Fernando Mires 24 de noviembre de 2012
Otra vez con monótona maldad volaron
misiles de lado a lado; el Gaza es un río de sangre; los daños
colaterales son superiores a los militares. Otra vez las opiniones se dividen.
Otra vez, quizás con una coma más, los especialistas publicarán lo mismo que
durante la penúltima guerra. Otra vez el Hamás, cuyos cohetes apuntan
militarmente hacia el sur de Israel pero políticamente en contra de Al Fatah,
volverá a ganar elecciones en Palestina. Otra vez la derecha política vencerá
en Israel. Otra vez la misma historia se repetirá en un par de años, quizás de modo más intenso y cruel
todavía. Y otra vez deberé suspender por un tiempo mis contactos con amigos
musulmanes y judíos pues discutir con ellos, bajo estas condiciones, es
imposible.
Sin embargo, si bien los
acontecimientos parecen repetirse, ellos están ocurriendo sobre un escenario
que ya no es el mismo de siempre: Es el emergido como consecuencia de las
rebeliones antidictatoriales que tuvieron lugar durante 2011 de las cuales la
insurrección siria parece ser su último capítulo.
Concuerdo entonces con la opinión de
una editorial del diario El País (17. Nov.2012) en donde se afirma que el
momento del inicio de la guerra en Gaza no pudo ser peor elegido.
Efectivamente, cuando Israel decidió
responder masivamente a las provocaciones del Hamás, el desordenado
reordenamiento (valga la paradoja) del espacio árabe había alcanzado
insospechados resultados: Las líneas divisorias estaban más definidas que nunca
en torno al tema sirio.
Por una parte, la Liga Árabe formada
por gobiernos que en su mayoría siguen al sector más moderado del Islam,
condenaba por unanimidad a la tiranía de Assad. Por otra, la oposición siria
había alcanzado su máximo grado de unidad, obteniendo incluso el reconocimiento
oficial de Merkel, Hollande, Cameron y Obama.
Israel ya había actuado
unilateralmente al responder a proyectiles provenientes desde territorio sirio
(12 de Noviembre) lo que evidentemente pareció favorecer las posiciones de
Assad quien aprovechó la oportunidad -como una vez hizo Saddam Hussein en Irak–
de jugar la carta anti-israelí a fin de aglutinar al mundo islámico en su
torno. Lo asombroso fue que esta vez, a diferencia de lo ocurrido con Hussein,
Assad no obtuvo acogida en lo gobiernos árabes: Sus llamados cayeron en el
vacío.
La línea demarcatoria ya la había
puesto ese gobernante que comienza a perfilarse como líder del mundo árabe, el
egipcio Mohamed Morsi, quien en la conferencia de los “no alineados” en Teherán
(fines de Agosto) acusó a Irán de apoyar en Siria a una de las más criminales
dictaduras del planeta. De este modo, a la hora de la intervención israelí, el
conflicto estaba centrado en dos ejes islámicos los cuales trascienden a la
propia zona árabe.
A un lado el eje Siria-Irán apoyado
indiscretamente por la Rusia de Putin. Al otro, un eje formado por Egipto como
conductor político, Arabia Saudita como potencia económica y Turquía con ese
poder militar del que dispone como socio de la NATO. Naturalmente, a mediano
plazo el primer eje tiene todas las de perder, más si se tiene en cuenta que el
segundo recibe apoyo de la UE y de los EE UU.
De más está decir que una victoria del
segundo eje, en tanto aislaría a Irán, debería contar con el beneplácito de
Israel. Por eso es muy sorprendente que el gobierno de ese país hubiera
decidido descentralizar el conflicto con Siria para re-centrarlo en el clásico
esquema Israel-Palestina. Al parecer –no cabe otra respuesta- en Israel la
lógica militar reina por sobre la política. Las divisiones inter-islámicas no
juegan en las decisiones militares ningún papel. Quizás prima en algunos
círculos la opinión difundida en países occidentales de que, más allá de
cualquiera divergencia, los gobiernos “islamistas” son una tropa de
incapacitados políticos, proclives a la guerra y al terrorismo, quienes sólo
pueden entender el lenguaje de la violencia.
Naturalmente los gobiernos árabes han
solidarizado con Palestina (¿cabía esperar lo contrario?) pero –hecho
sorpresivo- no con el Hamás, por lo menos no de modo explícito. Esa es la razón
por la cual Merkel y Obama pidieron a Morsi que intercediera frente al Hamás. Eso
no quiere decir, y ambos mandatarios lo saben muy bien, que el presidente
egipcio sea un mediador.
Mohamed Morsi de acuerdo a su cultura
y a su religión no oculta simpatías por Palestina, y quizás es bueno que así
sea. Tampoco es un aliado ni estratégico ni táctico de Occidente. Pero –y la
sutil diferencia es importante – sí es un muy válido interlocutor
político-. Esa es, por ejemplo, la diferencia entre Morsi y su antecesor
Mubarak quien era aliado de Occidente pero por eso mismo no podía ser un
interlocutor político para nadie. Ese hecho objetivo, además de sus notables
cualidades políticas, son las razones por las cuales Morsi se está convirtiendo
-si no en un Nasser islámico como adujo un ingenioso comentarista- en un líder
indiscutido de la región.
La comunicación de Morsi con las
potencias occidentales es óptima. La sintonía con Erdogan en Turquía es perfecta.
Tanto en Túnez como en Libia, tanto entre los difíciles jeques saudíes como en
la resistencia siria, tanto en Jordania como en Líbano, su voz es escuchada con
admiración y respeto.
Alguna vez deberá terminar esa guerra
sin vencedores que es la de Gaza. Eso lo sabe Morsi. También lo sabe Obama. Y
como los dos lo saben, actuaron juntos. Obama conversó con Benjamín Netanjahu.
Morsi hizo lo mismo con Jaled Mashaale,
líder del Hamás. El cese del fuego declarado el 20 de Noviembre fue un breve
triunfo de la política por sobre la guerra.
No deja de ser interesante mencionar
que en medio de la guerra Obama viajó a Birmania. ¿Intentó escapar del
conflicto en Gaza? En ningún caso. Si uno observa con cierta detención la
estadía de Obama en Birmania permite notar que ella está cargada de símbolos.
Desde un punto de vista comercial,
Obama viajó a un país del sudeste asiático considerado como reservado natural
de la economía china (¿Respuesta a la agresiva política económica de China en
Europa y en América Latina?) Pero desde un punto de vista político viajó a un
país que, pese a no ser todavía democrático, ha hecho muchos avances en materia
de derechos humanos. Luego, el suyo es también un mensaje a los gobiernos
árabes –incluyendo al que regirá en Siria en el futuro próximo- uno que dice
más o menos así: “Podéis contar con nuestro apoyo siempre y cuando no intentéis
erigir nuevas dictaduras” Mensaje que deben haber entendido muy bien los
musulmanes esclarecidos pues en Birmania miles de musulmanes han sido objeto de
persecuciones llevadas a cabo por budistas
¿Detalles sin importancia? Quien sabe.
Pero el dicho alemán que reza: “el diablo se esconde en detalles” ha probado
ser válido en no pocas ocasiones. De tal modo que ese abrazo y beso que
intercambiaron la admirable disidente Aung San Suu Kyl y el presidente Obama
puede que no sea un detalle sin importancia. En todo caso es difícil imaginar a
Aung abrazando a Bush; o a Romney.
Esos detalles son al fin los que
llevan a los grandes acontecimientos de la historia, o lo que es lo mismo: cada
gran acontecimiento está precedido por múltiples detalles.
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