreza que Jesús declaró bienaventurada es aquella hecha a
base de desprendimiento, de confianza en Dios, de sobriedad y disposición a
compartir con otros»5.
Esta es la pobreza al menos de quienes han de vivir v santificarse en medio del
mundo.
También San Pablo nos dice que sostuvo ese aprendizaje
para vivir desprendido en toda circunstancia: he aprendido -dice
a los cristianos de Filipo- a vivir en pobreza; he aprendido a vivir en
abundancia; estoy acostumbrado a todo y en todo: a la hartura y a la escasez; a
la riqueza y a la pobreza. Todo lo puedo en Aquel que me conforta6.
Su seguridad y su confianza estaban puestas en Dios.
II. No podemos dejar
de contemplar a Cristo, que no tenía dónde reclinar la cabeza...,
porque si queremos seguirle hemos de imitarle. Aunque debamos utilizar medios
materiales para cumplir nuestra misión en el mundo, nuestro corazón ha de estar
como el del Señor: libre de ataduras.
La verdadera pobreza cristiana es incompatible, no
solo con la ambición de bienes superfluos, sino con la inquieta solicitud por
los necesarios. Si esto le ocurriera a una persona que, respondiendo a la
llamada del Señor, lo ha dejado todo para seguirle más de cerca, indicaría que su
vida interior se está llenando de tibieza, que está intentando servir a dos
señores7. Por el contrario, la aceptación de las privaciones y de las
incomodidades que la pobreza lleva consigo, une estrechamente a Jesucristo, y
es señal de predilección por parte del Señor, que desea el bien para todos,
pero de modo muy particular para quienes le siguen.
Un aspecto de la pobreza cristiana se refiere al uso
del dinero. Hay cosas que son objetivamente lujosas, y desdicen de un discípulo
de Cristo especialmente cuando tantos padecen necesidad y escasez, aun cuando
resulten corrientes en el medio en el que cada uno se mueve. Son objetos,
comodidades, caprichos..., que no deben entrar en los gastos ni en el uso
–aunque no suponga desembolso alguno– de quien desea tener por Maestro a Aquel
que no tenía dónde reclinar su cabeza. El prescindir de esas comodidades o de
lujos y caprichos chocará quizá con el ambiente y puede ser en no pocas
ocasiones el medio que utilice el Señor para que muchas personas se sientan
movidas a salir de su aburguesamiento.
Los gastos motivados por el capricho son, por otro
lado, lo más opuesto al espíritu de mortificación, a un sincero anhelo de
imitar a Jesús. Es lógico pensar que tampoco tendría el espíritu de Cristo
quien se dejara llevar por esos deseos por el solo hecho de que quien los paga
es el Estado, la empresa o un amigo... Es el corazón el que seguiría a ras de
tierra, incapaz de levantar el vuelo hasta los bienes sobrenaturales. Una
persona así se iría incapacitando incluso para entender que existen otros bienes
superiores a los del cuerpo, a los de los sentidos.
Pobres, por amor a Cristo, en la abundancia y en la
escasez. En cada una de estas situaciones el uso de los bienes adquirirá unas
formas quizá distintas, pero con los mismos sentimientos y disposiciones en el
corazón. «Copio este texto, porque puede dar paz a tu alma: “Me encuentro en
una situación económica tan apurada como cuando más. No pierdo la paz. Tengo
absoluta seguridad de que Dios, mi Padre, resolverá todo este asunto de una
vez.
»Quiero, Señor, abandonar el cuidado de todo lo mío en
tus manos generosas. Nuestra Madre –¡tu Madre!– a estas horas, como en Caná, ha
hecho sonar en tus oídos: ¡no tienen!... Yo creo en Ti, espero en Ti, Te amo,
Jesús: para mí, nada; para ellos”»8.
Quizá muchas veces tendremos necesidad de hacer nuestra esta oración.
III.
Nosotros queremos seguir de cerca a Cristo, vivir como Él vivió, en medio del
mundo, en las circunstancias particulares en las que nos toca vivir. Un aspecto
de la pobreza que el Señor nos pide es el de cuidar, para que duren, los
objetos que usamos. Esta actitud requiere mortificación, un sacrificio pequeño,
pero constante, porque es más cómodo dejar la ropa en cualquier sitio y de
cualquier forma, o dejar para más tarde –sin fecha fija– ese pequeño arreglo
que, si se hace pronto, evita un gasto mayor.
También quien procura no tener nada superfluo está
cerca del desprendimiento que Cristo nos pide. Para esto es necesario que nos
preguntemos muchas veces: ¿necesito realmente estos objetos?, ¿dos plumas o dos
bolígrafos?... «Lo superfluo de los ricos –afirma San Agustín– es lo necesario
de los pobres. Se poseen cosas ajenas cuando se poseen cosas superfluas»9.
¿Tengo yo muchas cosas superfluas que para nada necesito?: calzado, utensilios,
ropa de deporte, vestidos... ¿Tengo presente que, en buena parte, el
desprendimiento cristiano consiste en «no considerar –de verdad– cosa alguna
como propia»10, y actúo en consecuencia?
Es evidente que la pobreza cristiana es compatible con
esos adornos de la casa de una familia cristiana, que se distingue más por el
buen gusto y por la limpieza (¡hacer que las cosas luzcan y rindan!) y
sencillez, que por lo ostentoso y llamativo. La casa debe ser un lugar donde la
familia se siente a gusto y a donde todos los miembros desean llegar cuanto
antes por el cariño que en ella se respira, pero no un lugar que sea una
continua ocasión de aburguesamiento, de falta de sacrificio en los pequeños y en
los mayores... Privarse de lo superfluo significa, sobre todo, no crearse
necesidades. «Hemos de exigirnos en la vida cotidiana, con el fin de no
inventarnos falsos problemas, necesidades artificiosas, que en último término
proceden del engreimiento, del antojo, de un espíritu comodón y perezoso.
Debemos ir a Dios con paso rápido, sin pesos muertos ni impedimentos que
dificulten la marcha»11.
No tener cosas superfluas o innecesarias significa
aprender a no crearnos falsas necesidades, de las que se puede prescindir con
un poco de buena voluntad. Y, a la vez, agradecer al Señor constantemente los
medios necesarios para el trabajo, para el sostenimiento de las personas que
tenemos a nuestro cargo y poder ayudar en las necesidades de las obras
apostólicas en las que colaboramos; estando dispuestos a prescindir de ellos,
si Dios así lo permite; sin quejarnos cuando falte lo necesario, ni perder la
alegría profunda de quien se sabe en las manos de Dios, pero poniendo los
medios para salir de esa situación.
La Virgen Santa María nos ayudará a llevar a la
práctica, de verdad, este consejo: «No pongas el corazón en nada caduco: imita
a Cristo, que se hizo pobre por nosotros, y no tenía dónde reclinar su cabeza.
»—Pídele que te conceda, en medio del mundo, un
efectivo desasimiento, sin atenuantes»12.
1 Lc 9, 57-62. —
2 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 63.
—
3 Cfr, San
Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, III, 15.
—
4 A.
Tanquerey, Compendio de Teología ascética y mística,
Palabra, Madrid 1990, n. 897. —
5 S.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la
libertad cristiana y liberación, 22-III-1986, 66. —
6 Flp 4,
12-13. —
7 Cfr. Mt 6,
24. —
8 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 807. —
9 San
Agustín, Comentarios sobre el Salmo 147. —
10 San
Josemaría Escrivá, o. c., n. 524. —
11 Ídem, Amigos
de Dios, 125. —
12 ídem, Forja,
n. 523.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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