Francisco Fernández-Carvajal 16 de noviembre de 2020
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— Ejemplaridad del anciano Eleazar.
— Obstáculos para la fidelidad.
— Lealtad a la palabra dada y a los compromisos
adquiridos.
I. En tiempos del
rey Antíoco se desató una fortísima persecución contra Israel. El Templo fue
profanado y en él se introdujo el culto a los dioses griegos en lugar de Yahvé.
Se prohibió celebrar el sábado, y cada mes los judíos eran obligados a celebrar
el natalicio del rey, participando en los sacrificios que se inmolaban con este
motivo y comiendo sus carnes.
Eleazar, un anciano venerable de noventa años, se
mantuvo fiel a la fe de sus padres y prefirió la muerte a tomar parte en estos
sacrificios. Antiguos amigos le propusieron traer alimentos permitidos para
simular delante de los demás que había comido de las carnes sacrificadas, según
el mandato del rey. Haciendo esto –le decían–, se libraría de la muerte. Pero
Eleazar se mantuvo fiel a la vida ejemplar que había llevado desde niño,
considerando que era indigno de su ancianidad disimular, no fuera que luego pudiesen
decir los jóvenes que, a sus noventa años, se había paganizado con los
extranjeros. Mi simulación por amor de esta corta y perecedera
vida -dijo- los induciría a error, y echaría sobre mi vejez la
afrenta y el oprobio; y aunque al presente lograra librarme de los castigos
humanos, de las manos del Omnipotente no escaparé ni en la vida ni en la muerte.
Eleazar se encaminó al suplicio y, estando a punto de
morir, exclamó: El Señor Santísimo ve bien que, pudiendo librarme de la
muerte, doy mi cuerpo al tormento; pero mi alma lo sufre gozosa en el temor de
Dios. El autor sagrado recoge la ejemplaridad de su muerte, no solo para
los jóvenes, sino para toda la nación. Este relato1 nos
recuerda también a nosotros la fidelidad sin fisuras a los compromisos
contraídos en la fe, para ser leales al Señor también cuando quizá nos sería
más fácil ceder por la presión de un ambiente pagano hostil, o por una
circunstancia difícil que hayamos de atravesar.
San Juan Crisóstomo llama a Eleazar «protomártir del
Antiguo Testamento»2.
Su actitud gozosa en el martirio es como un preludio de aquella alegría que
Jesús preconizará de los que serían perseguidos por su nombre3.
Es el gozo que el Señor nos hace experimentar cuando, por ser fieles a la fe y
a la propia vocación, padecemos alguna contrariedad.
II. A los primeros
cristianos se les designaba frecuentemente con el apelativo de fieles4.
Este término nace en momentos de dificultades externas, de persecuciones, de
calumnias y de la presión de un ambiente pagano que trataba de imponer su
manera de pensar y de vivir, muy opuesta a la doctrina del Maestro. Ser
fieles era mantenerse firmes ante estos obstáculos externos. Sé
fiel hasta la muerte -se lee en el Apocalipsis- y Yo te daré
la corona de la vida5.
Esto se pide a los cristianos de todas las épocas: Sé fiel hasta la
muerte. Ya antes advierte el Apóstol: No temas por lo que vas a
padecer: el diablo va a encarcelar a algunos de vosotros, para que seáis
tentados; y sufriréis tribulación por diez días. Eso es la vida: diez
días, un poco de tiempo. ¿Y no vamos a permanecer fieles sí tuviéramos que
sufrir alguna contradicción, muchas veces pequeña, alguna discriminación por
ser cristianos que no se avergüenzan de serlo? ¿Nos vamos a avergonzar de
nuestra fe, que tiene consecuencias prácticas en el modo de actuar, en las que
muchos quizá no estén de acuerdo? «Es fácil –recordaba el Papa Juan Pablo II–
ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente
toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serlo
en la hora de la tribulación. Y solo puede llamarse fidelidad una coherencia
que dura toda la vida»6.
A veces los obstáculos no llegan de fuera, sino de
dentro. La soberbia es el principal obstáculo de la fidelidad, y junto a ella
la tibieza, que hace perder la alegría en el seguimiento de Cristo, idealizando
otras posibilidades que están al margen del camino que nos lleva a Dios. Otras
veces surge la oscuridad del alma, consecuencia de la desgana y falta de lucha,
o porque Dios la permite para purificar el alma. Sea cual fuere la causa de
estas tinieblas, la fidelidad muchas veces estará en la humildad de ser dóciles
a la dirección espiritual, en mantener una oración viva con el Señor, en
permanecer en ese trato diario con Él, que nos llevará como de la mano hasta la
luz. «Se quedaron muy grabadas en mi cabeza de niño –cuenta San Josemaría
Escrivá– aquellas señales que, en las montañas de mi tierra, colocaban a los
bordes de los caminos; me llamaron la atención unos palos altos, ordinariamente
pintados de rojo. Me explicaron entonces que, cuando cae la nieve, y cubre
senderos, sementeras y pastos, bosques, peñas y barrancos, esas estacas
sobresalen como un punto de referencia seguro, para que todo el mundo sepa
siempre por dónde va la ruta.
»En la vida interior, sucede algo parecido. Hay
primaveras y veranos, pero también llegan los inviernos, días sin sol, y noches
huérfanas de luna. No podemos permitir que el trato con Jesucristo dependa de
nuestro estado de humor, de los cambios de nuestro carácter. Esas posturas
delatan egoísmo, comodidad, y desde luego no se compaginan con el amor.
»Por eso, en los momentos de nevada y de ventisca,
unas prácticas piadosas sólidas –nada sentimentales–, bien arraigadas y ajustadas
a las circunstancias propias de cada uno, serán como esos palos pintados de
rojo, que continúan marcándonos el rumbo, hasta que el Señor decida que brille
de nuevo el sol, se derritan los hielos, y el corazón vuelva a vibrar,
encendido con un fuego que en realidad no estuvo apagado nunca: fue solo
rescoldo oculto por la ceniza de una temporada de prueba, o de menos empeño, o
de escaso sacrificio»7.
III. La
lealtad de Eleazar a la fe de sus mayores sirvió además para que otros muchos
del pueblo escogido permanecieran firmes en sus creencias y costumbres. Nunca
queda aislada la fidelidad de un hombre, de una mujer. Son muchos los que,
quizá sin saberlo expresamente, se apoyan en ella. Una de las grandes alegrías
que el Señor nos hará gustar será el poder contemplar a todos aquellos que
permanecieron firmes en su fe y en su vocación porque se apoyaron en nuestra
sólida coherencia.
La virtud humana que corresponde a la fidelidad es
la lealtad, esencial para toda convivencia. Sin un clima de
lealtad, las relaciones y vínculos entre los hombres degenerarían a lo sumo en
una mera coexistencia, con su cortejo inseparable de inseguridad y
desconfianza. La vida propiamente social no sería posible si no se diera
«aquella observancia de los pactos sin la que no es posible una tranquila
convivencia entre los pueblos»8:
un clima de confianza mutua, de honradez, de lealtad. No es infrecuente que en
la sociedad, en la empresa, en los negocios... parezca perdida esta virtud tan
esencial. La mentira, la manipulación de la verdad, es un arma más que algunos
utilizan como si fuera normal en los medios de la opinión pública, en la
política, en los negocios... Muchas veces se echa de menos la honradez para
cumplir la palabra dada y los compromisos libremente adquiridos. Es más, en
ocasiones se comenta la infidelidad matrimonial, como si los compromisos
adquiridos delante de Dios y delante de los hombres tuvieran poco valor. Otros,
con el fin de aumentar su disponibilidad económica, o para satisfacer su ansia
desordenada de placeres, de figurar en la vida social, incumplen sus deberes
religiosos, familiares, sociales o profesionales traicionando los compromisos
más nobles y santos.
En estos momentos urge que los cristianos –luz del
mundo y sal de la tierra– procuremos ser ejemplo de fidelidad y de lealtad a
los compromisos contraídos. San Agustín recordaba a los cristianos de su tiempo:
«El marido debe ser fiel a la mujer, y la mujer al marido, y ambos a Dios. Los
que habéis prometido continencia, cumplid lo prometido, puesto que no se os
exigiría si no lo hubieseis prometido (...). Guardaos de hacer trampas en
vuestros negocios. Guardaos de la mentira y del perjurio»9.
Son palabras que conservan plena actualidad.
Perseverando, con la ayuda del Señor, en lo poco de
cada día, lograremos oír al final de nuestra vida, con gozosísima dicha,
aquellas palabras del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido
fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu Señor10.
1 Primera
lectura. Año 1. 2 Mac 6, 18-31. —
2 San
Juan Crisóstomo, Homilía 3, sobre los santos Macabeos.
—
3 Cfr. Mt 5,
12. —
4 Hech 10,
45; 2 Cor 6, 15; Ef 1, 1. —
5 Apoc 2,
10. —
6 Juan
Pablo II, Homilía 27-I-1979. —
7 San Josemaría Escrivá, Amigos
de Dios, 151. —
8 Pío
XII, Alocución 24-XII-1940, 26. —
9 San
Agustín, Sermón 260. —
10 Mt 25,
21-23.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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