I
El Estado Comunal es el nuevo amuleto
extraído por el gobierno desde el fondo de un sombrero de farsante de feria
para proporcionarle una causa a su desconcertada militancia. Las viejas
consignas parecen muertas. Hasta los más inocentes han descubierto la realidad
íntima de la trepidantes “democracia participativa y protagónica” a la vista de
las prácticas dedocráticas pasando por encima de la voluntad de los militantes
e incluso de los líderes del día a día de las regiones.
Una revolución que en la primera hora
a puño alzado se enfrentaba a la corrupción, ahora se hunde en las aguas
tenebrosas del asalto a los caudales públicos, con un absoluto desparpajo que
no puede interpretarse sino como inaceptable desvergüenza. Observar como el
miasma va penetrando las propias esferas de mando mientras hasta las más
tímidas quejas son silenciadas con el penoso pretexto de no darle armas al enemigo.
La descomposición se cruza con dudas
convertidas en certezas acerca de la idoneidad e integridad moral de quienes
por la sola voluntad del máximo líder se asumen jefes de la revolución; y lo
que es más grave, se cruza también con un enfrentamiento ideológico cuyo
paradigma es la confrontación de dos modelos excluyentes: el trabajo comunal y
la burocracia enriquecida y soberbia. Semejante fenómeno destruyó todas las
revoluciones leninistas del siglo XX. Era la misma condena levantada por
Trotsky y Rosa de Luxemburgo desde los albores de la victoria bolchevique; el
mismo que en la Yugoeslavia de Tito, Milován Djilas describió en su obra “La
nueva clase”. El mismo que con tonos sangrientos impuso Stalin a la
aterrorizada militancia del partido. Y el que sepultó la Europa del este y que
está haciendo del “principado” del partido comunista chino otro caso abominable
de corrupción.
En fin: el proceso se pone en manos de
la burocracia o esta es derrocada en beneficio del trabajo popular sin cerradas
estructuras que en una espiral hacia abajo excluyen a los estamentos sociales
en nombre de los cuales se supone haberse hecho la revolución.
II
Intelectuales del partido comunista
cubano, interpretando un creciente malestar interno, han proclamado que para
sobrevivir la revolución debe arrebatarles la conducción a los burócratas y
extenderlo a “los de abajo” El profesor Pedro Campos Santos ha sido muy pródigo
en su literatura. Su casi abierto desafío se inspiró en la apertura del libre
debate interno dictado por Raúl Castro, jefe indiscutido de la revolución
cubana.
No puede ser por azar que casi en los
mismos términos se ha planteado ese dilema en el gobierno de Chávez y el PSUV.
Han surgido grupos postulando lo que se plantea en Cuba. Juan Barreto ha sido
uno de los que pretende hacer la generalización teórica y práctica de la
tendencia antiburocrática. Su partido lleva un nombre que intenta traducir esa
aspiración: Redes. La idea es establecer la autonomía de las clases populares,
arrebatada por la burocracia. Quizá la visibilidad que han adquirido sus tesis
lo ha separado de las esferas más cercanas al líder supremo. De otra parte, el
reto de las elecciones del 16 de diciembre ha presionado a Barreto y sus leales
a aliarse a representantes de la burocracia a los que objetó brindándole
respaldo en Mérida a un candidato disidente al cual bajo presiones superiores
abandonó.
En un clima tan enrarecido de
tensiones y enfrentamientos, el presidente Chávez decidió poner en el medio una
causa novedosa: la de construir el Estado Comunal. Quiere unir -y hasta cierto
punto lo está logrando- a los jefes de las tendencias en conflicto, pero
aprovecha para descargarse de fracasos protuberantes con el dudoso argumento de
que son errores de acercamiento a la verdad. Quiere hacerse perdonar lunares a
ratos repelentes envolviéndolo todo en un gran objetivo. Creo que a lo sumo lo
único que puede ganar es tiempo, correr un poco la arruga a la espera de
mejores tiempos…
III
La tragedia implícita en estos
movimientos es que el Estado Comunal es decididamente inviable. Históricamente
ha terminado en sangre derramada cuando en el siglo XX se intentó construirlo y
conceptualmente es un imposible teórico. De la historia mencionaré a vuelo
rasante los casos de las comunas organizadas por los anarquistas españolas
sobre todo en Aragón y Cataluña en plena guerra civil. La teoría era enfrentar
la arremetida fascista del movimiento nacional y hacer simultáneamente la
revolución. El desastre fue rotundo. Los comunistas, alegando que la prematura
revolución dividía el frente antifascista los persiguieron con inaudita saña,
asesinaron a sus jefes, los cuales tampoco devolvieron con serpentinas el
mazazo. En la China del delirante Mao Zedong, las comunas, el gran salto
adelante y la revolución cultural pusieron a la gigantesca nación al borde de
una guerra civil que no prosperó por la liquidación de la banda de los 4, pero
sin que antes se cometieran los desmanes más oprobiosos contra las figuras más
encumbradas del partido. En Camboya, las comunas de Pol Pot diezmaron a aquel
país ahogándolo en sangre y vejaciones escandalosas.
Siempre podrá decirse, no obstante,
que esos fracasos le servirán a la revolución bolivariana para perfeccionar la
obra. La derrota es maestra de la victoria. Pero es que no es casual esa
hecatombe de comunas. El centro de la cuestión es el mismo que hoy se debate en
la socialdemocracia europea y americana. El asistencialismo social está muy
bien, es necesario y hasta urgente.
El punto es que para financiarlo hace
falta elevar la productividad de la economía, cosa que no puede lograr un
sistema comunal que supuestamente erradica el lucro, ni unas estatizaciones que
son fuente de la nueva clase, ni quimeras parecidas que nunca cristalizaron ni
lo harán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico