Por Piero Trepiccione
Durante casi cinco
décadas del siglo veinte, el mundo fue testigo de excepción de la llamada
“guerra fría”. Una forma singular de describir la gran lucha geopolítica dada
en el campo ideológico y en diversas ramas de la actividad humana, por dos
grandes superpotencias: la antigua URSS (Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas) y los Estados Unidos de Norteamérica.
No hubo organismo
multilateral o país en el orbe que no se viera involucrado en este escenario de
bipolaridad que caracterizó las relaciones de poder entre los Estados. El mundo
vivió una serie de conflictos “menores”, cuyo trasfondo era el difícil
equilibrio global alcanzado por este formato geopolítico y geoestratégico, que
marcó pauta en la comunidad internacional hasta finales de la década de los
noventa; cuando uno de los actores fundamentales se derrumbó política y
económicamente.
Luego de la caída del
muro de Berlín (ícono emblemático del fin de la guerra fría) desde diversas
partes del mundo comenzaron a aparecer voces que impulsaban la necesidad de
pactar una multipolaridad en los asuntos globales. La aparición con fuerza de
los denominados “bloques comerciales” estimuló este camino. La Unión Europea y
su florecimiento comercial y político, Japón, China y en general, la aparición
de los gigantes asiáticos que se fueron haciendo claves en el comercio global y
otros actores internacionales que, ante el crecimiento de la supremacía
norteamericana, vieron la necesidad de “reequilibrar” la balanza internacional
y hacerla más estable. Pero no pasó mucho tiempo para iniciar el camino de
vuelta hacia la bipolaridad.
Con el crecimiento
económico sostenido de China durante más de tres décadas, fue ampliándose su
participación en la economía global hasta tal punto de ser, en la actualidad,
la número dos y encaminada a superar a los EE.UU. en el puesto de honor para
2030, según muchos entendidos en la materia. Con el correr de los tiempos y las
dinámicas mundiales, el peso de la economía se ha vuelto fundamental en lo que
se refiere a la geopolítica; y es por ello, que China, se ha convertido en un
actor de enorme importancia global.
Inclusive, por encima
de Rusia, que en el pasado reciente, tenía un rol de preponderancia. Hoy en
día, los chinos ejercen una influencia determinante sobre los rusos por su
interconectividad económica que ha generado un superávit comercial que ha
vuelto a Moscú dependiente de Beijing.
Con esta nueva
particularidad, el mundo está observando el nacimiento de una nueva
bipolaridad: China-Estados Unidos. Ambos países lo saben y están actuando en
consecuencia. El tablero geopolítico mundial es un gran campo de juegos de
poder donde las influencias de uno u otro actor son cada vez más evidentes.
Europa está viviendo esta disyuntiva. Mantener la independencia y buenas
relaciones con EEUU o por el contrario, ser cada vez más dependiente de la
influencia política de Beijing que viene aparejada con los negocios.
En Alemania, el debate
es cada vez más candente en este sentido; pero también Francia, Italia y otros
países de la UE sienten cómo, cada día que pasa, es más difícil ser “autónomo”
en las decisiones políticas que tienen que ver o con China o los Estados
Unidos. Ni qué hablar de América Latina y el Caribe, cuya relación comercial
con Beijing ha crecido sostenidamente y ahora ha pasado a términos más
políticos con países bandera que privilegian la relación con China e impulsan
nuevos esquemas de poder para la región entera. África y el medio Oriente,
Australia, Nueva Zelanda y la India también son actores donde la nueva
bipolaridad se ha venido manifestando.
El mundo está siendo de
nuevo testigo de excepción de un fenómeno que puede traer una competencia
interesante en el campo científico, comercial y en las artes cuyos resultados
beneficien a todos; pero también, es posible, como en la guerra fría, que
algunos terminen siendo simples fichas de sacrificio y muerte. Esperemos que la
humanidad haya aprendido la lección.
27-09-20
https://efectococuyo.com/opinion/la-nueva-bipolaridad-global/
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