Gustavo Linares Benzo Publicado
el 18 de noviembre de 2012
Chávez no da puntada sin hilo. Llamar
proceso constituyente a una inocente (¿?) consulta del plan de la nación no es
gratuito, a pesar de que ese nuevo Chávez conciliador pos 7-O haya asegurado y
jurado de que no se trata de reformar la Constitución. Algo así como si la
oposición llama golpe de Estado a unas verbenas pro fondos, garantizando, eso
sí, que no se va a tumbar a nadie.
Entonces, ¿por qué una constituyente
sin constituyente? “Estúpido, son los votos” podría decirse, usando la famosa
frase de una campaña electoral norteamericana.
Sólo en los restaurantes y peluquerías
del Este profundo de Caracas se debate la tontería del fraude y de las
captahuellas, cuando todo el pueblo, chavista y de oposición, está asombrado
del caudal de votos de Capriles. Más asombrado que nadie, Chávez.
Conclusión, las posibilidades de
perder otra vez el referendo sobre la dictadura perfecta que propuso en el 2007
representan un riesgo demasiado grande.
Solución, el Poder Popular. Definido
literalmente en la propuesta de reforma de la Constitución como aquel donde
reside la soberanía y que “no depende de elección alguna” sino de la
organización popular (chavista, claro) es el método perfecto para acabar con el
único temor que queda en el espíritu presidencial, único aspecto de la
democracia que aún se respeta: perder unas elecciones.
Redefinido el pueblo como el pueblo
revolucionario, bolivariano, con exclusión de todos los demás, así sean casi
siete millones, así lleguen a ser mayoría, se despacha el problemita electoral
y llegan las comunas.
A nadie debería sorprender entonces
que en el discurso inaugural de diez horas (hay que demostrar la perfecta salud
del líder) se sugiera que una constituyente, o una reforma o una simple enmienda
ya nos son necesarias, porque el poder popular habló en diciembre, el pueblo
verdadero.
Los demás no son venezolanos, como
dijo expresamente y sin rubor el propio Chávez en la expresión más cabal de su
pensamiento político, eco del Bolívar del genocida decreto de guerra a muerte.
Su plan de la nación será ahora la
nueva Constitución, como de hecho han sido sus planes anteriores así hayan sido
rechazados expresamente por el pueblo (el de verdad, con cédula).
El contenido importa mucho menos,
porque si se define al ciudadano por su lealtad a una figura y no por su simple
condición de tal, todo es posible para el poder.
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