Francisco Fernández-Carvajal 20 de septiembre de 2020
@hablarcondios
— Los cristianos están para iluminar el ambiente en el
que viven.
— Prestigio profesional.
— Como luceros en medio del mundo.
I. En el Evangelio
de la Misa1 leemos esta enseñanza del Señor: Nadie enciende
un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el
candelero para que los que entren tengan luz.
Quien sigue a Cristo –quien enciende un candil–
no solo ha de trabajar por su propia santificación, sino también por la de los
demás. El Señor lo ilustra con diversas imágenes muy expresivas y asequibles al
pueblo sencillo que le escucha. En todas las casas alumbraba el candil al caer
la tarde, y todos conocían dónde se colocaba y por qué. El candil está para
iluminar y había de colocarse bien alto, quizá colgaba de un soporte fijo
puesto solo para ese fin. A nadie se le ocurría esconderlo de tal manera que su
luz quedara oculta. ¿Para qué iba a servir entonces?
Vosotros sois la luz del mundo2,
había dicho en otra ocasión a sus discípulos. La luz del discípulo es la misma
del Maestro. Sin este resplandor de Cristo, la sociedad queda en las más
espesas tinieblas. Y cuando se camina en la oscuridad se tropieza y se cae. Sin
Cristo, el mundo se vuelve difícil y poco habitable.
Los cristianos están para iluminar el ambiente en el
que viven y trabajan. No se comprende a un discípulo de Cristo sin luz: sería
como un candil que se escondiera debajo de una vasija o se metiera debajo de la
cama. ¡Qué bien le entenderían quienes le escuchaban! El Concilio Vaticano II
puso de relieve la obligación del apostolado, derecho y deber que nace del
Bautismo y de la Confirmación3,
hasta el punto de que, formando el cristiano parte del Cuerpo Místico, «el
miembro que no contribuye según su medida al aumento de este Cuerpo, hay que
decir que no aprovecha ni a la Iglesia ni a sí Mismo»4.
Este apostolado, que tiene tan diversas formas, es continuo, como es continua
la luz que alumbra a los que están en la casa. «El mismo testimonio de vida cristiana
y las obras hechas con espíritu sobrenatural tienen eficacia para atraer a los
hombres hacia la fe y hacia Dios»5.
También los que aún no creen en Cristo han de ver iluminado su camino con el
brillo de las obras de los que siguen al Maestro. «Porque todos los cristianos,
donde quiera que vivan, por el ejemplo de su vida y el testimonio de su
palabra, están obligados a manifestar el hombre nuevo de que se han revestido
por el Bautismo, y en el que se han robustecido por la Confirmación, de tal
forma que los demás, al reparar en sus obras, glorifiquen al Padre y descubran
el genuino sentido de la vida y el vínculo universal de todos los hombres»6.
Examinemos hoy nosotros si aquellos que trabajan codo
a codo con nosotros, quienes viven en el mismo hogar, los que nos tratan por
motivos profesionales o sociales... reciben esa luz que señala el camino amable
que conduce a Dios. Pensemos si esos mismos se sienten movidos a ser mejores.
II. El trabajo, el
prestigio profesional, es el candil en el que ha de lucir la luz de Cristo.
¿Qué apostolado podría llevar a cabo una madre de familia que no cuidara a
conciencia de su hogar, de tal manera que su marido, sus hijos, encontraran al
llegar un lugar grato? ¿Cómo podría hablar de Dios a sus amigos un estudiante
que no estudiara, un empresario que no viviera los principios de la justicia
social de la Iglesia con los empleados...? La vida entera del Señor nos hace
entender que sin la diligencia, la laboriosidad y la constancia de un buen
trabajador, la vida cristiana queda reducida, a lo más, a deseos, quizá
aparentemente piadosos, pero estériles tanto en la santidad personal como en la
influencia clara que hemos de ejercer a nuestro alrededor. Cada cristiano «debe
obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor
Christi (cfr. 2 Cor 2, 15), el buen olor de Cristo;
debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda
descubrirse el rostro del Maestro»7.
Para eso, el ejemplo en aquello que constituye como la columna vertebral de
todo hombre, el trabajo, ha de ir por delante. (El enfermo, el impedido, ha de
ser luz –¡y cómo brilla!– siendo un buen enfermo, llevando con sentido
sobrenatural la propia carga). El Señor quiere que la farmacéutica sea
competente en aquellas medicinas que despacha, y que cuando sea oportuno sepa
dar el consejo humano y sobrenatural que ayuda y anima, y que el taxista
conozca bien las calles de la gran ciudad, que el conductor de un medio público
de transporte no maltrate a los pasajeros con un mal modo de conducir...
Desde el comienzo de su vida pública conocen al Señor
como el artesano, el hijo de María8.
Y a la hora de los milagros la multitud exclama: ¡Todo lo hizo bien!9,
absolutamente todo: «los grandes prodigios, y las cosas menudas, cotidianas,
que a nadie deslumbraron, pero que Cristo realizó con la plenitud de quien
es perfectus Deus, perfectus homo (Símbolo Quicumque),
perfecto Dios y hombre perfecto»10.
Jesús, que quiso emplear en sus enseñanzas los oficios más diversos, «mira con
amor el trabajo, sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un
aspecto particular de la semejanza del hombre con Dios, Creador y Padre»11.
Para tener prestigio profesional es necesario cuidar
la formación en la propia actividad u oficio, dedicando las horas necesarias,
fijándose metas para perfeccionarla cada día, incluso después de terminados los
estudios o el período de aprendizaje propio de todo trabajo. En no pocas
ocasiones los resultados académicos, para un estudiante, serán un buen índice
de su amor a Dios y al prójimo. Obras son amores.
Como consecuencia lógica de este empeño y de la
seriedad de su tarea, el fiel cristiano tendrá entre sus colegas la reputación
de buen trabajador o de buen estudiante que le es necesaria para realizar un
apostolado profundo12.
Sin darse apenas cuenta estará mostrando cómo la doctrina de Cristo se hace
realidad en medio del mundo, en una vida corriente. Y se comprueba el acierto
del comentario de San Ambrosio: las cosas nos parecen menos difíciles cuando las
vemos realizadas en otros13.
Y todos tienen derecho a ese buen ejemplo.
III. Es
evidente que la doctrina de Cristo no se ha difundido a fuerza de medios
humanos, sino a impulsos de la gracia. Pero también es cierto que la acción
apostólica edificada sobre una vida sin virtudes humanas, sin valía
profesional, sería hipocresía y ocasión de desprecio por parte de los que
queremos acercar al Señor. Por eso, el Concilio Vaticano II formulaba estas
graves palabras: «El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a
sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios
y pone en peligro su eterna salvación»14,
porque no se santifica a sí mismo, deja de aprovechar los talentos recibidos, y
no santifica a su prójimo.
Sea cual sea la profesión o el oficio que se
desempeñe, la categoría ganada día a día en un trabajo hecho a conciencia
otorga una autoridad moral ante colegas y compañeros que facilita el persuadir,
el enseñar, el atraer... Es tan importante esta solidez profesional que un buen
cristiano no se puede escudar en ningún motivo para no ganarla. Para quienes se
empeñan en vivir hasta el fondo su vocación cristiana, el trabajo competente y
los medios para lograrlo constituyen un deber primario. Por eso, el buen
médico, si quiere seguir siéndolo, no abandonará el estudio que lo mantiene al
día, y el buen profesor renovará su material pedagógico, sin contentarse con
repetir una y otra vez los mismos guiones, que lo dejarían sumido en la
mediocridad.
La competencia y la seriedad con que se debe realizar
el trabajo profesional se convierte así en un candelero que ilumina a colegas y
amigos15. La caridad cristiana se hace visible entonces desde lejos, y
la luz de la doctrina ilumina desde esa altura; es una luz familiar y cercana
que con facilidad llega a todos.
San Pablo escribe a los primeros cristianos de Filipo
y les exhorta a vivir en medio de aquella generación apartada de Dios de tal
manera que brillen como luceros en medio del mundo16.
Y su ejemplo arrastraba tanto que en verdad se pudo decir de ellos: «lo que es
el alma para el cuerpo, esto son los cristianos en medio del mundo»17,
como se puede leer en uno de los escritos cristianos más antiguos.
Para llevar a todos la luz de Cristo, junto a los
medios sobrenaturales, hemos de practicar también las normas corrientes de la
convivencia. Para muchas personas estas normas se quedan en algo exterior y
solo se practican porque hacen más fácil el trato social, por costumbre. Para
nosotros los cristianos han de ser también fruto de la caridad, manifestaciones
externas de un sincero interés por los demás. Todo esto es parte de la luz
divina que hemos de llevar con nuestra vida, y del apostolado que el Señor
quiere que llevemos a cabo, principalmente entre las personas que más tratamos.
1 Lc 8, 16-18. —
2 Mt 5, 14. —
3 Cfr. Conc. Vat. II,
Const. Lumen gentium, 33. —
4 ídem,
Decr. Apostolicam actuositatem, 2. —
5 Ibídem,
6. —
6 ídem,
Decr. Ad gentes, 11. —
7 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 105. —
8 Mc 6,
3. —
9 Mc 7,
37.—
10 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 56. —
11 Juan
Pablo II, Enc. Laborem exercens, 14-IX-1981, 26. —
12 Cfr. Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 36. —
13 San
Ambrosio, Sobre las vírgenes, 2, 2. —
14 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 43. —
15 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 61. —
16 Flp 2,
15. —
17 Epístola
a Diogneto, VI, 1.
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