Por Hugo Prieto
El blog Filosofía Clínica, cuyo autor es David De los Reyes*, trata
sobre el dolor y su relación con la filosofía. Al principio, el punto de vista
era más teórico que práctico, pero posteriormente, lo llevó a una condición de
filosofía práctica y una posibilidad de las terapias con relación al dolor
físico y al dolor psíquico “que es el peor”. Lo que ha ocurrido en Venezuela es
que el Estado se ha encargado de expandir el dolor. “No hay un sentido del
bienestar y la condición del dolor pareciera ser la imposición dentro de las
políticas que privan dentro del Estado venezolano”.
Actualmente, David De los
Reyes es profesor titular de la Universidad de las Artes, Guayaquil, Ecuador.
Su blog, que comenzó en 2008, sigue publicándose como vínculo con el país.
Veamos cuál es la impresión que tiene De los Reyes del momento actual de la
política venezolana.
¿Por qué las sociedades, en
algún momento dado y bajo ciertas circunstancias, tienen la urgencia, la
necesidad, de construir la memoria, detenerse en ese hecho como algo
fundamental?
El hecho de construir la
memoria, al menos en una sociedad que tiene historia, tradición, herencia,
tiene que ver con todo lo que ha ocurrido. Es decir, con los destrozos, las
guerras, el horror. Se ha hecho en Europa y también en América Latina, en las
sociedades contemporáneas, precisamente para no olvidar las gravísimas
injusticias que se han cometido y, sobre todo, a las víctimas. Realmente, creo
que el tema de las víctimas es lo importante, siempre y cuando se quiera llevar
a cabo la imperiosa tarea y la necesidad de construir la memoria. Es, si se
quiere, la mejor forma de evitar el olvido y la amnesia social. Pero si
hablamos de esto, también tenemos que referirnos a las políticas del olvido.
Todo régimen tiene una memoria selectiva desde el punto de vista de su
construcción. Todas las naciones tienen una memoria que, al ser idealizada, es
falsa, en la cual hay voces silenciadas que no se toman en cuenta.
En la construcción de la
memoria, se llega al punto de erigir un monumento que refiere, necesariamente,
a un hecho histórico o a una etapa de la historia. Hablemos de América Latina.
Hay un museo de la memoria en Santiago de Chile, al igual que en Bogotá,
Colombia. Creo que, en ambos casos, se refleja un fragmento, quizás una visión
parcial de la memoria. ¿Cómo podemos evitar la amnesia social? ¿Acaso la
memoria no tiene otra cara que es, precisamente, el olvido?
Eso pudiera formar parte de
la utilización de los símbolos para construir, también, un olvido. En ese
concepto museístico, por ejemplo, se olvidan prácticamente de todos los
relatos, de todas las vivencias luctuosas, del duelo, que se debió vivir y que,
por otra parte, debe existir en la presencia de la condición de la memoria ante
las víctimas de un hecho criminis. Por otro lado, como decía Orwell
en 1984, es «la vaporización de los individuos». Se trata, al fin y al cabo, de
monumentos de piedra. ¡Y conmemorarán! Pero las muertes no se pueden
conmemorar. Es decir, ante hechos tan abismales, como pudiera ser la
eliminación del otro, ya sea por ser diferente o por tener posiciones de
consciencia distintas al común o a la condición del Estado central, eso no
justificaría, de por sí, que haya un monumento que conmemore a las víctimas. Lo
que debemos preguntarnos en Chile, en Argentina, en Colombia, en la propia
Venezuela, en Nicaragua o en Cuba, es ¿qué políticas llevaron a esas
situaciones? ¿Y cómo enmendar las injusticias que provocaron esas políticas, en
función de una supuesta justicia o la superación de un hecho conflictivo?
En Venezuela, el Gobierno
habla de reconciliación y la sociedad civil de entendimiento. Lo importante,
eso sí, tener en cuenta que esas palabras no se usan como sinónimos, entre
otras cosas, porque son definiciones clave para caracterizar un conflicto
político. Lo pertinente, antes que nada, es entenderse, luego pudiera hablarse
de reconciliación. ¿Usted qué cree?
Lo que pudiéramos ver, si
hablamos de la superación del régimen que detenta el poder, es una suerte de
autoamnistía, que la están proponiendo sus propios actores, con miras a un
acuerdo que conduzca a un nuevo poder. La pregunta es ¿quiénes van a participar
en ese nuevo poder? Hay que buscar el reconocimiento entre las partes, hay que
integrar a sectores hostiles, que se autodenominan oficialistas dentro del
Estado, como parte de un nuevo horizonte político. Lo que pudiéramos ver no es
la búsqueda de la justicia, sino una política de olvido que, invariablemente, ha
sido una táctica empleada por regímenes dictatoriales en América Latina. Los
sectores democráticos quizás se vean obligados a aceptar esa política, tomando
en cuenta la asimetría de fuerzas y de poder que hay en la política venezolana
en estos momentos. Siempre va a haber un punto donde va a sopesar más la
postura del régimen que la postura de un orden —vamos a decirlo así— que busque
la superación de la condición de la dictadura, que hoy está presente en
Venezuela.
Puede haber un objetivo
plausible que concite la aprobación de una gran mayoría de la sociedad, que no
sería otro que la consulta electoral —competitiva y auditable— cuyos resultados
sean aceptados por todos. ¿Cómo ve esa posibilidad?
Yo, particularmente, soy
bastante escéptico con relación a ese camino. No veo que en la organización de
esa consulta —que sería equivalente a un referéndum— participen las personas,
de lado y lado, que reúnan la condición de neutralidad. Los grupos de poder los
considero bastante distantes. Sin embargo, ese sería el deber ser, en esta
situación que, por otra parte, pareciera que no tiene salida, si no se llega a
una mesa de discusión, a una mesa de negociación. Ése podría ser un punto de
partida, pero no creo que tampoco sea el punto de llegada.
¿Sería un punto de partida
para qué?
Para crear las condiciones
que, eventualmente, nos lleven a un período de transición. Allí deberíamos
comprender, como tanto se ha hablado, que es necesaria la participación de
representantes de todas las fuerzas políticas de la nación —de un lado y de
otro— pero que sea, además, una transición para que surjan otras opciones,
desde el punto de vista del relevo generacional, dentro de la política
venezolana, que hoy no se dejan representar o visualizar, pero ciertamente
existen. Sería un momento para impulsar una posición más inteligente, menos
salvaje. Ése sería el deber ser, pero no le veo esas cualidades a las personas
que detentan el poder y lo digo, entre otras cosas, por lo que hemos visto en
estos 20 años. Por eso dudo y soy escéptico ante lo que sería una propuesta de
reconciliación y de búsqueda de la verdad, desde el punto de vista político,
para un nuevo orden en la nación venezolana.
Los venezolanos no podemos
eludir la responsabilidad que tenemos ante una crisis económica pavorosa, ante
una emergencia humanitaria compleja, ya prolongada y extendida. ¿Cuál es la
actitud que debe prevalecer?
Atender, en este momento,
las necesidades que enfrenta la población venezolana. Hacia allá es lo primero
que (los actores políticos) deberían apuntar y, por otro lado, buscar la ayuda
internacional requerida —no sólo de los países que apoyan al régimen, sino de
otros países que han manifestado su disposición a ayudar— para revertir las
condiciones infrahumanas en que se encuentran, prácticamente, 30 millones de
personas en Venezuela. Ése sería un punto de partida. No para que los
personeros del régimen, insisto, decreten algo parecido a una autoamnistía,
sino para que veamos una actitud diferente, realmente conciliadora, que nos
lleve a la consulta electoral, a una reinstitucionalización de la democracia y
a un periodo en el que abordemos el tema de la justicia ante lo que se ha
vivido en estos 20 años por parte del régimen.
La realidad, duélale a quien
le duela, es que el chavismo no es un adversario derrotado, a quien se le pueda
juzgar como si hubiese, de por medio, una «rendición incondicional». Todo lo
contrario, han puesto de rodillas a la sociedad venezolana. ¿Qué queda
entonces?
El concepto de justicia
tendrá que discutirse para llegar a acuerdos, en cuanto a quién y qué debe ser
tomado en cuenta. Tiene que haber un reconocimiento de las víctimas, de lo que
han padecido. No sólo en cuanto a muertes, sino a la violación de sus derechos
humanos —las prácticas de tratos crueles y torturas—, a la privación de su
libertad personal dentro del contexto de lo que hemos vivido. Eso es, al menos,
lo que debería plantearse. Pero en el momento actual, más bien, deberíamos
hablar de una filosofía de la espera, porque no hay condiciones, vamos a
decirlo así, de llevar a cabo actos de justicia de manera inmediata. Habría que
mantener la pregunta sobre ¿cómo se construye la justicia dentro de la barbarie
en la cual se ha anclado la sociedad venezolana a partir de los últimos 20
años? Lo que uno ve es que la condición del estado de excepción ha sido
permanente y en ese contexto se han cometido crímenes como la eliminación de
individuos por parte de grupos paramilitares afectos del régimen. Lo que
vendría a ser una especie de depuración salvaje. También deberíamos comprender
que de la otra parte podría surgir algo similar a esta especie de depuración
salvaje, al no haber instituciones que apliquen un ordenamiento jurídico,
dentro de las cláusulas que se planteen como parte de esta postura de
negociación. La Comisión de Determinación de Hechos de Naciones Unidas ya se
pronunció en cuanto a los crímenes de lesa humanidad que ha cometido el
Gobierno del señor Maduro. Entonces, hay una esperanza de que, en algún
momento, pueda haber justicia. Hay un reconocimiento y la victoria no ha sido
como ellos la prefiguran a través de los medios de comunicación.
Dialogar se ha convertido en
una enorme dificultad. Entonces, ¿cómo puede haber negociación? Uno ve que hay
una aproximación con el sector empresarial, que una delegación del reino de
Noruega se reunió con voceros del Gobierno del señor Maduro a comienzos de este
mes, uno ve pronunciamientos de la sociedad civil que buscan el entendimiento.
Pero en realidad, no hay instancias de diálogo que estén funcionando. Y mucho menos
instancias de negociación. ¿Cómo contraponemos el deseo a la realidad?
¿Adónde nos conduce, por un
lado, el deseo? Todos quisiéramos que se llegara a un diálogo en el que no
hubiese un enfrentamiento bélico, que es lo que, posiblemente, en algún
momento, pudiera haberse planteado. Pero no creo que tal cosa tenga razón de ser,
bajo las condiciones actuales del país. Al menos lo veo así. Una cosa es el
deseo y otra la realidad. El deseo vendría a ser la postura un poco idealista,
¿no? En cuanto a que un régimen pueda dialogar con aquellos que no tienen la
fuerza, ¿cómo se llega a dialogar en una relación, prácticamente, de amo y
esclavo? Si el esclavo ha superado esa condición y ha vencido el miedo a la
muerte, pudiera enfrentarse al amo. Pero en esa dialéctica del amo y el
esclavo, ¿quiénes serían los esclavos? Todos los venezolanos que no estén
amparados o dentro del régimen. Entonces siguen manteniendo la postura que no
pueden dejar de mantener. Es decir, una postura de debilidad. Prácticamente de
desdoblamiento humano con relación a las condiciones de la realidad. Quizás lo que
podamos observar es que más que un cambio político factual, de hecho, lo que
estamos negociando es una permanencia donde se dé la apertura a una cierta
tolerancia, una cierta injerencia, una cierta atención a las fuerzas vivas y
medio vivas que puedan estar en el país. No sé cómo se pueda dialogar con un
régimen que, finalmente, lo que ha demostrado es que se decida a la
conveniencia de su posición. A mí me resulta una técnica muy cubana, de darle
largas al diálogo, de empastelarlo todo, para mostrar ante la diplomacia
internacional que se está haciendo algo.
¿Qué nos queda entonces?
En la relación del diálogo
debe haber, al menos, unos resultados que, además de fiables, sean vistos y
conocidos por todos. Y no dentro de unas cúpulas donde las discusiones terminan
siendo silenciadas para la voz común de los venezolanos. Mientras no haya esa
transparencia por parte de un Gobierno como el que tenemos, en cuanto a las
acciones que se acometen con respecto a evolucionar, más allá de posiciones que
hoy están ancladas e inamovibles, prácticamente estamos en un diálogo de
sordos. No se escuchan entre ellos y no los escuchamos nosotros.
Tanto en Europa como en
América Latina hay experiencias útiles de diálogos que han contribuido a crear
las condiciones para una negociación, así como la creación de mecanismos para
que los acuerdos puedan ser verificados. ¿Por qué no podrían funcionar en
Venezuela?
Las experiencias existen en
Colombia, Perú, Argentina y Chile. Pero en Venezuela hay una particularidad,
porque intervienen no sólo factores nacionales sino internacionales, que tienen
unos intereses muy específicos dentro de lo que es la geopolítica de nuestro
país. Entonces, el diálogo no es entre dos partes que están en discusión dentro
de un territorio, sino que también (en ese diálogo) van a tener injerencia esos
factores externos. No es un diálogo de un conjunto de pares, sino un conjunto
mayor. En ese contexto, los factores externos podrían obstaculizar el diálogo.
Por otra parte, lo que hemos encontrado es una reorganización total de la
sociedad. Y no es algo que viene solamente de los intereses de un grupo
nacional. Estamos hablando de toda una propuesta que está dada a nivel
internacional y que viene a conformar un polo —un grupo de países—, en los que
la democracia representativa, la democracia liberal, con visos
socialdemócratas, está fuera del tablero.
¿Usted cree que el chavismo
modificó la sociedad venezolana hasta ese punto?
Creo que sí, una generación
son 25 años. Los venezolanos que nacieron en 2000 no tienen ninguna referencia,
ninguna experiencia en un ejercicio político que no sea el chavismo. Lo
encontramos en el lenguaje, en los símbolos, en todos los cambios de una
estética política que está muy presente dentro de ellos. Y, por otra parte,
elementos que vienen de muy atrás: la exaltación del presidencialismo y de lo
militar dentro de las condiciones de la vida política venezolana. No hay
alternabilidad en el poder y, por tanto, la elección de un individuo que
desarrolle, dentro de las prácticas democráticas, una política sensata, o
certeras, desde el punto de vista de las necesidades del país. Lo que hemos
visto es una discriminación, un desplazamiento de aquéllos que hemos practicado
y que hemos creído, dentro de una democracia, tener no una pugnacidad sino, al
menos, una capacidad de acción.
Dentro del pesimismo, de los
argumentos que ha enumerado como parte de esta conversación, ¿usted cree que en
Venezuela hay posibilidades de que se respeten los Derechos Humanos? ¿De que
podamos reinstitucionalizar el Estado y recuperar la democracia?
Si cabe esa posibilidad,
sería a largo plazo, porque los actores que tenemos hoy en día —chavismo y oposición—
no son los más idóneos para llevar a cabo esa tarea. Antes de recuperar la
democracia, pienso que hay que recuperar las instituciones. Y eso va a tomar un
tiempo. Hoy nos han reducido a una vida de supervivencia y eso no es una vida
democrática.
*Licenciado en Filosofía, UCV, 1981. Máster en
Filosofía, USB, 1990. Doctorado en Filosofía, USB, 1998. Estudios y Trabajo
Postdoctoral, Universidad Neuchatel, Suiza, 1998-2000. Estudios completos de
música en el Conservatorio «Juan José Landaeta», 1977.
14-02-21
https://prodavinci.com/david-de-los-reyes-no-se-escuchan-y-no-los-escuchamos/
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