Sebastiana Barráez 08 de noviembre de 2020
@SebastianaB
Con
la frontera cerrada, el negocio florece para miembros del Ejército Bolivariano
y la guerrilla colombiana, que exigen pagos tanto en la ida como en el regreso
Ir desde La Fría, municipio García de Hevia del
Táchira, hasta Cúcuta, Norte de Santander de Colombia, es una aventura, para
muchos necesaria, para otros indispensable, pero para todos es arriesgada. No
importa lo que Caracas y Bogotá crean que pasa en esa tierra que parece de
nadie, pero que a la vez tiene dueños claramente determinados: guerrilla y
paramilitares, ambos en confabulación con policías y militares más venezolanos
que colombianos. La poderosa industria que se mueve en la franja fronteriza
es de millones de dólares. El cierre de la frontera tiene su principal negocio
para los grupos irregulares.
Hoy en día el flujo de personas que va y viene en la
frontera es constante, arriesgando la vida, no solo por lo que pueda ocurrir
con los grupos irregulares armados que están a todo lo largo y ancho de la
línea fronteriza, sino muchas veces atravesando los ríos. Cuando, por ejemplo,
el río Táchira crece, es peligroso atravesarlo, aun así, cientos de personas
esperan en la orilla a que baje un poco el caudal, otros se arriesgan, hay
quienes hacen puentes improvisados con pedazos de madera, árboles o piedras.
Un
viaje de La Fría del Táchira (Venezuela) hasta Cúcuta del Norte de Santander
(Colombia) puede costar unos 100 mil pesos colombianos o 30 dólares
estadounidenses; la moneda venezolana, el bolívar, no cuenta.
El pasaje, de ida y vuelta, cuesta 60 mil pesos y los
vehículos de transporte son viejos y destartalados, mayoritariamente camionetas
Caribe o camiones 350, que se toman en el sector Mate Cure de La Fría, entrando
por la autopista en sentido hacia San Cristóbal, capital del estado Táchira.
El pueblo de Mate Cure está a unos 10 kilómetros del
pueblo de La Fría y en realidad es un caserío, donde no hay más de 50 familias,
pero con mucho movimiento de vehículos y personas. En cada una de esas casas
hay una venta de gasolina. Suba a la camioneta o al camión y adéntrese en la
aventura.
Guerrilleros y militares
Desde que se toma el transporte cerca de La Fría hasta
que llegue a Cúcuta, el viaje es de unas dos horas si no está lloviendo y
los ríos no están crecidos. El trayecto es accidentado por otras razones;
gran parte de la carretera es de tierra o destapada, como la gente de la zona
llama a la vía que no está trazada por asfalto o granzón.
Aquellos que ya conocen el camino toman sus
precauciones, más aún si tienen problemas de salud en la columna o los riñones.
Los novatos pagan las consecuencias del viaje con la vía abundante en huecos
inmensos, desniveles, puentes caídos y traqueteo por la antigüedad de los
vehículos que, alguna vez, ya hace mucho tiempo, gozaban de buena
amortiguación.
Esta vez el viaje transcurre sin mayores sobresaltos hasta
llegar a la Base de protección Fronteriza Morretales del Ejército Bolivariano
de Venezuela, donde para poder seguir hay que pagarle a un soldado, de esos
que pregona defender la patria, dos mil pesos colombianos; ahí no reciben
bolívares ni petros. Los pasajeros pagan resignados, pero los que pasan por
ahí por primera vez manifiestan el disgusto de pagarle la “vacuna” a quien usa
el uniforme que alguna vistió el gran Simón Bolívar.
Cinco kilómetros más adelante, casi llegando a
territorio colombiano, pero a dos kilómetros de la quebrada La China, límite
entre los dos países, hay otra alcabala, pero esta es del Ejército de
Liberación Nacional (ELN); es inaudito no solo que los elenos tengan ese
punto de control en territorio venezolano, sino a unos tres kilómetros de la
del Ejército.
Los guerrilleros requisan los vehículos, interrogan
a los pasajeros como si fueran la autoridad policial o militar de Venezuela,
pero al igual que el soldadito también cobran la “vacuna” de dos mil pesos.
Una mujer murmura, después que el vehículo arranca, y asegurándose que los
irregulares no la oyen: “Y pensar que Padrino López y Maduro se llenan la
boca hablando de patria y de la libertad del país”.
Por fin los vehículos llegan a la quebrada La China,
calculan el paso más seguro y atraviesa entre tropezones, hasta alcanzar el
otro lado del curso de agua donde ya es territorio colombiano.
La calcomanía de obsequio
Desde ahí empieza una carretera de asfalto, no
precisamente en buenas condiciones, pero mejor que la de tierra que quedó en el
lado venezolano. Es la población de San Faustino de Los Ríos, territorio que
alguna vez perteneció a Venezuela y del cual Colombia se apoderó en uno de esos
históricos litigios, y al cual le pusieron mucho empeño para que el primer
presidente colombiano, nacido en San Faustino, no quedara como venezolano.
Los vehículos siguen traqueteando, pasan dos
alcabalas en territorio colombiano, una del Ejército colombiano y otra de la
Policía Nacional de Colombia, nadie cobra vacuna. Los pasajeros van
comentando la diferencia hasta que llegan al sector La Modelo, en la zona donde
se encuentra la cárcel del mismo nombre, en Cúcuta, que es hasta donde permiten
llegar a los vehículos venezolanos. Ahí termina el viaje.
Tres extorsiones
Horas después muchos inician el regreso. El
transporte se toma en La Modelo y comienza la travesía Cúcuta, San Faustino,
quebrada La China, alcabala del ELN, otra vez cada pasajero paga las
“vacunas” de paso y responde las preguntas de rigor que hacen los guerrilleros:
¿de dónde viene? ¿para dónde va? ¿qué lleva? La única diferencia es que si
algunos de los pasajeros trajeron mercancía o tiene maleta de viajero que dé la
impresión de ir más lejos de la frontera, debe pagar una “vacuna” adicional, de
acuerdo con el peso, el volumen y el valor de lo que trae. Mientras tanto
se observa el paso de camiones cargados de diferentes mercancías; esos pagan
una “vacuna” mucho más alta.
No todo termina ahí. Aún falta la alcabala del
Ejército, en la Base Morretales, los otros dos mil pesos que debe pagar. Pero
esta vez hay una sorpresa. En el caserío
Mate Cure, cuando apenas quedan unos pasos para finalizar el viaje, un
funcionario de la Guardia Nacional (GNB), de apellidos Rodríguez, se acerca al
carro de transporte. Con alta e inteligible voz, dijo: “Bueno señores, vamos
a ser claros y directos, son 10 mil pesos por persona”. Los pasajeros apenas
hablan, casi ninguno levanta la vista, a regañadientes le dan el dinero al
indigno militar venezolano.
El chofer del transporte, para que se le permita
entrar a Mate Cure a dejar y a buscar pasajeros, debe pagar a los
funcionarios de la GNB, 10 mil pesos, a cambio de lo cual obtiene un cartoncito
con una carita feliz, como contraseña o salvoconducto.
Una vieja y nueva historia
Desde que Nicolás Maduro e Iván Duque enfriaron
relaciones que han llegado a la enemistad, el mayor impacto se ha vivido en la
frontera. Nada detuvo el regreso de miles de venezolanos, empujados por las
consecuencias de la pandemia mundial que trajo el virus que desde China se
expandió por el mundo.
En medio de esa terrible realidad, miles
venezolanos empezaron a regresar, a medida que, en países como Perú,
Ecuador y Colombia, las medidas sanitarias les impedía realizar los trabajos
temporales, ventas en las calles o en empresas que se vieron obligadas a cerrar
ante la amenaza del Covid 19. Lágrimas, dolor, tristeza y desprecio los
esperaba en la línea fronteriza. Mientras que autoridades venezolanas, por una
parte, daban discursos asegurando la existencia de instalaciones y condiciones
óptimas para recibir a los migrantes, la realidad fue otra.
Quienes ingresaban por los puentes eran obligados a
permanecer en sitios inapropiados, la mayoría fueron recluidos en institutos de
educación primaria o secundaria, que no tenían condiciones mínimas para
albergar a tal cantidad de personas. La ausencia de agua, vital para enfrentar
el Covid, es el principal problema no solo en las escuelas sino en la comunidad
en general. Cientos de personas fueron recluidas, como si fueran animales en un
corral, sin agua, sin colchonetas para dormir, sin alimentos suficientes. Y se
les obligó a estar encerrados.
Es así como muchos, de quienes venían después, no
querían ingresar a la cuarentena en esos refugios, trataban por ello de
atravesar la línea fronteriza a través de las trochas, pero los grupos
irregulares solo se los permitían mediante el pago obligatorio de una “vacuna”,
muchas veces incluso les cobraban por el peso o volumen de las maletas.
Ahora miles de venezolanos salen del país, huyendo del
hambre y la miseria, atravesando las trochas, donde son extorsionados, muchas
veces robados o atracados.
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