Alirio Pérez Lo Presti 03 de noviembre de 2020
@perezlopresti
Incapaces de deslastrarnos de maneras de pensar que
permanentemente nos juegan en contra, pareciera que estuviésemos anclados en
una dimensión de carácter pendular en donde un día estamos mirando para el
norte y al día siguiente tenemos las narices aplastadas contra el sur.
El pasado está presente
Latinoamérica tiene una enfermiza fijación por su
pasado. Es como si existieses una tendencia a la autoflagelación, en la cual lo
que nos precede no es comprendido como un proceso natural de cambio y
crecimiento, sino como un abismo insondable que debe martirizarnos. Se pierde
demasiado tiempo y energía en un intento raro de descifrar lo obvio y tratar de
comprender lo que no requiere mayor capacidad de entendimiento. Grupos enteros
reniegan de lo que son y tratan de magnificar lo pretérito como el condicionante
del presente. Buen intento de librase de la responsabilidad de ser diligentes
con el tiempo y el lugar que nos ha tocado vivir. Es tan extravagante el
rechazo a lo que somos, que se cae en un nominalismo compulsivo, donde le
queremos cambiar el nombre a las cosas pensando que con eso estamos modificando
el origen del cual venimos. Difícilmente se puede estar en paz como sociedad,
si no somos capaces de entender que el pasado tiene su justa y necesaria
dimensión, sin complejos ni revanchismos. Atacar el pasado es agredirnos con el
látigo flagelante de los enajenados. Esa actitud es propia de sociedades
primitivas y malsanas en donde de manera compulsiva se apela a lo simbólico y
no se aterriza: Demasiados pajaritos preñados y poca capacidad resolutiva.
¿Compárate que algo queda?
Que, si los japoneses, los islandeses, los daneses,
los suizos, los noruegos, los suecos y cuanto grupo humano idealizado como
modelo nos pasan por la cabeza, lo asumimos como el norte y punto final a donde
debemos llegar. Tamaña desproporción, de lo que conceptuamos como meta y lo
comparamos con los que somos, no puede llevar sino a una eterna repetición de
errores en torno a lo mismo. Al final, cada sociedad va labrando su calzada
dependiendo de los recursos con los cuales pretenda progresar, siendo el
principal de todo el talento humano. Un talento que se mide por su nivel
educativo y en la medida en que una sociedad invierta en educación, su grado
aspiracional puede ser potencialmente mayor. En materia educativa, los resultados
benefician a todos. De ahí que no invertir en educación es una manera de
autodestrucción. Cada pueblo ha de conseguir la fórmula que lo hará llegar al
destino que colectivamente va haciendo cada día. Los calcos y remedos no
aplican, de ahí la importancia de contar con gente capaz.
La paradoja perfecta
Privilegiados por los esfuerzos que en materia
educativa se hicieron durante el período del bipartidismo del siglo XX
venezolano, para poder conseguir trabajos sencillos en otras latitudes, muchos
de nuestros compatriotas se ven forzados a ocultar su nivel educacional.
Venezuela es el más impecable ejemplo de cómo una sociedad puede llegar a tener
altos niveles aspiracionales. La movilización social generada en el siglo XX,
gracias a lo que se invirtió en educación, generó lo que bien pudo ser una
potencia en el subcontinente. Lo que vemos en la actualidad es el ejemplo de lo
que no se debe hacer, la prueba tangible de cómo una sociedad, habiendo llegado
a la mayor perfectibilidad como sistema, precisamente se desmorona por no haber
sabido guiar la recta final hacia una mejor nación.
Grandes olas de venezolanos recorriendo el planeta es
la marca de Caín que nos ha caracterizado. Un fenómeno migratorio como el
ocurrido en Venezuela, no ha dejado de ser interesante acontecimiento para ser
analizado en importantes centros de investigación. De nación potencia a “objeto
de estudio” es la dura realidad que nos caracteriza. Se espera que cuando pase
la pandemia y producto de la crisis económica global, la estampida de
venezolanos buscando mejor porvenir aumentará las carreteras, puertos y
aeropuertos de los confines del planeta. Por ser la región el destino más
cercano, es inconcebible que no se hayan preparado las naciones para establecer
un plan de contención para las enormes masas de connacionales que saldrán del
país. Trámites de rigor como los respectivos permisos de trabajo, ya deberían
ser parte de cualquier política migratoria de los países que habrán de recibir
venezolanos por montón. La terquedad con la cual se voltea la mirada y se
cierra los ojos ante lo que ocurre en la nación caribeña es de los desatinos
más grandes de la historia contemporánea.
Alirio
Pérez Lo Presti
@perezlopresti
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