Por Simón García
No por pesimismo sino por
lectura de los desempeños de las partes en pugna, estimo baja al inicio de una
transición a corto plazo. Mientras más destruye al país, el régimen parece
hacerse más fuerte, como si su consolidación estuviera asociada no solo a
controlar la sociedad sino a despedazarla.
La fragmentada oposición, en
trance de sacudirse los delirios de una vocación de poder mal ejercida, tuerce
su discurso, sin explicarle al país las causas y alcances del vuelvan caras
electoral que se murmulla en el G4. Sin admitir la derrota, superar los errores
que condujeron a ella ni entender que la preservación del liderazgo de Guaidó
exige poner fin a la hostilidad hacia los votantes y a la manoletina retórica
del “no somos abstencionistas” solo no votamos.
Todos, gobierno y oposición,
terminan empujándonos hacia el peor de los mundos posibles. Obligada cada una
de estas élites a la vuelta en «u», parecieran escenifican un giro pendular,
mientras logran llegar a su próxima calle ciega. Se justifican y ratifican
mientras el naufragio hunde y ahoga a todos los venezolanos.
El poder se agota y recibe
la pita del público, pero en su peso no tiene rivales. Maduro baila a su
antojo frente a sus opositores y los induce a combates donde mellan sus
potencialidades alternativas, dilapidan sus fuerzas y terminan dependiendo del
auxilio de la comunidad internacional.
Ninguna de las fracciones de
la oposición (la que concurrió el 6D, la que se movilizó el 12D o la del
extremismo de la nada) tiene fuelle para superar los pequeños odios, sanar
heridas y evitar nuevos acuchillamientos durante el 2021. Víctimas de sus
rencores se refugian en la marginalización, en el espejismo de la hegemonía
sobre quienes piensan diferente y en la subestimación del camino que les
permite alivio y tiempo para recomponerse: volver a la gente, justificar la
política más en la lucha de la población por la vida que en la ambición Disney
del poder.
El retorno a la lucha
electoral pierde sentido si reproduce la desunión y un enfrentamiento suicida
que fortalece a Maduro y a una transición del autoritarismo electoral al
autoritarismo cerrado, con flexibilización sucia en lo económico y mano dura en
materia de libertades. Esta es la mutación que nos quiere imponer la
autocracia.
Los demócratas deben
acometer su travesía electoral en caravana, comprendiendo que la naturaleza del
conflicto de poder adquiere en los estados dimensiones diferentes a la
confrontación nacional. Las vanguardias partidistas deben abrir paso a
candidatos con la mayor representatividad de los factores de decisión en la
sociedad regional.
Nuevos actores deben pasar a
primera línea para levantar programáticamente la identidad regional: la
Iglesia; los empresarios no rentistas; las universidades y lo que queda de
movimiento social organizado.
Un quinto actor, que nunca
es malo, está en la reserva de independientes con experiencia y formación
política que pueden ayudar al entendimiento entre los partidos y a evitar que
recurran al error del reparto del país por cuotas de gobernaciones solo entre
los partidos.
Es la hora de líderes
regionales, de la micropolítica, de proyectos de desarrollo sustentable acordes
con vocaciones y especificidades de cada estado, de la pluralidad y el
entendimiento. Ese es el movimiento que se está amasando desde los subterráneos
de la libertad y que es una opción del fortalecimiento de los partidos.
Simón García es analista
político. Cofundador del MAS.
14-02-21
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