100 AÑOS DE JUAN PABLO II 19 de septiembre de 2020
Juan
Pablo II fue un hombre que vivió el sufrimiento desde muy temprana edad. Perdió
a sus padres y hermanos, quedándose sin familia pero en el seno de una
comunidad cristiana que lo ayudó a salir adelante. También vivió la invasión de
su país y la guerra. Siendo Papa cargó con conflictos y sufrimientos de todas
partes del mundo. Efectivamente, podemos preguntarle a Karol, ¿cómo enfrentaste
todo esto? La respuesta llega de distintos modos.
Cuenta Joaquín Navarro Valls que en un examen médico
le preguntaron a Juan Pablo II cómo vivía esa situación de su salud, a lo que
el Papa respondió: “Yo me pregunto qué quiere decirme Dios
con esto”, aunque seguramente los médicos requerían otro tipo de
respuesta. Sin duda esta respuesta contiene una idea más que interesante y
manifiesta una experiencia de profunda relación con Dios. En medio de esta
pandemia que ha alcanzado a toda la humanidad, lo propio es hacerse las
preguntas pertinentes.
Se ha dicho que la nuestra es una sociedad consumista
y busca el placer y la comodidad. Ahora incluso postulan una concepción de
hombre como una pura indeterminación. Un hombre que es su propio dios y
a la vez es nada, cada quien es lo que siente, aunque la naturaleza lo
contradiga. En esta carrera en dirección contraria a todo obstáculo y dolor
llega lo imprevisible, esta vez con el gentil nombre de coronavirus.
Es evidente que la pandemia es un evento devastador,
porque se escapa de nuestras manos por mucho que hagamos. Aunque al cabo del
tiempo bajen los índices de mortalidad, aunque la curva se aplane, quedan los
hechos incontrovertibles de aquellos que han perdido a sus seres queridos. Es
pues toda una experiencia de la fragilidad humana, de nuestra caducidad.
En los últimos días se ha olvidado aquello del salmo
103: “¡El hombre! Como el heno son sus días, florece como flor
silvestre, sobre él pasa el viento y no subsiste”[1]. Creo que estos versos eran muy
conocidos hasta hace pocas décadas por la inmensa mayoría, hoy día pocos los
recuerdan. Nos hablan de la caducidad ya referida. A algunos, esa fragilidad
humana los lanza hacia la vorágine del placer, porque creen que no hay nada más
allá, pero también recuerda a los cristianos y a los hombres con sentido común,
que también existe lo perenne. El obstáculo, el dolor, puede hacer que miremos
a lo alto y digamos: ¿Qué quieres Señor de mí con todo esto?Es la pregunta que
debemos responder para que la pandemia no haya sido en vano.
Dice Juan Pablo II en Salvifici Doloris (1984,
III), encíclica que vendría muy bien leer en estos días, que el sufrimiento es
de alguna manera inefable e intransferible, es “demasiado” personal. Sin embargo,
también lo estamos viviendo como colectividad; dice la carta que algunas veces
ese sufrimiento parece que se hace particularmente
denso. La encíclica da una respuesta, solo diremos que el Papa en esa
carta menciona a Job, a los amigos de Job, etc. Se trata de entender que el
sufrimiento no es un castigo, pues en el caso de Job, como de modo pleno en el
caso de Cristo (caso por excelencia) se trata del sufrimiento de un inocente.
Aguas profundas, las preguntas de siempre, por qué el mal, por qué el sufrimiento.
Lo cierto es que toda crisis evidencia lo mejor y lo
peor del hombre. En algunos casos la solidaridad hasta lo heroico como médicos,
enfermeras y tanta gente, la amistad, la capacidad de compartir, de ser leal,
de ayudar al otro; en otros, se evidencia mezquindad y miseria.
En ese artículo de Navarro Valls (2014), el vocero del
Papa cuenta un episodio de la visita de Juan Pablo II a Colombia en 1986. Un
año antes el volcán Nevado del Ruiz había hecho erupción y sepultado el pueblo
de Armero:
"Llegamos a aquella costra de tierra ya
endurecida, de la que asomaba solamente la cima del campanario de una iglesia.
Juan Pablo II permaneció arrodillado largo tiempo. A la vuelta del viaje le
pregunté qué pensaba en aquellos momentos. Y él, como hablando consigo mismo,
respondió: «El hombre aplastado... Pero el hombre no puede ser aplastado nunca
porque Dios ha sido aplastado en Cristo. Esto es difícil de entender: Dios
aplastado... Ni siquiera Pedro lo entendía...»".[2]
La
imagen es terrible, y más aún las palabras del Papa, nuestra primera reacción
pudiera ser de rechazo. No solo que el hombre haya sido aplastado por un
desastre natural, la pandemia, la guerra o quizá la incomunicación, la soledad,
la traición. Lo que llama la atención de esas palabras y de esa imagen de
tierra que cubre unas 25.000 personas es la idea de un Dios aplastado… pero en
Cristo. Dios que por amor al hombre se encarna, y muere, se anonada, se abaja hasta
la humanidad doliente, dicen los teólogos. Descubrir esto es la tarea de cada
uno, la respuesta parece estar en el amor de Dios por el hombre. También en
estas fuertes palabras encontramos la idea de la victoria: el hombre no puede
ser aplastado. Es la realidad la que nos interroga de modo personal: Yo me
pregunto qué quiere Dios decirme con esto, con seguridad la respuesta llegará.
[1] Biblia de Navarra (2008) Ediciones de la
Universidad de Navarra S.A. (EUNSA) y Midwest Theological Forum (MTF): España,
USA.
[2] Navarro Valls, J. (2014) Juan Pablo II y el
misterio del sufrimiento humano. Recuperado de:
https://alfayomega.es/26741/juan-pablo-ii-y-el-misterio-del-sufrimiento-humano.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/article/que-me-quiere-decir-dios/
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