Carolina Gómez-Ávila 08 de noviembre de 2020
Supongamos que casi todas las protestas por
reivindicaciones puntuales que hemos visto desde 2018 fueron motorizadas por
chavistas disidentes. Me refiero a los que, por haber pertenecido a la élite en
el poder, tienen capacidad de organizar y sacar a la calle a la población
chavista descontenta.
Supongamos que ese chavismo descontento sale a
manifestar para exigir que se les tome en cuenta en el reparto, cada vez más
exiguo, de compensaciones populistas, en vista de que no hay políticas sociales
constantes sino dádivas espasmódicas y discriminatorias para todo, incluso para
la electricidad, el agua potable, el gas, la gasolina, los salarios
insuficientes y un largo etcétera.
Supongamos que esos manifestantes del chavismo
descontento no tienen preocupación alguna por el régimen de libertades
democráticas. Es decir, que les da igual vivir en dictadura o no, siempre que
puedan sobrevivir con menos padecimientos que en el presente.
Supongamos que el chavismo disidente que los moviliza,
tiene suficiente control sobre estas manifestaciones para no permitir que los
miembros de los partidos de la coalición democrática estén presentes en ellas.
Digamos que se reservan la autoría y el crédito de cara a los manifestantes,
mientras evitan que los opositores capitalicen las quejas y las conviertan en
exigencia política.
Supongamos que el resto de la población encuentra
inexplicable la falta de aprovechamiento político de esta situación y que la
antipolítica ha visto espacio para acusar de incompetentes a los líderes
demócratas.
Supongamos que la frustración de todos crece, mientras
vemos alejarse la esperanza de presionar en masa para tener unas elecciones
presidenciales y parlamentarias, libres y justas; mientras se nos pide ser
empáticos, solidarizarnos y acompañar el más que justo reclamo de nuestros
compatriotas… que jamás nos acompañarán a reclamar un cambio de Gobierno.
Supongamos que las oenegés que escoltan y defienden
estas protestas de pobre afluencia, lo hacen para validarse como interlocutores
del chavismo descontento ante la dictadura y no para sumar esfuerzos que
faciliten el fin de la dictadura ni la unidad de la oposición, sino para adosar
esta, a un chavismo reconstruido.
De ser así, estaría explicado que no hayamos logrado
mayores cosas y convendría que quienes aspiramos a un cambio de Gobierno por
vía constitucional, nos replanteáramos la lucha.
Preguntarnos si los miles de protestas auténticamente
escuálidas que desde 2018 piden servicios públicos y calidad de vida son del
chavismo descontento que no se mortifica por vivir en dictadura. Preguntarnos
si es útil apoyar los justos reclamos del chavismo descontento, porque estará
descontento, pero no dejará de ser chavista.
Preguntarnos si hemos exigido de la dirigencia
opositora lo que no podían materialmente darnos. Preguntarnos, sobre todo, si
la disidencia chavista pretende captarnos a través de la solidaridad con
nuestros compatriotas y torcernos, hasta que los apoyemos a ellos a regresar al
poder.
Y preguntarnos, finalmente, cómo es que podemos
presionar para lograr las elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y
justas que nos liberen de una administración corrupta y criminal para así
emprender un camino de reconstrucción y prosperidad.
Creo que son preguntas útiles, aunque todas hayan
surgido a partir de puras especulaciones.
Carolina
Gómez-Ávila
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