Jesús Piñero 31 de marzo de 2022
@jesus_pinero
Nació
en Caracas y se fue a Estados Unidos con 18 años. Estudió en Berklee, una de
las mejores universidades de música en el mundo y ha tocado con muchas bandas
reconocidas, entre ellas los Jonas Brothers. Esta semana sale de gira por
Sudamérica con Miley Cyrus
Demian
encendió su celular después de bajarse del avión. Acababa de aterrizar en
Heathrow, el principal aeropuerto internacional de Reino Unido, donde había
decidido pasar dos semanas disfrutando de su otra pasión después de la música:
ver los juegos del Arsenal Women Football Club de Londres.
Los mensajes recibidos durante el vuelo comenzaban a llegar, entre ellos uno del director musical de Miley Cyrus: “Necesitamos un percusionista para el show que tendremos la noche de fin de año en Miami, ¿te animas a tocar con nosotros para cerrar el 2021?”.
Entonces,
lo que serían 12 días en Londres, se convirtieron en una tarde en el estadio de
Wembley viendo una final femenina entre el Arsenal y el Chelsea.
A la
mañana siguiente estaba en un vuelo de regreso a Los Ángeles.
Demian
estaba preparado. Meses antes lo habían recomendado con la banda de Miley
Cyrus. Le dijeron que debía estar listo. Por eso, apenas pisó California, buscó
sus instrumentos y se fue al ensayo con la cantante.
Desde
la última década la vida de Demian ha corrido así: entre ensayos y conciertos.
Se
volvió su rutina desde que empezó a trabajar con los Jonas Brothers en 2010. Lo
llamaban un viernes en la noche y tenía que estar disponible para volar a
cualquier sitio, reunirse con la banda y ensayar la mañana del sábado.
Aunque
no toca siempre ni lo hace con todo el mundo –sino con quienes le gusta, pues
vive también de dar clases– esta dinámica le ha impedido regresar a Venezuela
por dos razones: requiere de tiempo e inversión y teme que la situación tensa con
Estados Unidos pueda alterar la carrera que tanto le ha costado hacer, ya que
emigró cuando tenía 18 y hoy está por cumplir 40.
“Mi
relación con Venezuela sigue muy viva. Nací y crecí en Caracas, estudié en El
Peñón y me gradué en 1999. He sido amante del fútbol y de la música toda mi
vida, pero eventualmente me fui dando cuenta de que no era tan bueno con el
balón como yo quería y que era mejor como baterista, fue ahí cuando decidí
tomar clases con un profesor antes de irme a Boston”.
—¿Te
fuiste a Boston a estudiar música?
—Sí y
no. O sea, me puse serio, pero no la veía como una pasión todavía. Me gustaba
bastante pero no estaba practicando cinco, seis o siete horas al día. No
entendía el concepto de echarle full bolas a algo. Era como el fútbol, me gustaba
meter goles, pasarla bien, pero no era que dejaba todo en la cancha. Viví en
Boston dos años y después regresé a Venezuela a terminar el colegio.
—¿Y
entonces cuándo fue que decidiste inclinarte por la música?
—Después.
Cuando me gradué, mis padres me ofrecieron un intercambio, pero lo rechacé,
tenía una novia y andaba con mis panas disfrutando de una Caracas que era
relativamente segura, entre fiestas y cervezas. Una guía del colegio me dijo
que estudiara Relaciones Industriales en la Universidad Católica Andrés Bello
(UCAB), pero terminé retirándome. La verdad me encantaba estar allí, pero era
muy infeliz también. Fue entonces cuando decidí aplicar a Berklee, una de las
principales universidades de música del mundo.
—¿Y te
aceptaron?
—No.
Luego lo intenté de nuevo y tampoco. Es que no tenía conocimientos de teoría
musical. Me puse a ver clases de eso, de teoría y solfeo, apliqué y ahí sí me
aceptaron afortunadamente, con la condición de mantener un buen promedio.
Empecé a estudiar y conocí a la gente más increíble de la vida.
—Entraste
a estudiar batería, ¿cómo pasaste a percusionista?
—Porque
me di cuenta de que no era tan bueno como yo pensaba, tal como me pasó con el
fútbol. Fue un shock tremendo. Me retiré de la batería un tiempo y me cambié a
percusión latina porque pensé que debía conectar un poquito más con mis raíces.
A mí me encanta todo tipo de música, pero siempre fui muy rockero, muy
metalero; de hecho, en los dos primeros años que estuve en Boston escuchaba
mucho hip hop y hardcore punk, pero quise enfocarme en lo afrocubano, lo que es
la salsa, timba, jazz, latin jazz.
—¿Y
luego volviste a la batería?
—Sí,
me gradué y mi primer show profesional fue con el cantante de mi banda favorita
Extreme, Gary Cherone. Eso definitivamente cambió mi vida y por eso quise
mudarme a Los Ángeles, para estar geográficamente más cerca de la gente que yo
admiraba y así elevar las probabilidades de seguir tocando con ellos.
Desde
un principio, cuando veía MTV me imaginaba en los videos de Bon Jovi o Poison.
Ese era mi sueño musical. En Berklee mi sueño nunca fue tocar con nadie latino,
ruso o escocés. No porque no me gustara, sino que yo quería tocar con los
ingleses y estadounidenses a los que admiraba, pero todos vivían en Los
Ángeles. Además, hay menos competencia para un venezolano, para un latino, que
le gusta el rock y toca percusión en Los Ángeles, que para un percusionista en
Miami o Nueva York, donde todos son latinos y es mucho más difícil. Cuando
toqué con Gary me di cuenta de que se podían hacer esas cosas y decidí mudarme
en 2007. Llevé golpes, pero sabía que era cuestión de tiempo.
—¿Cuáles
golpes?
—Vivir
en el sofá de unos amigos durante un año o dormir en mi carro por dos semanas.
Pero como te dije antes: nunca dudé de eso, era solo una cuestión de dinero y
de tiempo. Nunca fue una cuestión de habilidad y esto no porque me crea
superior a nadie, sino porque la habilidad y el talento no son fundamentales
para esta industria sino el ser constante, profesional, consecuente con la
gente, preparado, puntual. Empecé con bandas y artistas locales, después me
salió un toque con RBD para MTV y me gustó mucho esa vibra musical en la
televisión. Hasta llegar a tocar con uno de mis guitarristas favoritos, un
señor llamado Richie Kotzen, con quien me fui de gira por 40 países entre
Europa y Sudamérica, tocando como baterista.
—Pero
no fue tan rápido. O sea, cuentas eso así, pero, ¿cómo fueron esos puntos de
conexión? ¿Cómo ibas subiendo cada vez más de nivel?
—Esa
es una muy buena pregunta, porque a mí nunca me han llamado después de una
audición para decir que me dieron el puesto. Es más, siempre la he cagado
después de una audición. Todos los “gigs” o toques que he tenido han sido por
recomendación, porque he estado de boca en boca.
Cuando
estaba tocando con Richie Kotzen, en Costa Rica, me llegó un email diciéndome:
“Hola, soy John Taylor, director musical de los Jonas Brothers. Tú y yo
estudiamos juntos en Berklee, estoy buscando un percusionista y Bill (un amigo
en común) me dijo que tú eres bueno”. También había hablado con Jack, otro
amigo en común, y le había preguntado por mí. Jack era el novio de Ashlee Nino,
una de las bailarinas de Miley Cyrus y de Selena Gómez, a la que le daba clases
de batería. Ahí fue cuando me dijo que si quería conocer a los chamos y tocar
en la banda.
Así
terminan pasando muchísimas cosas. En este mundo, en Los Ángeles, todo es
reputación: si sabes respetar las estructuras de las canciones, si te llevas
bien con la gente, si eres preparado, si eres puntual, si no abusas de las
drogas, te va bien, porque ese tipo de vainas son importantes. Todo parte de un
principio: cuando haces networking y conexiones no lo haces
para ver qué ganas, sino cómo le agregas valor a la gente y eso se devuelve
siempre.
—¿Qué
significó tocar con los Jonas Brothers?
—Cambió
mi vida. Eso fue en 2010, me fui de gira con ellos y con el elenco de “Camp
Rock 2”, la película de Disney Channel. Allí todos los músicos nos hicimos
amigos. Allí conocí a Drew Taubenfeld, quien entonces era el director musical
de Demi Lovato, y él me llevó a tocar con Victoria Justice. Después seguí como
percusionista de los Jonas, con Joe y Nick particularmente en sus carreras como
solistas. Toqué para el tour del disco Fastlife de Joe y viajé
por todo el mundo con Nick: Japón, España, Brasil y Bahamas. En México tocamos
con Bruno Mars. Después, cuando se reunieron de nuevo, estuve en el Happiness
Begins Tour, que al principio serían 10 shows, pero terminaron siendo más de
100 conciertos entre Europa y Estados Unidos. Ese fue un ciclo muy importante
en mi vida, porque pude tocar en uno de los lugares más soñados: en Saturday
Night Live. Antes, había tenido la oportunidad de tocar en Ellen DeGeneres,
Jimmy Fallon, en los MTV Video Music Awards y en los American Music Awards.
El año
pasado volvimos después del covid con Remember This Tour, agosto, septiembre y
octubre. Ellos tenían varios shows en festivales en Estados Unidos y asumí que
no me necesitarían. Pensé que pasaría un tiempo sin tocar, porque no ando por
ahí matando tigritos como quien dice. A mí me gusta tocar con gente que me
gusta, por eso doy clases y en el peor de los casos me quedo con eso. Prefiero
no comer dos días que tocar con alguien que no me guste o cuyos ideales no
estén alineados con los míos. Entonces, para aprovechar el tiempo, decidí
regalarme un viaje a Londres, yo solo, como descubrimiento y meditación, pero
apenas aterricé en Heathrow, tenía un mensaje del director musical de Miley,
diciendo que necesitaban un percusionista. Al día siguiente estaba en Los
Ángeles, listo para el ensayo.
—¿Cómo
es trabajar con Miley Cyrus?
—Ha
sido espectacular. Sin ánimos de comparar con nadie, ha sido la experiencia más
profesional en mi vida. Todo su equipo, su gente, la banda, el management, el
crew, ella misma. Son personas de otro nivel, sin duda. Ella es una persona
histórica, icónica, legendaria, que estará en el Rock & Roll Hall of Fame
en 12 o 15 años seguramente. Ella se reinventa con cada disco que hace. Ha
tenido a Stacy Jones, su director, toda la vida, desde el año 2007. Su
tecladista y su guitarrista también son los mismos desde esa época de Hannah
Montana. Ellos son los tipos más profesionales de la vida. Son increíbles, y
ella los quiere mucho.
—Estabas
con los Jonas Brothers y después con Miley. ¿Cómo pasó?
—Lo
que te decía antes, recomendación. Uno tiene que estar preparado, formado,
disponible, con los equipos a disposición siempre. Yo quería tocar con Miley y
me puse a hacer ejercicios de visualización y a pensar en los instrumentos. Me
preparé sin tener idea de que me iban a llamar. Cuando pasó ya estaba listo,
fui al ensayo y me llevé súper bien con la gente, porque todos tenemos cosas en
común, hemos vivido cosas similares, por eso creo que hay mucha relación
auténtica entre los músicos, entre gustos y eso. En mi caso porque he trabajado
con gente de la movida que me gusta.
—¿Y
entre ellos hay algunos músicos o artistas venezolanos?
—Claro.
Tuve la suerte de vivir en carne propia ese boom musical en la cultura urbana
de Venezuela: Viniloversus, Los Mesoneros, La Vida Bohéme… Todos son amigos
míos. Por ejemplo, grabé con Los Mesoneros una canción “Lo peor de mí”, de su
disco Pangea. Soy pana de todos los chamos de La Vida Bohéme, de hecho,
toqué una canción con ellos cuando estuve de gira con los Jonas y Bruno Mars en
México. Ayudé en unas cosas de producción a Viniloversus. Respeto y admiro
muchísimo a Desorden Público, a Rawayana, a Los Amigos Invisibles, también
músicos individuales como Dani Richani, Judy Buendía, Nana Cadavieco, Suki
Landaeta y otros más. Siempre trato de estar en contacto y aprender música
nueva.
—Y
aparte de la música, ¿sigues en contacto con Venezuela?
—He
estado siempre conectado con Venezuela. Mi mamá y mi papá están allá en
Caracas; mis primos están en Maracay. A mí me gustaba mucho ir a Venezuela,
pasaba uno o dos meses allá, a veces por voluntad propia y otras porque no me
renovaban el pasaporte (risas). Tuve una muy buena relación con el país después
de irme a Berklee. A veces iba a tocar con un proyecto de latin jazz que tuve.
Iba al San Ignacio, a Las Mercedes, a la movida cultural. Siempre he amado al
país. Fue el sitio en el que nací y me crie. Siempre amaré al Colegio El Peñón,
donde estudié, a las gaitas escolares, esa vaina me encantaba. Tengo cinco o
seis años que no voy porque he estado en una situación donde no es igual gastar
plata para ir a ver a mi familia cuando la puedo usar para otra cosa. Las
prioridades han cambiado.
También
con Nick, por ejemplo, era una cuestión de que me llamaban un viernes y me
decían: “Nos vamos para Nueva York mañana porque Nick quiere grabar” y entonces
tenía que irme a mi casa, hacer las maletas y agarrar un avión. Una vez que
estás en esta industria tienes que estar disponible porque de lo contrario
agarran a otra persona, todo el mundo es reemplazable y coño bastante que me he
fajado para esto. Entonces, estar en Venezuela y decir: “No, es que me vine a
Caracas porque quiero irme a Cuyagua con mis panas” no vale. O el miedo, el
pavor a que pase algo como la pandemia y después no pueda salir por un buen
tiempo.
—¿Ha
influenciado tu carrera el hecho de ser venezolano? Vi en Instagram que en tu
cuarto tienes una bandera tricolor con el logo de los Jonas Brothers y las firmas
de las fans venezolanas.
—A
ver, soy venezolano, pero también soy ciudadano estadounidense. No soy de las
personas que sienten que es un deber decir que soy venezolano. Tampoco me
quiero tatuar El Ávila o una guacamaya. Ojo, amo eso y lo respeto, pero estoy
aquí para adaptarme a una cultura, a un país. No escondo que soy venezolano,
pero tampoco es mi escudo. Hay una línea entre ser orgullosamente venezolano y
sentir que eres de donde naces para siempre. Nunca he sentido que he
pertenecido a un solo sitio. Te pongo un ejemplo, yo admiro a la selección de
Holanda y si hay juego de fútbol entre la Vinotinto y Holanda, le voy a ir a
Holanda y no a Venezuela porque es una vaina de fanaticada y no de
nacionalismo. Viví en Venezuela desde que nací hasta los 18, de los cuales dos
de esos años estuve afuera, en Boston. Ahorita tengo 39 y más de 20 años
viviendo en Estados Unidos. Es decir, he pasado más tiempo aquí que allá. Pero
eso no quita tampoco que cuando llego a Maiquetía y veo el piso con la obra de
Carlos Cruz-Diez, cuando manejo por la autopista y veo El Ávila, o cuando subo
a Valle Arriba y veo el mirador, sienta que llegué a mi casa, porque Caracas es
eso, es mi hogar.
Jesús
Piñero
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