Fernando Luis Egaña 01 de abril de 2022
La
«normalización» de la que se habla en Venezuela es un espejismo o más bien una
estafa. Al menos con respecto a los cambios radicales que hacen falta para que
la nación entre en un camino hacia la democracia política, la justicia social y
la economía productiva real.
En verdad, la «normalización» es que la hegemonía siga imperando con una dolarización a las patadas, con algunas burbujas de opulencia comercial, y con la misma retórica de siempre: pronto, pronto, las cosas cambiarán para mejor.
En lo
político, la «normalización» significa la aceptación del poder establecido,
despótico por naturaleza, y habilidoso para repartir algo del botín y montar
votaciones fraudulentas, aliñadas con «diálogos» inútiles; todo lo cual
maquilla al régimen y ofrece guarimba a los sectores opositores que no quieren
luchar por la democracia, pero que encubren su comodidad o su cobardía.
En lo
económico, la dolarización a las patadas, beneficia a la élite y empobrece, aún
más, a la base social. Digamos las cosas por su nombre:
quien tiene dólares, bien o mal habidos, aguanta y hasta prospera con los
enchufes correspondientes.
Quien
no tiene dólares, o se come un cable o se lanza a la delincuencia. ¿O no?
En lo
social, Venezuela padece una catástrofe humanitaria, imposible de superar con
la llamada «normalización». Entre la intimidación o represión del poder, y el
conformismo de muchos de los que están llamados a enfrentarlo, lo que se
cultiva es un inmovilismo político, desconectado del rechazo y la protesta
social.
Si
alguien duda, los millones de venezolanos que se van del país, debería ser una
prueba suficiente.
La
llamada «normalización» es el continuismo del presente: despotismo y
depredación. Esa no es la Venezuela que el pueblo necesita para salir adelante.
Fernando
Luis Egaña
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